Tulio Bayer XII
Viejos automóviles Chrysler de color verde avanzando por la avenida central y entre ellos uno descapotado con la figura del padre Antón Botero, nuevo héroe nacional perseguido por el gobierno, que temía a su carisma y a las masas desbordadas que lo recibían en todas las ciudades de las alturas andinas, los valles, las mesetas , y las costas. El vehículo recorrió toda la calle central hasta llegar a la Plaza de Bolívar en donde abriéndose paso entre madres lagrimeantes y devotos histéricos, logró subir al palco, vestido de traje completo negro y camisa negra de cuello abotonado sin corbata.
Petronio está entre el público y escucha lelo al nuevo Jesucristo de ojos azules y rostro blanco, de labios gruesos y nariz aguileña. El hombre pone la mano sobre el corazón y ofrece la esperanza mientras siguen y siguen llegando las mujeres con sus hijos y los ancianos zapateros, barberos y sastres enarbolando las banderas rojas de la renovación.
Eduardo García Aguilar. El bulevar de los héroes. México: Plaza y Janés, 1987
Gancho ciego
Pero las aventuras de Bayer continúan. Parodiando aquello de que en épocas como éstas, el lugar de un hombre honrado es la cárcel, Bayer fue a templar a La Modelo luego de la aventura guerrera de los Llanos. Capturado por el Coronel Valencia Tovar padecerá un tortuoso camino jurídico que nunca terminó, acusado de rebelión y otros delitos, pero le sirvió para acrecentar sus conocimientos de la picaresca y el hampa criollas: Gancho ciego, 365 días y una misa en la cárcel Modelo. Nunca logró establecer diferencias entre el mundo de afuera y el de adentro. De sus reflexiones en prisión y partiendo de las aventuras de un simpático estafador, estructura lo que no se puede llamar ni novela ni ensayo, pero que a la postre se convierte en lo uno y en lo otro gracias a su prosa cáustica e incisiva. Hay pasajes que preludian y anteceden al realismo mágico.
“Yo estaba recién llegado a la cárcel Modelo de Bogotá, y una mañana, al salir del pasillo en donde estaba entonces ubicada mi celda al corredor central, noté de un primer golpe que estaba silencioso y extrañamente vacío.
“Este corredor central, camino de todos los días, calle mayor de la ciudad carcelaria, fue sin duda ideado por un devoto de un cierto tipo de arquitectura punitiva: largo, larguísimo, entre altos muros grises avaramente agujereados de tragaluces, interrumpido a trechos por rejas de hierro destinadas a impedir el paso de un patio al otro, el piso sucio, las sombras de los prisioneros desplazándose como fantasmas adosados a los muros, y allá lejos, siempre muy lejos, la pequeña puerta de acero por donde uno entró un día con el raído colchón al hombro y el abollado plato de aluminio, puerta que se abre varias veces al día, deslumbrante rectángulo con la luz de allá afuera, como un espejo en el fondo de la gran trampa: Se tarda algún tiempo en adaptarse a estos detalles y a algunos otros, del mismo modo que la vista no descubre inmediatamente los objetos y los rostros de las personas al llegar al gran corredor, y lo primero que llega a los sentidos es el rumor, el cuchicheo, el tropel. Luego se perciben los bultos, las sombras; y a condición de no mirar los tragaluces, ni el destello de la puerta de acero cuando se abre, todo va surgiendo de la penumbra.
“La geografía física de la cárcel Modelo es atípica con relación a la del globo terrestre. Tiene con relación al sol solamente un polo. Posee en cambio dos zonas ecuatoriales. El tercer patio, ombligo de la cárcel, es el polo. Es gélido. Es un rectángulo encementado, con altos muros húmedos, cubiertos a trechos de un liquen verdoso con algunos parches del color de la sangre seca. Estando allí uno tiene la sensación de haber descendido al fondo de un pozo. El sol sale poco en Bogotá, pero cuando sale no llega jamás al tercer patio. Sus primeros rayos son para el primero y para una zona prohibida del quinto, cercano a la puerta trasera. Los del mediodía caen sobre este quinto patio y luego todos los de la tarde. Estos últimos llegan al primer patio solamente a una zona, también prohibida, protegida por una alambrada, resultando así que las áreas soleadas son los dos extremos de la prisión.
