José María Vargas Vila
Mis novelas, es bien posible que no sean en puridad de verdad novelas, desde el punto de vista de los pontífices de ese género; son lo que deben ser: surcos para sembrar ideas, acantilados para espantar cándidos, objetivo para soliviantar apetencias, abismos para sobresaltar fariseos y asustar clérigos. Con ellas penetré en la conciencia de más de cincuenta millones de lectores y los puse nerviosos, afanados porque no sabían qué decir ni qué pensar ni para dónde coger una vez que las terminaban.
Miguel Antonio Caro es un retórico vil, escapado de los tugurios de Bizancio… gramático pedante y nulo, ebrio del latín…retórico mediocre. Defiendo hasta el último momento mi estilo: palabras iniciadas indistintamente con letra mayúscula o minúscula, inclusión de palabras extranjeras, creación de nuevos vocablos, juegos tipográficos y el uso arbitrario de puntos suspensivos, cortes bruscos de texto con líneas o asteriscos y uso repetido de puntos y comas.
Es una rebeldía premeditada contra lo impuesto por los académicos que usan el lenguaje puro y correcto para imponer sus criterios e ideologías de dominación en todos los campos. Asumo la responsabilidad de mis errores u omisiones, del supuesto ultraje a la lengua de la Real Academia, y lo expreso sin ambages ni pretensiones de erudito: es por eso, que todos los errores y, aun los horrores, hallados por el vulgo de éticos y de clásicos, en mis libros, han sido voluntarios, deliberada y conscientemente puestos allí, no sólo para enojarlos y aun escandalizarlos por mis flagrantes violaciones a sus cánones, sino para demostrar con ellos, cuan distante estoy yo, de todos esos rebaños letrados o semiletrados que pacen en las dehesas anacrónicas de la Tradición, así como el vulgo inconsciente que aspira cándidamente a dar o a quitar reputaciones, con la sola autoridad de su insuficiencia.
Mi estilo va más allá de las normas y de las reglas gramaticales, en busca de una autenticidad que pertenece a quienes se atreven a desacatar y a producir obras sin temer ser criticados o admirados por quienes respetan la normatividad o por quienes la trasgreden o simplemente por quienes se hunden en la esencia del pensamiento sin detenerse a contemplar el uso del lenguaje. Mi discurso es contestatario.