INSTRUCCIONES PARA SUBIR UNA ESCALERA
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de
manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y
luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una
nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada
hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano
izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal
correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón.
Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se
sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido
a la escalera, ya que cualquier otra combinación producirá formas quizá
más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un
primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan
particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de
pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que
los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa,
y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por
levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi
siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en
el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar
llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también
llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y
llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo
peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el
pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la
coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace
difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo
tiempo el pie y el pie.)
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente
los movimiento hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella
fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se
moverá hasta el momento del descenso.
PREÁMBULO A LAS INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño
infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan
solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure
porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan
solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás
contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te
regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo
pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un
bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de
darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga
siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las
vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico.
Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al
suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca
mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los
demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para
el cumpleaños del reloj.
INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ
Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con
una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente.
Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren
regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él
brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del
pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo
latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada
cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj,
gangrenando la fría sangre de sus pequeños rubíes. Y allá en el fondo está la
muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no
importa.