Hernando Tellez, contra lo cursi.
Su vida fue un combate inconcluso y sin tregua contra dos de los principales enemigos de la humanidad: la cursilería y la ridiculez. El provincialismo y el legendario mal gusto colombianos fueron a lo largo de su trayectoria periodística los blancos de sus ataques. Su definición esencial coincide con Antonio Gramsci en que la historia de la humanidad es también la lucha entre la alta y la baja cultura.
Una batalla perdida de entrada: la vulgaridad, la brutalidad, la bobería, la tontería siempre han sido mayoritarios. A esta peculiaridad del suceder humano, Borges la calificó de superstición estadística. Así entienden la democracia los dueños de la estupidez de ayer y de hoy. Nietzsche se preguntaba con Mariano José de Larra: ¿Cuántos imbéciles se necesitan para constituir lo que se llama un público? Contra la medianía levantó su pluma el periodista bogotano Hernando Tellez, (1908-1966). Periódicos y revistas siempre en su horizonte.
Voraz lector autodidacto, desde joven sintió una vocación irresistible por el periodismo. Pertenece inicialmente al semanario Mundo al Día. Poco después, Germán Arciniegas lo lleva a colaborar en la revista Universidad, la cual marcó una época en el ámbito cultural, al agrupar a muchos de los integrantes de la generación de Los Nuevos.
¿Cuántos imbéciles se necesitan para constituir lo que se llama un público?
En 1929 pasa a El Tiempo, bajo la jefatura de redacción de Alberto Lleras Camargo. Se inicia como redactor de la crónica policíaca y de una página infantil: “Hace diez años -afirma Abelardo Forero- Hernando Téllez figuraba en El Tiempo en la nómina de los cronistas de policía y estaba obligado a ir todas las noches, lloviera o tronara, al permanente, con el objetivo de informar al grueso público colombiano sobre las oscuras aventuras de los hampones del Paseo Bolívar”. Su amigo Alberto Lleras apunta al respecto: “Téllez recorría los juzgados permanentes, la antesala de las cárceles, los escritorios de relaciones públicas del crimen y llegaba, cargado de delitos, hasta su pequeña oficina, muy cercana a aquella en la cual yo redactaba comentarios y editoriales entre la bruma de los cigarrillos, intoxicado de café y de policía”.
En 1937 es designado cónsul general de Colombia en Marsella (Francia), cargo que ejerce hasta 1939, poco tiempo antes de la segunda guerra mundial. El conocimiento de la literatura francesa partiría en dos su vida. Su pasión por Proust, Flaubert y Stendhal se mantuvo inalterable. En su obra están las huellas de Gide, Mauriac, Claudel. Proust, por su parte, fue una verdadera obsesión, su paradigma: “Marcel Proust es la más grande influencia literaria que he tenido. Sin duda alguna su obra es la más extraordinaria de este siglo; descubrió un continente, una atlántida que estaba sumergida”. El reingreso de este “peregrino de Proust” al periodismo coincide con la fundación del periódico El Liberal, bajo la dirección de Alberto Lleras Camargo. Téllez es nombrado subdirector, cargo que desempeñó durante tres años, período en que finaliza la presidencia de Eduardo Santos y comienza el segundo gobierno de Alfonso López Pumarejo. El nombre de Téllez fue reconocido nacionalmente desde la página de Hoy: “Desde esta columna comenta la vida y el aspecto risible de los hombres, con una ironía que no alcanza a ser envenenada, y un sutil sentido del humor”, comenta su amigo Abelardo Forero Benavides. En 1942 se retira de El Liberal y es nombrado jefe de propaganda de Bavaria: “Yo tengo dos profesiones públicas, la de escritor y oficinista. La segunda me permite, económicamente, ejercer también la primera. Esta última, como usted y yo sabemos, no da para vivir, sino para sobrevivir”.
En 1947 asume la dirección de la revista Semana. De este modo reanuda su carrera periodística a través de su columna “Márgenes”, de insobornable y fulgurante estilo, en la cual alcanzará su máximo nivel con una crónica excepcional sobre el 9 de abril. Simultáneamente colabora con el radioperiódico Onda Libre, dirigido por Jaime Soto. Escribe notas para varias publicaciones del país y del exterior: la revista Mito ; el periódico El Nacional, de Caracas, y la revista Cuadernos, de París. En 1959 es nombrado embajador de Colombia ante la UNESCO, en París: Téllez muere en 1966. Quedaron publicados sus libros Inquietud del mundo; Bagatelas, y Luces en el bosque; Diario; Cenizas para el viento (colección de cuentos y relatos sobre la violencia partidista); Literatura. En los cuadernos de Mito, su libro Literatura y sociedad; y Confesión de parte.
