Su atroz codicia, su inclemente saña
Culpa fueron del tiempo y no de España
Un breve repaso por la vida del justamente olvidado oidor de la Real audiencia de Santafé de Bogotá y llamado el regenerador de Antioquia, don Juan Antonio Mon y Velarde Cienfuegos y Valladares lo clasificaría fácilmente en un capítulo de la historia universal de la infamia. La maravillosa versión de Borges que comienza con aquel inolvidable párrafo En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanos y propuso al emperador Carlos V la importación de negros, que se extenuaron en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas… Mon y Velarde fue un hombre carente absolutamente de toda compasión. Imbuido en las ideas de ese entonces, no estimaba, naturalmente que los indios y los negros fuesen sus semejantes. Decretó la pena de 25 azotes para los indios o negros que hablasen recio o fumasen en el atrio mientras estuviese celebrándose oficios religiosos. Fue uno de los firmantes del tratado celebrado en Zipaquirá con los comuneros de El Socorro y de la inicua sentencia contra estos legendarios protestatarios del siglo XVIII que condujo al cadalso a José Antonio Galán, Lorenzo Alcantuz, Isidro Molina y otros rebeldes.
Fue el organizador en la ciudad de Antioquia y en Medellín de la sala de tormento que tenía la altura de un hombre. El infeliz que allí era encerrado quedaba bien comprimido: Apenas podía hablar y respirar por unos agujeros a la altura de los ojos y la nariz. En su interior tenía unas púas de hierro que movía el verdugo con un mecanismo especial. Así las púas se introducían en las carnes del paciente.
Este señor Mon y Velarde lucía en pleno rostro dos descomunales verrugas, parecidas a las moras de castilla cuando no han llegado a la madurez. Cuando viajó definitivamente a Quito abandonando Antioquia, sus habitantes le encargaron unas estatuas de los doce apósteles. Años después de múltiples líos y peticiones que incluyeron hasta carcelazo para el escultor llegaron por fin a la región. Los vecinos reconocieron con risueño asombro que la estatua del traidor Judas era la efigie del señor oidor Mon y Velarde con todo y su par de verrugas. Muchos años fue el presidente de la Real Audiencia de Quito hasta que fue nombrado ministro del Supremo Consejo de Indias en Sevilla, España. Al llegar a Cádiz las marejadas impidieron desembarcar hasta unos días después de lo previsto. Le habían preparado un banquete de recibimiento que se pospuso hasta su tardía llegada. Las viandas fueron guardadas en vasijas de barro. El trasnochado y envenenado banquete causó la muerte a nueve notabilidades españolas de la época, entre ellas al atroz oidor Mon y Velarde.