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- Julio Flórez
- 1867-1923
- Guillermo Valencia
- 1873-1943
El joyero de la sociedad señorial colombiana
En pleno auge de su movimiento el poeta Gonzalo Arango soltó una justa diatriba: ”Julio Flórez ya no existe, por fortuna para la poesía. El aire está más puro sin su tufo y sin sus flores negras. El nadaísmo deposita sobre su tumba de Usuacurí, 80 toneladas de lirios para que este señor que lo enlutó todo con su aliento, no venga jamás al mundo a robarnos la luz con sus fúnebres ecos. Poeta Julio Flórez: de una vez por todas no haga más ruido con sus huesos. Al menos sea culto y deje dormir a sus vecinos…”
Julio Flórez y Guillermo Valencia arrullaron la literatura colombiana desde los estrenos del siglo XX. Entumecimiento que se extendió por décadas. No era extraño. Los poetas eran celebridades cuyo cortejo fúnebre podía ir encabezado por dos obispos como le aconteció a Gregorio Gutiérrez González y de quienes podían temer los gobiernos, como pensaban Caro y el general Rafael Reyes del propio Julio Flórez.
Nada extraño. Señala Rafael Gutiérrez – Rafael Gutiérrez Girardot. Ensayos sobre literatura colombiana I. Ediciones Unaula. Medellín, 2011, 316 págs.- como Valencia desde su retiro en Popayán subrayaba la voluntad antihistórica de la república conservadora que lo aclamaba y consagró la noción de que Estado, Sociedad y Nación, tres fenómenos específicamente modernos, encontraban su plena realización en la sociedad señorial y su más clara expresión en su elemental humanismo conservador. Semejante discrepancia entre la realidad histórica y la señorial colombiana fue posible gracias a las ficciones que sólo podían sostenerse e imponerse mediante «un sistema de artificios que se fundaban en la creencia de que con la posibilidad de demostrar los talentos oratorios en el parlamento ya se cumplía el postulado de la representación democrática”.
Ya en 1941 el poeta Eduardo Carranza se vio obligado a escribir “Un caso de bardolatría”. Allí denuncia la existencia de un taller de técnica poética instalado por Guillermo Valencia durante 40 años. Una técnica en la que no existe transcendencia vital, palpitación sanguínea sino “los versos de un retórico triunfante, de un frígido, culterano y habilidosos artista, de un concienzudo cincelador…resucitador de una Gracia bastante convencional a base de cielo azul, gentiles cigarras, clásicos laureles y columnas turcas. O una Roma bastante escolar a base de circo y estatuas y relamida mitología. Y mármol, mucho mármol de diversas canteras”. Alquimia verbal y habilidad técnica al servicio de una retórica hueca.
Dice Gutiérrez Girardot en los excelentes ensayos que reseñamos, » la poesía de Valencia no es fría porque prefiera la idea al sentimiento, sino porque es artificial. Valencia fue el joyero de la sociedad señorial colombiana, no sólo porque satisfizo los menesteres ornamentales de dicha sociedad, sino porque utilizar en la elaboración de sus versos los motivos que adornaban la cultura de su época. En esta cultura señorial y de viñeta se dio a la mediocridad el valor de grandeza, y al sustituto torpe de la cultura originaria se lo consideró como creación superior a su modelo. Dos estratos constituyen el mundo poético de Guillermo Valencia: el culto de los manuales escolares, las crestomatías, las divulgaciones de mitologías e historias antiguas, y el del lugar común, el de lo trillado y trivial”:”Áspera cadena”. Férvidos corceles”. “Coronado auriga”. “Broncíneas trompas”.”Candente arena”.
Y nos dice X-504 en sus Poemas de tierra caliente:
A Guillermo Valencia:
¡Oh insigne, oh venerado, oh Maestro¡ /Tan bueno que es decir ¡Oh¡ Se siente uno en el Parnaso/ Contigo se iniciaban y se terminaban todas las colecciones y todas las antologías ,/ tu nombre encabezaba la lista de los poetas/…Bajo un pino que estorbaba en nuestro patio de recreo pasaron lentamente, aquella lúgubre mañana, camellos, centauros, cigüeñas y toda esa procesión extranjera con que nos tuviste invadidos tanto tiempo/ A decir verdad, hasta los 50 años no vine a conocer un camello, y eso un camello todo desbaratado en un circo pobre. De las cigüeñas líbreme Dios y centauros que ni los vea porque caigo muerto…Nos pasamos a vivir en la poesía de Porfirio Barba. Jacob, porque en la tuya se sufría mucho la falta de calefacción. Tanto mármol y alabastro, tanto desierto, tanto animal raro, tantos personajes teatrales, francamente no nos sentíamos cómodos. /…Bajo tu lámpara blanca como el jazmín repulías tus versos tantas veces que quedaban sabiendo a limadura de oro. La frágil y perecedera perfección fue tu pasión despiadada,…/ Debo considerar, sin embargo, para poner un solo ejemplo, que en 1935 muere Fernando Pessoa y nosotros todavía en el parnasianismo, e decir en la prehistoria. Por eso tuvimos que dar la batalla definitiva contra ti en el 58, puesto que tu fantasma seguía asustando a los piedracielistas y a los cuadernícolas y a muchos otros. Los talleres de lapidación del verso funcionaban día y noche y no se oía sino la monótonas rotación de los abrasivos/ Ahora que ya estamos seguros de que no resucitarás, vengo a reconocer tu bravura/…Toda la rima, todo el ´calculo, todo el preciosismo y el mito, en nada de nada quedó todo. En un rapto inspirado nuestro talante recio rompió el cristal del verso con un golpe sonoro/.
