Rafael Gutierrez Girardot –
Juan Guillermo Gómez García
“Jorge Luis Borges. Ensayo de interpretación” de 1959, significa una pieza mayor de la obra crítica de Rafael Gutiérrez Girardot. En este trabajo se enfrenta al problema del “agudo intelectualismo” o “cerebrismo” de Borges. Es decir, a la nota más característica de Borges y que, en forma desconcertante (miope, solía decir Gutiérrez), ha sido el objeto de reproches continuos. Se ha asimilado, el “agudo intelectualismo” borgiano a una literatura que habla, no de hombres vivos, sino de letras e identificado a su autor con sus productos literarios como una cosa inescindible, es decir, que Borges es como sus personajes, “hijos de las letras”. Pero eso antes que un reproche o un defecto, es para Gutiérrez la sustancia de la obra y la personalidad de Borges: en efecto, son “hijos de la letras”, “pero no como simple creación artificial, sino porque son hijos del universo que es el Libro”.
La inteligencia, que es tan humana como los sentimientos, que es un don “humano, demasiado humano”, que es lo más humano, “porque contiene el saber del gozo y es la expresión de la lucidez de la inteligencia”. Pero esto acontece en medio de un problema, ese sí abrumador, que es el límite heredado de la lengua castellana, y al cual Borges dio una respuesta paradigmática. Ironizó sobre la peculiaridad de una literatura de “siempre desengaños, consejos, remordimientos, escrúpulos, precauciones, cuando no retruécanos y calembours, que también son muerte”, es decir, que Borges convirtió, según Gutiérrez, este punto de partida polémico en crítica del lenguaje: “(…) las palabras son muchas”, en esa lengua, “pero la representación es una y variable”, escribe Borges, y deduce Gutiérrez: Borges hizo una crítica a una literatura que se hipnotiza a sí misma en un juego de palabras, en el sonido o ruido de palabras, como en Gracián, y desatiende la representación, vale decir, la imaginación poética. Porque justamente, el comprender que el laberíntico juego de la cosa y lo que la menciona, es la representación, la metáfora, el símbolo inapresable de otros símbolos ocultos, es una literatura que usa de la fantasía (el nihilismo o “pavor metafísico” que representa con suave sonrisa a Dios y al hombre como pasajeras creaciones intercambiables) y, por ende, no se confunde con la llana sonoridad. De ello se desprende esa pirotecnia borgiana: los espejos, las repeticiones, los destinos insólitamente cruzados, el sueño que sueña, etc.
El dialéctico Borges es el maestro de la ironía, que es la forma en que se distancia serena y discretamente de su realidad impuesta, del lenguaje de convención al uso. “¿Cuál es el contenido, cuál es el objeto de la ironía?”, pregunta Gutiérrez, y responde: La ironía muestra una defectuosa relación. En Borges este defecto es desproporción: entre la naturaleza del lenguaje y su capacidad y sus ambiciones expresivas. Por ejemplo, o entre el hombre finito y el que quiere y cree apoderarse de lo infinito, o entre el hombre mortal y el que cree saberse inmortal, o entre la conciencia y el engaño, etc. Por este lado se acerca la ironía a la sátira, de la cual se diferencia, sin embargo, porque esta última carece de una alusión a algo consabido e inexpreso, de la excentricidad y de cierta discreción propia de cuanto es alusión.
En la ironía de Borges esto consabido e inexpreso es la desproporción. El nombre con que se suelen designar las desproporciones arriba mencionadas es la contradicción. Esta incluye la negatividad, es decir, la negación de uno de los dos términos, y más concretamente, de aquel que sirve de fundamento a la desproporción de aquel que se cree proporcionado y desconoce la realidad contradictoria. Para el sentido común y para el mundo sentimental, para la simple intuición o para cualquier modo irracional de acercarse a lo real es la proporción lo positivo. Pero es una positividad sin movimiento. El hecho de que la ironía muestre la insensatez de este mundo quieto y positivo es lo que le da superioridad sobre aquél, una distancia de la conciencia frente a la inconciencia de lo meramente positivo, que es con lo que suele determinarse la actitud irónica, y esto quiere decir también lucidez. Y esto quiere decir, que Borges es el hegeliano que ve “el vértigo báquico” donde “no hay miembro que no esté ebrio” y lo enuncia con “transparente y sencilla quietud”.
LA IMAGEN DE AMÉRICA LATINA EN RAFAEL GUTIÉRREZ GIRARDOT