Su mayor ambición era la de producir una obra que consistiera exclusivamente de citas

Carlos Bueno

6 septiembre, 2023

Casa de citas

 

Su mayor ambición era la de producir una obra que consistiera exclusivamente de citas.

 Hannah Arendt, por Walter Benjamín.

–Por qué no insinuar en el discurso nuestras indecencias, nuestras humillaciones, nuestras muecas y nuestros suspiros? ¿Por qué no estar descompuesto, podrido, ser cadáver, ángel o Satán en el lenguaje de lo vulgar, y traicionar patéticamente tantos aéreos y siniestros vuelos? Mucho mejor que en la escuela de los filósofos, es en la de los poetas en la que se aprende el valor de la inteligencia y la audacia de ser uno mismo«, E. M. Ciorán, Breviario de podredumbre.

 

–Como el maniático que se acuerda de todas y cada una de las fechas; las repite y cada día realiza su muy personal homenaje a la necrofilia. Como el desordenado que con frecuencia las olvida y alcanza luego una especie de horror retrospectivo: hace un año, ¡imposible! «Ni opiniones, ni ideas, ni ideales, ni inspiración, ni verdadero conocimiento de nada: una carroña corpulenta; holgazana, quejumbrosa, insaciable, inválida; un tronco, una panza hinchada barrida a la playa. Siempre cansado, siempre hastiado, siempre herido, siempre odiando», Cyril Conolly, La tumba sin sosiego.

 

–El poema que mantengo allí delante, entre otros proyectos igualmente rutinarios, deseando fervorosamente que se desgaste y vuelva luego, mucho más tarde, ya seco. Hay una cronología temporal; hay, diferente, una cronología poética: ¿en cuál de las dos envejecemos con mayor rapidez?

 

«Cuando había adquirido juicio suficiente como para no cometer más errores desastrosos y para asegurarse en qué modo de vida estaban sus esperanzas de dicha, ya había herido a los demás y a sí mismo tan penosamente durante el proceso de aprendizaje, que tanto sus empeños pasados como sus placeres quedaron marcados para siempre por las heridas», Edmund Wilson, Byron en los años veinte.

 

–Escribe como quien se extravía en su propia celda; como quien se empeña, no en diagnosticar el mal, sino en hacer del fastidio su única morada posible. Rilke habla en una de sus Elegías de «los baratos sombreros invernales del destino».

 

–«Que, por lo menos, quienes lleguen después de nosotros no hallen la última cobardía, la de que no hubiéramos confesado y reconocido nuestra derrota y nuestro inútil arrepentimiento«, Hernando Téllez, Literatura y sociedad.

 

–Distanciados, por supuesto, sin que la estereotipada fórmula de la benevolencia o esa otra, tan vulgar: es necesario aceptar lo que fue, te sirvan de algo. Debes padecer, en consecuencia, el espectáculo de tus flaquezas aguardando, paciente, que el telón caiga a tierra.

 

–Heine definía a Novalis como «un espantoso grito de angustia en veinte tomos».

 

-Embrutecido, Embrutecido, con la cabeza hinchada por el sonsonete de la radio; fofo, como si una capa de estupidez o de grasa pudiera aislarlo, ve cómo los nervios se contraen. Y ni siquiera el día podrá disipar su aterrada certeza.

 

«Si eso quiere decir que un poeta puede ser cruel e insincero en sus relaciones particulares y, no obstante, escribir verdaderos poemas, estoy francamente en desacuerdo con ello», Robert Graves, The Crowning Privilege.

 

–Nada me han quitado: todo lo he perdido. En lugar suyo, algo maligno y atroz, llenándose de pus. Lo que nos roe, con la paciencia de la enfermedad. Tienes el confort, yo la asfixia: ¿existe alguna otra conclusión?

 

«Nuestra poesía debería ser tan cruda, vulgar, insensible, estúpida, arrogante, inmadura y sadomasoquista como los propios Estados Unidos», Karl Shapiro, El poeta burgués.

 

–En este antro de pesadillas, el moho rígido de una vieja familia: juristas, usureros y tahúres. En mitad del lecho, paralizado, los ojos obtusos, un pelele, emblema de la codicia. Se adormece, y le escurre la saliva; ronca, y aleja de sí negocios turbios. De un cuello ajeno, las iniquidades que ha cometido. Sombra opaca, paseando un apellido, este respaldo le es útil. La pompa de sus saludos.

 

«¿Se nos permitiría decir que toda vida, obra, acto, que cuentan, nunca fueron otra cosa que el despliegue sin yerro de las horas más triviales, fugaces, sentimentales y débiles en la existencia de aquel a que pertenecen?», Walter Benjamin, Una imagen de Proust.