Gracias poeta Jaime Jaramillo Escobar.
De su conocimiento de los clásicos griegos y latinos , a Valencia y sus contemporáneos, anota Gutiérrez Girardot, sólo les quedó un arsenal de imágenes y citas con las que cubrieron ornamentalmente la narración de su vida y de la sociedad de su época, sin que se percataran de que el abismo que había entre el idealizado mundo antiguo y los acontecimientos de los fueron testigos los conducía a una comicidad involuntaria: la que produce el pretendido ennoblecimiento de acontecimientos simplemente humanos por comparaciones con figuras del Olimpo clásico.
Ya sabemos que lo peor de aquella sensibilidad, lo más cursi y lo más pomposo y grandilocuente de aquella retórica se irriga a la cultura popular colombiana con Julio Flórez. Un hombre ignorante que no sabía ni las más rudimentarias reglas de ortografía, pero que llegó a ser un ídolo popular, hasta ser recibido con calle de honor por la policía de Medellín, donde llenó los teatros con sus recitales. La sensibilidad de su poesía se corresponde fielmente con la fama que tenía de hacer excursiones nocturnas a los cementerios y de beber ajenjo en cráneos humanos.
Sentimientos encontrados y confusos explican el éxito de Flórez. Según Gutiérrez Girardot: cultivó los temas de la tristeza, la muerte, del amor y de la amada lejanos, de la mujer ingrata y engañosa y cantó emocionadamente a la madre y probó la poesía mediática cosmoteológica de tipo valenciano. Fue un poeta hogareño, con figura mesuradamente excéntrica, su esnobismo parcial, su lenguaje accesible a todos con vocablos cultos y la celebración de la figura de la madre, símbolo de la protección contra las perfidias del mundo y versión elemental como su romanticismo, de la teología mariana del catolicismo hispano: todo esto respondía íntegramente a la imagen del poeta que deseaba y esperaba la sociedad colombiana alfabeta, que en Valencia tenía su bardo de lujo. La coronación apoteósica de Flórez se realizó en Usuacurí el 14 de enero de 1923.
En fin. Sin embargo aún en contra del afecto de Borges y de Gutiérrez Girardot por Pedro Henríquez Ureña este se deja venir en 1905, en un comentario a la obra de Rubén Darío y sus compañeros, , con estas alabanza de sus poemas: «resurrección del endecasílabo anapéstico y el provenzal; ruptura de la división rígida de los hemistiquios de alejandrino; auge del eneasílabo y el dodecasílabo; cambios de acentuación; invención de versos largos; mezcla de distintas medidas con una misma base silábica, ternaria o cuaternaria; versos amétricos y retorno a las formas tradicionales del verso hispánico”.
Aún persistían los tiempos que señalaba Alberto Lleras Camargo en que la poesía era “el primer escalón de la vida pública y se podía llegar a la presidencia por una escalera de alejandrinos pareados”. Nadie rima hoy, por fortuna, para cometer poemas. Ahora sólo lo hacen los participantes en esos obscenos festivales de la trova. Por eso, ese tipo de poemas se nos hacen hoy lejanos y deleznables. La métrica en castellano es un fósil. Nuestros poetas hacían verdaderos prodigios de pirotecnia con el verso medido, recordemos que en el siglo XIX un poema de Julio Arboleda llamado Gonzalo de Oyón, varias veces perdido y reconstruido por terceras manos, estaba escrito en un tipo de rima llamada bermudina, tan olvidable como los eneasílabos, versos de nueve silabas que podían ser de estructura simétrica con acentos en las sílabas 2, 5, 8, o de estructura cantable con acentos en las sílabas 4 y 8.
Recordaba el poeta Darío Jaramillo Agudelo, cómo José Eusebio Caro intentó adaptar el hexámetro latino a nuestra lengua con el primer verso de En altamar:
— ¡Céfiro rápido lánzate! ¡Rápido empújame y vivo!—, y decían que era el ejemplo de un verso métricamente perfecto: cinco esdrújulas, cinco pies. Simplemente bazofia.
Habíamos olvidado que ya en 1871, José María Rojas Garrido puso como una de las bases de su candidatura presidencial, la libertad de pensamiento, sin dogmas y sin gramática. Obviamente salió derrotado. Si, aún no sabemos cómo sobrevivimos a esta cultura señalada por Gutiérrez Girardot de simulación, viñeta y artificio.