“Ello explica que la masa de prisioneros esté animada de un movimiento de traslación alrededor del sol. Por la mañana los reclusos se agolpan a las rejas buscando el paso hacia el primer patio. Por la tarde, hacia el quinto. El reglamento carcelario gira en torno al patio: el prisionero debe tomar el sol en su propio patio, aunque este patio no exista o aunque el sol nunca llegue a él. Sin embargo, la masa de prisioneros se mueve… Este movimiento de traslación, gobernado también por otras leyes sin relación con el evidente desplazamiento del sol, es el movimiento carcelario aparente de masas. Hay otro movimiento de rotación: el que hace cada prisionero alrededor de sí mismo, de su causa, de su negocio, de su problema. Es un movimiento íntimo, soterrado, invisible, pero constante. Es este movimiento el que le da a cierto número de prisioneros un aire místico como si estuvieran en retiros espirituales”.
“Uno descubre que los grandes criminales son unos místicos y los pequeños delincuentes unas beatas. Los primeros le dan a la prisión su ambiente trágico, su autenticidad. Los segundos su alegría, su ridiculez y su folclor. Como afuera, son los grandes los que hacen la historia y los de abajo tejen la leyenda que permite que los grandes sean grandes.
“Los asesinos y los homicidas son los obispos, los grandes sacerdotes del templo carcelario. Los otros delincuentes hacen papeles subalternos: presbíteros, sacristanes, monaguillos. El pueblo está compuesto de estafadores bisoños, de asaltantes frustrados, de honestos sindicados de bigamia; de acusados de cohecho, de estupro y de abuso de confianza, de pacatos malversadores de fondos públicos, de delincuentes ocasionales en varios géneros menores, de inocentes en el delito que se les atribuye, de inocentones y de ganchos ciegos.
“Hay un bajo pueblo deshumanizado: son las ratas, los viciosos, consumidores habituales del opio de las cárceles columbovaticanas: la marihuana. Las llamadas autoridades carcelarias desde el director hasta los guardianes, no hacen otro papel que el de mantener dentro de ciertos límites la verdadera, la auténtica jerarquía intracarcelaria, que ejerce sobre ellas una fuerza centrípeta. La función del director es mantener una órbita entre la fuerza de gravedad intracarcelaria y la atracción planetaria y bobalicona del ministerio de Justicia, órbita variable con eventuales escapes por la tangente, que hace de este puesto un verdadero problema de mecánica celeste.
“La jerarquía interna es estricta, aceptada por todo el mundo. Se compone de un estado mayor del que hacen parte los más eminentes en las grandes especialidades: asalto a mano armada, contrabando de estupefacientes, robo y contrabando de automóviles, grandes estafas, abigeato motorizado. Este estado mayor se agrupa casi todo en el primer patio, en celdas comunes que no se diferencian de las otras sino en que estupendamente abarrotadas de colchones, almohadas, frazadas, cocinillas eléctricas, radios, tocadiscos, libros y útiles de escritorio.
“En cada patio, en cada pasillo, hay un recluso que es el jefe natural y que está en conexión con la pesada. Alrededor de ésta se mueve un cierto número de colaboradores, dentro y fuera de la cárcel, que asegura la información y diversos tráficos. Es el servicio secreto y el engranaje administrativo. Hay un sector de esta jerarquía que es alegre y respetado como sesudo: el de los estafadores profesionales. Vienen a ocupar sus celdas por períodos calculados de antemano, mientras se adelantan investigaciones que nunca desembocarán en una condena. El trabajo ha sido bien hecho. Dentro de la cárcel adelantan otros estudios y son el servicio diplomático que suele ayudar a zanjar los problemas entre los dirigentes.
“De todos modos, de la pesada a los zanahorios, cerebros o analfabetos de la delincuencia, la estructura del mundo de adentro no se diferencia de la estructura del mundo de afuera: es una sociedad de clases, una gran sociedad columbovaticana en miniatura. La cárcel se construyó sobre una antigua laguna que se acabó de rellenar, de modo que toda excavación se topa con agua a los sesenta centímetros. Esto hace impracticable la fuga por el método tradicional del túnel, al menos para prisioneros que no puedan proveerse de equipos de perforación y de navegación subacuática como lo hacen en las películas los prisioneros norteamericanos.