 

–«Marcel: personaje central, maniático, desagradable y no siempre verosímil, mimado por todo el mundo en A la recherche du Temps Perdu», Vladimir Nabokov, Pálido fuego.

 

–Cómo no hablar bien de los amigos en público; cómo no denigrar acerbamente de ellos, en privado; cómo no desear que algún día la crítica, ese repertorio de quisquillosidades y prejuicios, sea, por fin, algo claro: me gusta esto; me parece horrible aquello.

 

–«He recorrido hoteles desde entonces / escaleras sin fin he caminado / pero esta cama triste y este espejo / nunca más nos verán entrelazados«, Pedro Vargas, Perdido por no encontrarte.

 

–Esa confianza desvalida buscando protección; la callada expectativa de algo inexistente.

 

–«En el Trópico todo depende del estilo de la siesta», José Lezama Lima, Introducción a los vasos órficos.

 

El cuerpo busca lo que más hiere. Consciente de su poder, te rasga los ojos para que veas. Y el sabor del goce llena su boca, inútilmente. Comprensión más profunda: basura. El interminable galimatías, arrastrándonos consigo. Pasa con rapidez, pero te deja vacío. Eres, por fin, incomprensible.

 

–Estropeo todo lo que toco. Siempre me he equivocado: palabras de Pound a los 72 años.

 

-¿Será ésta la cháchara chabacana de alguien que ha perdido su ánimo?

 

Una carambola, a cuatro bandas, decidirá nuestros actos. El mal es inubicable pero constante: una verruga, una condescendencia afable. El paraíso no es el Tibet, ni los libros de Lobsang Rampa.

 

–«De la pasada edad ¿qué me ha quedado? O qué tengo yo a dicha, en la que espero, sino alguna noticia de mi hado», Anónimo Sevillano, Epístola moral.

 

–Déjame que te escuche por última vez / a lo largo de este cigarrillo / penosamente aspirado / con el cual aprendimos a fumar / y haz, te pido este último favor, que volvamos juntos al cine / riendo del vaquero / que no pudo sacar su pistola a tiempo.

 

«Elegir la propia máscara era el primer gesto humano. Y solitario», Clarice Lispector, Un aprendizaje o el libro de los placeres. 

 

«De la evidencia del propio fracaso surge esa auto-ironía con que la poesía, como ninguna otra especialidad artística, se contempla a sí misma, por así decir, por encima del hombro, dudando constantemente de sí misma, del contenido de su verdad, de su proyección y formulando en voz alta esa duda suya. Poesía es sueño, pero un sueño del que el hombre se da cuenta y una y otra vez puede transformar en sonrisa. Y precisamente porque el elemento de la ironía tiene una función y un efecto de desdoblamiento, hay que suponer que, retrospectivamente, llega hasta los inicios de la poesía, acaso hasta la risa de los dioses», Hermann Broch, Poesía e investigación.

 

–«Sé, por experiencia, que el ingenio requiere una mezcla de imaginación, valor moral e infelicidad. Estas tres cosas son esenciales: una persona sin imaginación, sin valor o feliz no suele ser divertida«, W. H. Auden, A propósito de «Un cambio de aire».

 

–Como un largo poema de amor desesperado en donde todo parece adquirir el inevitable sabor de la estupidez surge esta súplica pedigüeña y babosa la autocompasión.

 

«¿Podría ningún espíritu ser más fundamentalmente vulgar? Peor que Walt Whitman golpeándose el pecho de orangután en el ferry de Brooklyn y diciendo, todo enternecido: ‘Qué hombre tan bueno soy’. Goethe, en cambio, una vez casado con su cocinera y conseguido su título de nobleza, se repatinga en su diván oriento-occidental y le ofrece a uno, en su dorada tabaquera, el polvo de la sabiduría humana y las cenizas de su alma», George Santayana, El último puritano.

 

–«Aforismo es exageración o grotesco. Aforismo es exageración, lenguaje extravagante. La forma aforística es suicidio o autosacrificio. Carne desgarrada, espíritu partido, habla entrecortada», Norman O. Brown, El cuerpo del amor.

 

–«He escrito una confesión. Me siento un poco enfermo y bastante asustado. Se leen en los libros casos como estos, pero no son casos verdaderos. Cuando esto le pasa a uno, cuando lo único que queda es un revólver en el bolsillo y uno está arrinconado en un hotelucho sucio de un país extraño y tiene una sola salida… créame, compañero, que no hay en ello nada elevado ni dramático. Es simplemente desagradable, y sórdido y gris y horrendo», Raymond Chandler, El largo adiós.

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Juan Gustavo Cobo Borda

La alegría de leer. Bogotá, Colcultura, 1976.

Adiós a Juan Gustavo Cobo Borda, el poeta feliz - Música y Libros - Cultura - ELTIEMPO.COM

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