Réquiem para un ye-yé.

Cr_Admin

31 agosto, 2019

Luis Ríos, El pinturero. Fue torero y paracaidista. Era gallego. Por todos los poros, un tremendista. Decide lanzarse desde una avioneta a más de mil pies de altura sobre la plaza de toros de La Serrezuela del barrio San Diego de Cartagena de indias. Como saben los caribeños los vientos alisios son uno de sus visitantes asiduos de la ciudad en los fines de año. Los alisios lo llevaron a más de mil metros del coso taurino. Murió ahogado en el mar. En la plaza de toros esperaba que descendiera de los cielos un aficionado llamado Gonzalo Arango, el poeta fundador del nadaísmo.

Desde mediados de los años sesenta, los jóvenes rebeldes de este movimiento se vincularon con las manifestaciones musicales del momento y compusieron para sus cantantes más representativos Los Yetis, Harold, Oscar Golden, Kenny Pacheco, el comandante Pablus Gallinazo… Eliana, la internacional nadaísta. Los Yetis, por ejemplo, fueron la voz de los nadaístas en la música. Como dice uno de los fundadores, Iván Darío López: “Nosotros éramos abominables en todo sentido. Teníamos melenas crecidas, nuestra música era de los Beatles, era rock, era lo de esa época. Creo que entonces iba muy bien, era el personaje adecuado. Estábamos rompiendo con las estructuras a todo nivel, éramos amigos de Gonzalo Arango, Eduardo Escobar, Pablus Gallinazus, X-504, Amílcar, con todos ellos, que nos permitía darnos ese toque no único de rock, sino también de cierta intelectualidad. Lo nuestro era un poquito, una revoltura de fríjol con caviar”.

Ese circo ambulante de Los Yetis, con su diseño de vestuario y de accesorios, reflejaba toda una forma de vida. “Era un montaje de fantasía, era una vida fantástica, era romper con todos los esquemas, era comer sánduche en el escenario, porque nos provocaba, era ponerse camisas de flores porque era vestirse con la naturaleza, era ponerse los pantalones muy apretados porque los anchos que usaban los viejos era muy feos, era dejarse crecer el cabello porque en Inglaterra lo hacían y los nadaístas también, y nos parecía que había que estar en la vanguardia, era mostrarle a la sociedad que los comportamientos no deben ser siempre iguales”.

Gonzalo Arango que para ese momento tenía sus esperanzas de continuidad del movimiento en esas composiciones para los músicos de la generación go-gó y ye-yé, escribió para la cantante Eliana un bello texto, que ella interpretó mejor:

Era un torero que buscaba la gloria. Y le decían El pinturero. Para triunfar lo dejó todo, lo dejo todo hasta su amada. Sucedió en Cartagena, una tarde de sol. Para lucirse, del cielo se lanzó. En un paracaídas, en un paracaídas. Y el viento, hacia el mar lo arrastró.

Nadie, nadie lo esperó, para salvarlo, como a los astronautas. Ni un capote de espumas, ni un capote de nieve…En el circo, todos estaban tomando el vino Y gritando al compás de un paso doble, ¡Olé, olé! Una voz pidió un minuto de silencio por la suerte del héroe, y otra respondió….Nada de silencio… la plata o el torero, queremos al pinturero, ¡Vivo o muerto!, y todos, gritaron,…..Bravo, bravoooo Y olee…

Dos cuentos de otro gran escritor nadaísta, Jaime Espinel, Barquillo, testimonian el encuentro literario de esa generación y el arte de los toros. Último monólogo del contrahecho y Borrachera del torero que pudo llegar a ser. A ese viejo arte de cúchares literario volveremos en este tendido.