“No obstante, el tunelero es apenas uno de los métodos de fuga y la sabiduría carcelaria enumera otros: el garrochero, el ventanero, el tarabitero, el de confianza, el de burundanga, el de disfraz y el armado. Y los expertos se cuidan de enumerar el más frecuente, con el que se fuga cada mes por lo menos un preso, sin que sea posible identificar al fugitivo, una especie de fuga jurídica, una fuga sin fuga. Es la especialidad columbovaticana. Se podría hacer una clasificación de las fugas a partir del elemento que le sirve de base (aire, tierra, fuego, agua), o de su modalidad (psicológica, farmacológica, jurídica) y elaborar así una serie de esquemas posibles, pero la combinación de los métodos es frecuente y las variantes son infinitas. Analicemos las fugas tradicionales. Contando la triple hilera de alambre de púas, electrizado, el salto con garrocha exigiría la capacidad de saltar cinco metros que sería una marca mundial, cayendo sobre terreno duro, aparte de otros inconvenientes como los disparos que podrían provenir de las garitas. No hay noticia de ninguna fuga con garrocha.
“El ventanero es un término de antaño, aplicado a las cárceles de pueblo que tengan ventanas que dan a la calle. En La Modelo es realizable para quien se oculte en las oficinas situadas en el bloque exterior, a las que tienen acceso algunos prisioneros para hablar con el asesor jurídico, y lograr así un potrero adyacente. Ha sido intentado pero no logrado. El método llamado tarabitero tiene a su favor todos los factores teóricos que lo hacen posible: algunos bloques de celdas están relativamente cerca de los muros exteriores y estos no sobrepasan en ningún punto la altura de cinco metros de altura, en tanto que los edificios con cinco pisos cada uno, miden 16 metros. De modo que con modesta ayuda del exterior es posible tender una cuerda del hastío a la libertad, deslizarse por ella como un alpinista o un bombero, o hacer el viaje en oroya como pasando un río.
“Hubo alguien que se empeñó en la vía aérea. Dado que soplaba siempre el viento en las terrazas y que era posible llegar a una de ellas sin ser visto, durante la noche el aprendiz de pájaro comenzó a construir cometas. Sus modelos experimentales, cada vez más aerodinámicos, llegaron a ser una de las diversiones de su patio. Cada vez más grandes, cuando apareció una supercometa que recordaba la forma de un vampiro con dobles alas translúcidas, surcadas de nudosas nervaduras de mimbre. Hasta los guardianes siguieron con escéptica simpatía las evoluciones de la pesada máquina que no creían capaz de levantarse del fondo del patio. No recordaron que ningún artículo del Código carcelario prohibiera elevar cometas.
“Al fin, la máquina lanzada porfiadamente en uno y otro sentido y gobernada por varias cuerdas como un títere, se escapó de los cuatro muros y comenzó a navegar por el cielo cuadrado del patio como un ave monstruosa del paleolítico. Fue tal su fuerza que levantó a su piloto-prisionero varios centímetros del suelo y le hizo dar varios pasos muro arriba. Los reclusos rieron. Catalogado como chiflado, el hombre de las cometas siguió con su deporte por algunos días, hasta que en todos los patios resultaron reclusos ansiosos de jugar con el viento”.
“Los ratos soleados de la prisión se transformaron en bulliciosa fiesta de colegiales y los cielos de patios se poblaron de cometas multicolores y frágiles como mariposas audaces contra el viento como gaviotas, sin que faltaran las cometas piratas armadas de cuchillas de afeitar. Todo el espectáculo era seguido por los cautivos con ojos nostálgicos de infancia y de libertad. El Director explicó entonces por la red de altavoces que según el espíritu de las leyes, las cometas violaban la incomunicabilidad de las prisiones con el exterior y que inclusive podían causar trastornos a la navegación aérea de un aeropuerto vecino. Todos comprendimos más o menos confusamente que para el gobierno las cometas no eran un juego de niños en manos de hombres privados de libertad y que había algo subversivo en toda intentona colectiva de ascenso, en todo impulso de abajo-arriba, así fuera pueril o poético. Al hombre-cometa le decomisaron su gigantesco murciélago y todos lo vimos pasar arrastrado por dos guardianes, un poco tristes, como cuando sacaban un muerto. Calladamente, el hombre-pájaro pensó entonces en el globo.
