A la memoria de Martin Heidegger
Estanislao Zuleta dictaba en junio de 1978 un curso a un público abierto sobre historia de la filosofía, que comenzaba por
Platón. La muerte de Heidegger lo obligó a interrumpir la secuencia y sorprendió a su auditorio con este improvisado
homenaje. Fragmento tomado de Aquelarre Nº 26 Primer semestre 2014 Revista de filosofía, política, arte y cultura Centro Cultural de la Universidad del Tolima
Siempre hay una parte esencial del ser humano que sólo puede ser definida como aquello que aún no es, como algo que lleva en sí mismo la carencia. ¿Qué es el hombre? Aquello que aún no es, por ejemplo, lo que busca, lo que teme, lo que no puede desear. El hombre nunca se encuentra definitivamente delimitado, completo, pues el ser completo es la definición misma de la muerte; cuando ya no carece de nada, cuando ya no espera ninguna conclusión de sus proyectos, cuando ya no se define por lo que aún no es, es porque está muerto. Lo completo y lo definitivo es la muerte; lo incompleto es la vida. El hombre es, pues, una estructura de posibilidades. Su vida está impulsada, como dice Heidegger en “La Esencia del Fundamento” , por la “fuerza silenciosa de lo posible”.
De nadie podemos decir qué es si desconocemos esa dimensión de su ser que lo configura como una estructura de posibles, de proyectos, de deseos, de anhelos, de temores implícitos, explícitos, conscientes e inconscientes. Ya Platón había dicho en El Banquete que no se puede desear si no se carece, que no se puede desear ser lo que se es. El deseo implica necesariamente la carencia. Pero, ¿en qué puede consistir un ser de cuyo ser forma parte necesariamente la carencia? Porque sólo equivocadamente podemos creer que en el mundo de los instrumentos y de las cosas pueda haber carencias. Tales “carencias” son proyecciones, son sólo carencias para nosotros. A una silla puede faltarle un brazo, por ejemplo, pero esa es una situación que tiene sentido para nosotros, no para la silla misma. Como naturaleza física nada es carente. La silla lo es con relación a un proyecto nuestro como sentarse, o con respecto a una determinada esperanza, que funcione por ejemplo de manera instrumental o estética. En síntesis, si en un objeto físico no encontramos lo que esperamos tenemos una carencia, pero se trata fundamentalmente de una proyección.
Y así, cuando Heidegger se propone desarrollar el tema de la carencia, encuentra por sí mismo, en una versión muy suya, otro tema central de su obra: la angustia. La angustia, tal como él la concibe, no es un estado de ánimo particular, entre otros, sino una situación general, oculta o manifiesta, que siempre está presente porque se desprende de esa característica esencial de la realidad humana que consiste en que el ser del hombre es un ser de carencia, que no puede ser definido en coincidencia consigo mismo porque su sentido siempre está en cuestión y en permanente aplazamiento. Heidegger la distingue pues, de cualquier sentimiento particular.
En su estilo, tan peculiarmente encantador, afirma en El ser y el tiempo, que “aquello de que se angustia la angustia” no es una determinada forma de ser, o posibilidad de la realidad humana, o particularidad de lo existente, sino de la forma misma de estar en el mundo, es decir, de la forma misma de existencia, porque el existente, el ser que pregunta, se pregunta también y ante todo: ¿qué soy yo?, y la respuesta nunca puede ser dada en la forma de una ecuación o de una igualdad, porque se trata de un ser que siempre está en cuestión y por consiguiente la respuesta depende de su propia realización. Una forma particular de la realidad humana puede más bien producir un miedo, pero la angustia no es eso.
Heidegger lo afirma con un ejemplo, en uno de los momentos, no muy frecuentes, en que resulta benévolo con el lector: aquél que va a la guerra y piensa que lo pueden herir o matar, tiene miedo, pues el miedo es la reacción frente al peligro; pero si cuando va la guerra se pregunta si será valiente o cobarde, si huirá o si, por el contrario, se arrojará sobre el enemigo, entonces ya no tiene miedo sino angustia, ya que ésta no se desata por una determinada eventualidad, sino por el hecho de que el ser propio se presenta como un enigma cuya solución depende de algo que no ha sido, que aún no es. La angustia es el reconocimiento de que lo que somos no está dado ni por una forma biológica hereditaria ni por ninguna otra determinación inevitable.
La angustia es pues una característica y una manifestación de la existencia, que define al ser que es capaz de preguntar y especialmente de preguntar por sí mismo. Así, todos los temas heideggerianos están íntimamente articulados. No se puede describir uno de ellos sin que se haga necesario abordar los demás, porque los conceptos de un gran pensador no son una serie o sucesión de temas dispersos, sino una articulación sistemática en la que todos dependen de todos y se soportan mutuamente. La lectura, por consiguiente, debe ser continuamente retrospectiva porque a medida que avanzamos y encontramos un nuevo tema, éste precisa y redefine los anteriores. De esta manera descubrimos rápidamente que si el hombre es el único ser cuya significación está permanentemente en cuestión, también es el único ser que tiene conciencia de su muerte.