Los mismos que piden que no se lean literalmente la Biblia ni el Corán toman ficción por realidad cuando se enfrentan a la literatura.
Javier Rodriguez Marcos
Mala noticia para la civilización: las religiones del Libro ya no saben leer. Confunden autor y personaje y parecen incapaces de captar la ironía. Los mismos que piden que no se lean literalmente la Biblia ni el Corán toman ficción por realidad cuando se enfrentan a la literatura. Por más que Umberto Eco haya dicho que el protagonista de El cementerio de Praga es «el hombre más odioso del mundo», los ortodoxos temen que sus lectores simpaticen con su antisemitismo. Ni los libros sagrados son tan maniqueos.
En su Historia de la fealdad el propio Eco explica que hay ocasiones en que es imposible transformar la deformidad en objeto de placer y hay que comprenderla como drama humano. Lo mismo valdría para el odio. Lo banal no es el mal sino los malos. Todos podríamos ser verdugos. De eso tratan muchas ficciones. El escritor italiano, que se doctoró con una tesis sobre Santo Tomás, sabe que mucha gente piensa que las novelas bromean sobre las cosas serias. Por eso, en El nombre de la rosa, un libro sobre la risa provocaba la muerte.
Enternece que los inquisidores, como los dictadores, sean los únicos que se preocupan por la literatura. Sus malas críticas multiplican las ventas. Aunque el judaísmo y el cristianismo han desterrado a sus jomeinis, en 1989, días después de la fetua contra Rushdie, L’Osservatore Romano se solidarizó con aquellos «heridos» por Los versos satánicos «en su dignidad de creyentes». Así pues, poca broma.
Nuria Barrios
“Según la tradición islámica, la escritura del Corán fue dictada a Mahoma por Alá a través del arcángel Gabriel. Para vencer la resistencia que mostraban sus vecinos de La Meca a ser convertidos, Mahoma incluyó cuatro versículos sobre tres diosas locales. Más tarde declaró que había sido víctima de una treta de Satán y los suprimió. Aunque en árabe esos versículos se conocen como gharaniq (grullas), los orientalistas británicos del siglo XIX los bautizaron como “versos satánicos” y así llamó Rushdie su novela: The Satanic Verses. Cuando se publicó en árabe, el título fue literalmente traducido como Al-Ayat ash-Shataniya. Shataniya significa Satán, pero ayat hace referencia a los versos del Corán en su conjunto y no a esos cuatro versículos. Aunque el error de origen procedía de la traducción de los orientalistas británicos, en el viaje de ida y vuelta del árabe al inglés y del inglés al árabe, el título tomó la parte por el todo y se transformó en blasfemia”.