“Meditando en su celda, halló que el globo tenía la ventaja de poder gobernar el descenso. Y merodeando por la prisión encontró que en los talleres había la posibilidad de obtener el hidrógeno para inflarlo. En su nueva empresa gastó sigilosamente varios meses. Se pensó que había olvidado su manía voladora. Una noche logró quedarse fuera de su celda cuando pasaron la reja corrediza, logró transportar su equipo hasta un cierto lugar del patio, logró trepar con peligrosas piruetas hasta una de las terrazas y logró tener finalmente tener todo listo para el vuelo.
“Abrazado al voluminoso globo de tela negra se tendió en la terraza y contempló la más triste ciudad del mundo que estaba a sus pies. Un silencio de yermo helado, un millón de luciérnagas agonizando en un pantano inmenso. Por algunos instantes muy arriba, en uno de los cerros que hacían masa sólida con las tinieblas apareció una cruz iluminada presidiendo el paisaje fúnebre. El hombre-pájaro comprendió entonces que lo que debía ser su hogar no era ninguna de las lucecitas titilantes ni siquiera las más débiles y lejanas esparcidas al sur. Supo que para escaparse verdaderamente tendría que volar lejos, muy lejos, hacia un país ignoto y soleado, en donde no estuviera levantado un patíbulo en cada cerro, un convento en cada esquina, una iglesia en cada barrio, un basurero por vivienda de los pobres, un lontano país en el que vida no estuviera envuelta en un sudario, encerrada en los prejuicios altos como montañas y tejida de sordidez y de melancolía. Decididamente el hombre-pájaro tuvo la certeza de que en cualquier sitio en donde cayera su globo, no encontraría sino persecución y la miseria de siempre. Solamente entonces sintió el intenso frío y añoró la tibieza de su celda.
“Oponiéndose con todas sus fuerzas a la violencia del viento, infló completamente el globo. Le fijó el cilindro de acero y cortó las amarras. Borradas las huellas de un acto largamente esperado que en el momento de la ejecución le pareció sin sentido, experimentó el temor del descenso, sonrió pensando en que tal vez era el único hombre que iba a correr peligro, no ya para fugarse sino para regresar a la cárcel. Ya en uno de los patios resbaló en una laja y su silueta fue vista por uno de los guardianes de la garita que lo derribó de un disparo y el aeronauta arrepentido concluyó su larga y lúcida agonía desangrándose en la enfermería, esperando una ambulancia. Solamente se quejó de que el guardián lo hubiese matado sin necesidad. El hombre-pájaro sucumbió en la negación de la fuga, en la antifuga.
“La prensa traía en su primera página una noticia sobre un platillo volador, acondicionado para espionaje nocturno que había sido abatido con fuego antiaéreo cuando pasaba volando a baja altura sobre el batallón Caldas. En la última página se informaba que durante la noche había sido herido un preso de la cárcel que intentaba una fuga”.
“La visita de las Damas de la Acción Católica es anual. Para prepararla, el capellán la anuncia a los reclusos por los altavoces ocho días antes. Los exhorta al buen comportamiento: ni torsos desnudos, ni palabras obscenas. A su vez, el Director, como todos los años, prohíbe terminantemente y de una vez por todas, las imágenes pornográficas en las paredes de las celdas. Día de la visita: un coro de reclusos canta en la capilla “La marchitez inmarcesible”, himno columbovaticano y después el himno de la Acción Católica que con los cambios de la iglesia tiene un poco la letra y un poco la música de La Internacional. A continuación un recluso que ha compuesto un pequeño discurso corregido por el capellán, le entrega a las distinguidas visitantes unos humildes obsequios consistentes en cestas de fique tejidas a varios colores. Para la señora presidenta hay un regalo especial: un pájaro de cuerno y uno de los cofres fabricados por los artesanos del quinto patio. Terminado el discurso, el orador entrega un memorial firmado por centenares de prisioneros, pidiendo una rebaja de penas.
