Soy torero, gay, ateo y republicano
José Tomás
Cuatro veces lo vimos haciendo el paseíllo en el coso de La Macarena de Medellìn. Algunas de ellas codo a codo en el callejón. Serio. Distante. Genial: esa izquierda prodigiosa. Ya lo admiraba sin saber de sus opiniones, de su actitud y opción de vida. Desde estas líneas saludo y elogio ese valiente reconocimiento de su condición de homosexual, de ateo y de republicano en una España subterráneamente franquista, homofóbica, ultracatólica y siempre realista. Se requiere no sólo ser valiente ante los astados sino ante una sociedad que fácilmente ha asociado el toreo a la dureza, la hombría mal concebida y a ese paradigma de la belleza y el valor que tanto ayudó a crear Hemingway. ¡Cómo les parece un torero gay¡ En un arte que es el símbolo del arquetipo de la España machista de siempre.
Unas afirmaciones tanto más atrevidas y de valor civil si recordamos que la famosa declaración de Truman Capote “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”, fueron hechas ante reiteradas negaciones de su condición y de provocaciones múltiples de sus émulos y contrincantes.
“Morder el polvo, oler la sangre, levantar la cabeza, apretar los dientes, respirar, no rendirte, no venderte y seguir”: José Tomás.
José Tomás Román Martín, es por estos tiempos, el más polémico y valiente diestro de la fiesta brava. Decidió regresar a los ruedos luego de años de ausencia, cuando en pleno auge de una carrera excepcional, asediado por las empresas y ensalzado por los poetas, de repente se retiró sin cortarse la coleta el 19 de septiembre de 2002. Volvió, pero no por la puerta de atrás, sino haciendo mucho ruido, nada menos que en Barcelona y en abierto desafío a la Catalunya que le declaró a la guerra a la tauromaquia.
Nacido en Galapagar, periferia de Madrid, el 20 de agosto de 1975, exactamente tres meses antes de la muerte de Francisco Franco, José Tomás creció como un espíritu libre que pronto, ya como figura, llamaría la atención de la gente no sólo por su personalísima, intensa y profunda interpretación del toreo, sino por su desapego de la religión. A despecho de legiones de matadores y subalternos que durante siglos han vivido rodeados de estampitas milagrosas, con las que incluso se retacan el chaleco, el corbatín y la chaquetilla para sentirse más seguros delante del toro, José Tomás ha proclamado que no tiene el hábito de rezar antes de vestirse de luces y que en vez de coleccionar santos y vírgenes le gusta más rodearse de osos de peluche, con los que solía viajar durante sus giras de trabajo.
En este siglo, José Tomás, considerado por algunos críticos ibéricos como un genio, tanto por su excentricidad como por la honda pureza de su expresión artística, es el número uno de la tauromaquia, sitio que comenzó a ocupar desde ese día en la Plaza México donde recibió la alternativa el 10 de diciembre de 1995, de manos de Jorge Gutiérrez . Desde mi simbólico callejón de siempre en la plaza de toros de La macarena de Medellín aplaudo y me inclino ante un valiente.