El pudor de la historia
Jorge Luis Borges
El 20 de septiembre de 1792, Johann Wolfgang von Goethe –que había acompañado al Duque de Weimar en un paseo militar a Paris- vio al primer ejército de Europa inexplicablemente rechazado en Valmy por unas milicias y dijo a sus desconcertados amigos: “En este lugar y día de hoy, se abre una época en la historia el mundo y podemos decir que hemos asistido a su origen”.
Desde aquel día han abundado las jornadas históricas y una de las tareas de los gobiernos –singularmente en Italia, Rusia y Alemania- ha sido fabricarlas o simularlas, con acopio de previa propaganda y de persistente publicidad. Tales jornadas, en las que se advierte el influjo de Cecil B. de Mille, tienen menos relación con la historia que con el periodismo: yo he sospechado que la historia, la verdadera historia, es más pudorosa y que sus fechas esenciales pueden ser, asimismo, durante largo tiempo, secretas. Un prosista chino ha advertido que el unicornio, en razón mismo de lo anómalo que es, ha de pasar inadvertido. Los ojos ven lo que están habituados a ver. Tácito no percibió la Crucifixión, aunque la registra su libro.