“Los componentes de esta visita son siempre una dama vieja, supermaquillada y roncoparlante que explica que ha arruinado su garganta en el apostolado, aunque fuma más que un recluso la víspera del juicio público. Tampoco cesa de proclamar que a ella no le da miedo entrar a la prisión porque todos los detenidos son muy decentes. A su lado marchan unas muchachas, frescas orquídeas de invernadero de la oligarquía, tan temerosas de todos nosotros como secretamente convencidas de que van a ser violadas en algún pasadizo. Al cortejo lo acompaña por todas partes el Director, el subdirector y una numerosa escolta compuesta de guardianes y miembros de la policía secreta.
“El Director procura complacer a las gazmoñas damitas llevándolas a conocer, más o menos discretamente, a los reclusos estrellas. A los que han figurado en la prensa en los últimos días. Las curiosas se acercan a ellos, los encuentran siempre, mucho menos terribles de lo que imaginaban, y les regalan medallitas de aluminio con las imágenes del Sagrado Hígado de Jesús, del Doble Corazón de María y las últimas estampitas de la moda litúrgica. Otra vertiente del amor carcelario es el homosexualismo.
“Antes de la visita conyugal, el homosexualismo estaba extendido por toda la cárcel. La entrada de un detenido joven era casi invariablemente seguida de su violación por un grupo enardecido de reclusos poseídos por todos los demonios de la lujuria.
“Muy pocos se marginaban de estas orgías que llegaron a ser un rito carcelario, como la colgada. Muy pocos ingresados de esas épocas lograron defender exitosamente sus retaguardias. La tradición carcelaria recuerda algunos mártires y señala con el dedo, discretamente, a ciertas víctimas que quedaron marcadas por la afrenta.
“Entretanto, doctores grandilocuentes y legisladores de cuellos proconsulares hacían discursos y discutían con obispos de doble papada sobre el problema sexual en las prisiones. El Sociólogo Vitalicio escribió un extenso tratado que algunos consideraron la obra maestra sobre el problema: era un curioso galimatías constelado de interpretaciones etimológicas y semiológicas que principiaba hablando de Venus, aludía en términos esotéricos a la libido, mencionaba naturalmente a Sodoma y Gomorra, y concluía con una descripción incompleta del modo particular como se reproducen los gasterópodos.
“El Gobierno hizo entonces una edición de medio millón de ejemplares, distribuyó doscientos mil entre los altos funcionarios y los diplomáticos de los países amigos, envió dos ejemplares especiales, uno al Santo Padre y otro a la Biblioteca de Washington, y construyó un edificio especial para guardar el resto. Por extraño que parezca, estos esfuerzos no cambiaron la situación dentro de las prisiones.
“El Senado columbovaticano decidió buscarle una solución al problema. La cámara de representantes, que algunos llaman a la inglesa, de los comunes, protestó diciendo que tan magno problema debía tratarse en ambas Cámaras, en sesiones extraordinarias del Congreso. Las sesiones eran radiodifundidas, pero muy pronto la discusión se tornó tan prolongada que interfirió la emisión de las radionovelas y por otro lado hubo protestas por lo escabroso del tema. Se decidió en consecuencia hacer las sesiones secretas para no lastimar la moral de las novelas radiales y no hacerle desleal competencia a las historias de las señoras que podían contar discretamente cosas mejores.
“Y como era necesario mantener democráticamente informados a los electores, las discusiones secretas se publicaron en los diarios. Dada la publicidad de las sesiones secretas se pudo saber que pasada la etapa erudita, esto es una especie de desfile de modas en el que cada parlamentario procuró demostrar que había leído a Sigmund Freud, a Amiel y que ya había encargado a París el último libro de Gide, comenzaron a presentarse las soluciones, al parecer no muy concordantes con el credo filosófico de cada proponente: así un Senador que se decía marxista declaró que todos los prisioneros pertenecían a una especie de basura humana que los tratadistas llaman lumpenproletariat, esta palabra la llevaba apuntada en un papelito y que en consecuencia como lo había dicho muy Marx, en su libro Mi lucha, lo que debería hacerse era meter toda esa gente en cámaras de gases y después hacer jabón con ellos.
