No hace falta un Dios-creador para explicar la obra de la naturaleza ni un Legislador Divino para prescribir las leyes de la moral.

Carlos Bueno

18 agosto, 2023

Spinoza, el marrano de la razón - Bibliotheca Sefarad

Para Spinoza, las religiones históricas sobre todo el judaísmo, y el cristianismo, son los mayores obstáculos con que tropieza el conocimiento filosófico claro y el surgimiento del principio de inmanencia. Si Descartes atribuyó la fuerza antirracional, ese velo que oscurece la luz de la razón, al prejuicio y la tradición, Spinoza, en un paso más audazmente radical, la relacionó específicamente con las religiones históricas, sus dogmas, imágenes y creencias enquistadas.

Por eso, antes de cualquier filosofía de la inmanencia, debía emprenderse una crítica de dichas religiones, a fin de limpiar la mente de imágenes trascendentes y prepararla para su despertar. En otras palabras, el acceso al conocimiento verdadero y a través de este a la vida digna, dependía de un grado previo de confusión y escepticismo de la religión histórica.

…Spinoza al contrario de Hegel o de Kant no tiene una teoría del crecimiento histórico de la racionalidad, y al contrario de Freud carece de una teoría de la represión y la resistencia, y apela insistentemente a la categoría de superstitio religiosa.

Lo que cierra el camino a la idea verdadera, y la vuelve revolucionaria, es la masa enorme de la religión revelada con sus falsas imágenes de la deidad, alimentada por el miedo y la ignorancia de las causas verdaderas, refinada en  teología  teísta y transmitida a través de generaciones por la educación y el lenguaje.

En consecuencia, la evidencia inherente de la idea verdadera no puede afirmarse en la conciencia actual a menos que antes se proponga una crítica de la religión supersticiosa, no solo como puro argumento lógico sino también como poder social y cultural.

Kant se atiene al principio de inmanencia en lo que más importa; pues al establecer los fundamentos del mundo natural y moral no admite apelación a poder o autoridad alguna por encima de la del hombre. No hace falta un Dios-creador para explicar la obra de la naturaleza ni un Legislador Divino para prescribir las leyes de la moral.

La propia religión debe excluir  de su fundamento la idea de Dios y basarse exclusivamente en la autonomía de la voluntad humana racional. Es la mente humana, cuando ejerce su espontaneidad racionalmente estructurada, la que dicta para si las leyes de la moral y la religión, del mismo modo que legisla las pautas universales y necesarias, semejantes a leyes, que la naturaleza obedece.

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