La crítica en Colombia, afirmaba Téllez, debía ser: “objetiva, veraz, impersonal, y en cierta manera, implacable”. En su figura se opera el deslinde de la crítica con respecto a la religión, la moral y la retórica. Una de sus constantes luchas fue contra el imperio del gramaticalismo: entendía que la emancipación de la gramática correspondía a una emancipación de la teología y, por consiguiente, de la política en este país del Espíritu Santo. Su lucha es la de un emancipador de la razón, así lo hace notar Juan Gustavo Cobo Borda: “Hernando Téllez ejerció una rigurosa vigilancia sobre un espectáculo de segundo orden: no sólo la literatura sino, en general, las costumbres colombianas. En sus manos lo endeble de una tradición; y lo que es peor, su mistificación interesada, halló un antídoto eficaz”.
Su quehacer, como escribió él mismo de MITO, es la magnifica extravagancia de su inconformidad con el medio, resultando ser sumamente fastidioso, intranquilizador e incomprensible para la opinión vulgar y corriente, alimentada espiritualmente en los noticieros culturales de los periódicos y en la sección de crónicas y comentarios de los mismos. Para ellos era un pedante crucigrama hecho por un ocioso e insolente periodista. Y merecería el respeto de la comunidad, si a la comunidad le interesaran esas cosas. Pero es obvio y natural que no le interesen.
Gustaba de escribir desde las márgenes, en las orillas de las cosas, rozándolas sin herirlas, sin profanarlas, en la más fina extremidad de los hechos. De la opción por el humanismo le viene su movilidad intelectual, enemiga de sistemas, su libertad para pensar, su lúcida contradicción, su insolente heterodoxia, su antidogmatismo, su fina ironía. Sus juicios, opiniones y apreciaciones no coinciden casi nunca con los de sus contemporáneos. Se da a la tarea de descubrir las pequeñas estafas y los grandes ridículos de la subcultura de la provincia.
Su arte consistía en nadar contra la corriente, su camino fue a contrapelo con las ideas, las formas, los sentimientos, los conceptos, los estilos. Su imagen fue la del empecinado nadador, su gesto el de un puro insolente, su oficio favorito el de un conspirador al aire libre. Quiso, como él mismo lo diría, poner en jaque al destino y contrariar la norma, dejar en cuarentena toda nuestra cultura -esa matrona de provincia-, cuarentena que, él mejor que nadie lo entendía, podía durar varios siglos.
Textos
”Estamos sumergidos en la contienda hasta el cuello, nosotros que fuimos adorno, compensación y disimulo. Que, por lo menos, quienes lleguen después de nosotros no hallen la última cobardía, la de que no hubiéramos confesado y reconocido nuestra derrota y nuestro inútil arrepentimiento”.
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«Los periodistas somos capaces de enjuiciar y condenar a la sociedad burguesa. Nos repugna su rapacidad, su injusticia, su vulgaridad, su sentimentalismo y su cursilería. Pero si nos proponen asumir personalmente los riesgos correspondientes a otro tipo de sociedad, declaramos nuestro cinismo y continuamos beneficiándonos de todas las ventajas del sistema que nos permite usufructuar la injusticia y aparecer de personeros de la justicia; desdeñar la vulgaridad y servirnos de ella; abominar del sentimentalismo y colaborar en todas sus ceremonias; detestar la cursilería y garantizar su apogeo… somos deliberada, esplendorosamente culpables».
«Todo está demostrando que las pasiones humanas no han cambiado. No existe el progreso moral […] el alma humana no se transforma y han sido inútiles todos los esfuerzos para domesticar la bestia humana. La historia no es sino un constante regresar a la barbarie. Es un mundo físico que todos los días se transforma realmente mágico, en el que se aprovechan para beneficio del hombre todos los secretos de la ciencia, abrigado en regias mansiones, iluminado con luz fluorescente, dueño de radios, automóviles y neveras, dominador de los espacios y del tiempo, sigue imperturbable el espíritu de las caverna .
La cultura no ha podido seguir el ritmo de la civilización. Si hubiesen corrido parejas la cultura y los negocios, la fundación de fábricas y la fundación de universidades, la alfabetización y las grandes rentas o los grandes edificios o las grandes y lujosas residencias, los centros de investigación científica y la producción en serie, los monopolios industriales y las cátedras bien pagadas, los “holdings” y las escuelas públicas, a estas horas habría más clientela para los literatos, puesto que el nivel cultural del país sería más alto y, desde luego, ya habría gentes que estuvieran pensando en fundar empresas editoriales […] así como el auge del comercio, de la industria, de los negocios, ha creado y estabilizado con pleno y merecido éxito, una clase social, el cambio radical en las condiciones culturales del país estaría haciendo posible la aparición del profesional literario…» .
“A los treinta y cinco, todo colombiano empieza a perder las aristas de la inconformidad. A los cincuenta las ha perdido todas. De ahí en adelante será un entusiasta de la música nacional y la cocina criolla”.