“Esto suscitó una gran protesta, se cruzaron apuestas sobre si había sido Marx o Hitler el que había escrito Mi lucha, un representante caldense aprovechó la oportunidad para recitar La Balada de la cárcel de Reading de Wilde, y por varias semanas las sesiones se hicieron alrededor de la pena de muerte y se repitieron los grandes discursos hechos al respecto por los parlamentarios columbovaticanos del siglo pasado. La prensa hizo un gran alboroto con la ignorancia del marxista, pero él hizo unas declaraciones diciendo que él era marzista, con zeta, y que su intervención había sido un recurso dialéctico para no entrar en un tema que, por el momento, no era prudente tratar.
“Las mayores obscenidades se oyeron cuando un Senador conservador propuso, después de citar a Santo Tomás de Aquino y de hacer un prólogo sobre el mal necesario, que se comprara a una compañía norteamericana unos modelos de mujeres de caucho, inflables a voluntad que habían dado excelentes resultados en la US Navy. Esta intervención dio rienda suelta a la imaginación de los legisladores que sugirieron sucesivamente: la visita de las mujeres presas a las cárceles de varones, de los varones a las cárceles de mujeres, las cárceles mixtas, la adición de una droga afrodisíaca a la comida de los prisioneros, la revisión total de la legislación de prisiones y finalmente, después de varios duelos a muerte entre senadores, en los cuales no pereció ninguno de ellos, el problema se dejó en manos de una comisión.
“Al año siguiente, un sacerdote joven que había estudiado en Lovaina propuso sencillamente, en un púlpito durante una Semana Santa, que se permitiera la entrada de las mujeres a las cárceles de varones. Entonces el Cardenal Primado, sabedor de que todos los cismas los hacen siempre los sacerdotes que hablan más de la cuenta, decidió suspender al predicador a divinis. Empero, la propuesta del sacerdote y el castigo al que fue sometido causaron sensación y el Nuncio Apostólico italiano, anunció que la Santa Sede se ocuparía del problema de las amadas cárceles columbovaticanas. Después de algunos meses de estudio, la Santa Sede encontró la solución: se dejarían entrar cada cierto tiempo a las esposas legítimas de los reclusos, previa presentación de la partida de matrimonio eclesiástico.
“Los talleres de falsificación de la cárcel Modelo se ocuparon entonces del suministro de las partidas de matrimonio a precios razonables. Los guardianes se cansaron de exigir un documento que presentaban hasta las más sospechosas y nació así la visita conyugal de los jueves, una visita de mujeres, tal como lo había previsto el levita anatematizado”.
Finalmente, sobre la valoración literaria del texto recojo la síntesis que hace el filólogo y crítico Juan José Isaza: En el conjunto del trabajo como escritor de Tulio Bayer, que es bien considerable, se destaca Gancho Ciego por sus refinadas características literarias. Al punto que puede calificársele sin vacilaciones como una novela, pues si consideramos que entre los géneros literarios ella, la novela, es la que más innovación y creatividad permite en la expresión, debemos concluir que Gancho Ciego es la propuesta creativa de Tulio Bayer para una novela.
Se trata de una novela de mediana extensión dividida en 24 capítulos cortos que se van alternando para desarrollar dos temas aparentemente distintos. En los capítulos pares el protagonista-narrador hace una lúcida descripción, física y humana, del interior de la cárcel Modelo de Bogotá, donde se halla preso; y en los capítulos impares se desarrolla un diálogo entre ese mismo protagonista narrador y su compañero de prisión, Carlos Colombo, quien finalmente es el protagonista de la narración que resulta de ese diálogo.
