Los creyentes prefieren una respuesta tranquilizadora a una verdad incómoda, eligen siempre, en lugar de tomar las riendas de una existencia difícil, la promesa de que un ser magnífico resolverá sus angustias. Por eso jamás desaparecerá la creencia religiosa y, por eso mismo, tampoco lo harán los extremismos. La lucha contra la superstición religiosa es una batalla perdida. Lo reconozco. Pero no se llamen a error. Esa batalla no la pierden los ateos o los movimientos anticlericales, la pierde de modo catastrófico el género humano que persiste en su más pesado lastre evolutivo y renuncia a superar su estado infantil.
K. Ziegler
Un tipo que debería estar en la cárcel o por lo menos en el retiro gozando de su ilimitada fortuna, y al que sus enemigos, muchas veces con pruebas, han acusado de todo lo imaginable y lo inimaginable, casi como a un emperador del Bajo Imperio Romano: desde el estupro hasta el fraude, desde la satiriasis hasta la venalidad. Pero él se ríe siempre cínico, consciente de que nunca se irá. Es más: cuanto más lo odian sus enemigos y más lo critican y más lo reseñan y más se ensañan con él, más fuerte se hace, mayores son sus golpes y mejores sus jugadas. Casi como si las graves acusaciones que le hacen desde hace años no solo no disuadieran a sus seguidores sino que incluso los persuaden de apoyarlo con más fervor y entusiasmo; como si allí hubiera una provocación y un estímulo, no un prontuario.
FVG
No somos un pueblo heroico, más bien nos caracterizamos por nuestra proverbial capacidad para el sufrimiento, para la resignación, para el sometimiento, es decir, para la cobardía. En Colombia no afrontamos la vida: la padecemos; y recordamos orgullosos como a nuestra Capital, epicentro del poder político y económico de la República, no la fundó un guerrero sino un tinterillo. De ahí nuestra vocación de picapleitos esclavos de los formulismos y de los incisos.