Es difícil señalar algún aspecto, físico o metafísico, que se escape a la observación fina y sutil del narrador al interior de la cárcel Modelo de Bogotá. La división social entre los presos, muy similar a la exterior de sus muros: una estratificación tan rígida como las castas hindúes. “La colgada”, ceremonia de bienvenida que consiste en el despojo de las pertenencias personales del recién llegado, a menos que una orden del estrato más alto “la pesada” lo evite. La fuga, fantasía de gran parte de la población carcelaria; sus distintos métodos, que van desde las astucias del cambio de cédulas, hasta la descripción poética y surrealista de quien construye cometas para volar con ellas. El narrador hace gala de distintas formas de humor fino –ironía, sátira…- en el capítulo donde narra la visita del ministro de justicia para buscar la balanza de la justicia en la cárcel. Es oportuno anotar que el humor del narrador a lo largo de la obra es el mismo irónico y agudo del buen novelista que, además de tonificar la lectura, resulta siendo una eficaz herramienta del conocimiento que evidencia sutilezas esenciales. Inevitable la risa cuando describe la mojigatería y la ineptitud de la clase dirigente ante el tema del homosexualismo. Todos los detalles rutinarios de la cárcel Modelo van pasando por los renglones de Gancho Ciego: las dos comidas diarias, su contenido, la formación para recibirla, los especiales del mes; las visitas extraordinarias de los magistrados, las de los sacerdotes, la de las damas de la Acción Católica; las visitas ordinarias, las conyugales y las semanales, las filas, las requisas, la descripción de los tipos de las visitantes… Es frecuente la comparación de la cárcel con el mundo exterior, de manera que ella resulta ser un laboratorio para la observación de la sociedad colombiana (columbovaticana, como la nombra el narrador), y para ello se detiene en “los zanahorias”, humildes e inocentes, para ahondar en la observación de la injusticia social. Esta comparación también es muy elocuente cuando se refiere a los negocios al interior de la cárcel: la libertad (los abogados), el alcohol y la marihuana. Un ejemplo del agudo sentido de la observación es la descripción de los diferentes decorados de las celdas de acuerdo al tipo de delincuencia: homicida, ladronzuelo, pistolero, zanahoria, inocente… “La gran mayoría de los reclusos no ponen en los muros sino su mirada angustiada.”
Sin embargo, tan exhaustiva y aguda observación no se limita a un informe, a una reseña descriptiva, a un catálogo de hábitos y comportamientos, pues, además de que puede ser todo lo anteriormente nombrado, elabora algo que toda novela se encuentra en la necesidad de hacer: la construcción de un universo, de su propio universo. El universo donde habitan los personajes y se desarrollan los hechos de la historia, la narración. El protagonista-narrador y Carlos Colombo se conocen desde el primer capítulo cuando el primero aplica un torniquete en la pierna herida del segundo que le salva la vida, sellando así una amistad incondicional a pesar de las diferencias ideológicas y religiosas. En estricto sentido los personajes son solo dos, el protagonista-narrador y Carlos Colombo, y no desarrollan otra acción distinta al diálogo, al final de las noches mientras fuman cigarrillos. Sin embargo, en Gancho Ciego, como en toda buena novela, los sentidos no son estrictos, ni mucho menos obtusos, por el contrario, sugerentes, abiertos, recursivos. Y es por eso que a partir de una actividad tan simple como un diálogo aparece la riqueza de otros personajes, otros paisajes, otras situaciones, otros puntos de vista vitales. El protagonista-narrador apenas si pronuncia las frases cortas y las preguntas para que Carlos Colombo desenvuelva la historia de su vida que es la materia narrativa de la novela. Colombo, personaje de humilde extracción social, intenta, alentado por su madre, un camino de ascensión social honesto y honrado. Pero, como siempre sucede, los hechos son tozudos y lo fueron conduciendo, como un maestro de ceremonias, al camino de la delincuencia. Colombo se presenta y se ufana como un fino profesional de la delincuencia, lo que se demuestra al final de la novela. Su especialidad es el robo a bancos y joyerías. Se narra someramente sus inicios, sus primeros golpes, sus primeros fracasos, pero lentamente, noche a noche, su biografía se va concentrando en un personaje El Mago que es su maestro y, más precisamente, en el golpe a una casa de cambios en Caracas. La historia de Colombo va de lo general de sus inicios a lo particular del golpe a la casa de cambios como la cámara de cine que nos presenta la perspectiva de un extenso paisaje y paulatinamente se va acercando hasta mostrarnos a un hombre satisfecho sosteniendo un maletín en una de sus manos. Los últimos cuatro capítulos son dedicados exclusivamente a ese golpe con la maestría que muchas novelas negras desearían: suspenso, precisa descripción, imaginación, astucia, fino humor…
En conclusión, la propuesta novelística de Tulio Bayer con Gancho Ciego es muy original en su tratamiento, su estructura, y, como en toda buena novela, el placer de la lectura se combina con una lúcida reflexión sobre un momento histórico en un lugar preciso.