Balada trivial de Barrio Triste
Tartarín Moreira.1926.
Fotografía de Benjamín de la Calle
En los dorados años treinta del siglo XX un trovador bohemio rebautizado Tartarín Moreyra caminaba diaria y nochemente del frenesí del barrio de Guayaquil, una ciudad dentro de la ciudad de Medellín, hasta su alojamiento en el céntrico sector de San Benito. En su recorrido padecía un sector de edificios, de fábricas y depósitos, tibiamente poblado al que inmortalizó con el nombre que le asestó: Barrio Triste.
Vecino al de Guayaquil –mambo, rumbas, pianos, rumbas, broncas, taxis, crápulas, bohemia, música, músicos, fondas, risas, voces, carcajadas, el Tácito No me importa de tantos que en los relojes no ven minutos ni horas, a barrio Triste le falta lo que a Guayaquil le sobra.
Era Libardo Parra Toro nacido en Valparaíso, Antioquia, en 1898, y muerto en esta ciudad en 1954. Era conocido como Tartarín, personaje de melancólica mirada y sombrero de medio lado, adoptó el seudónimo que lo haría famoso de la novela de Daudet, “Tartarín de Tarascón”. Fue uno de los integrantes más jóvenes del grupo los Pánidas, famosos además de sus poemas y escritos, por las juergas que armaban en el café El Globo o en el estadero El Jordán de Robledo. Después de mucho deambular en la bohemia y de ganarse la vida como detective, secretario, escribiente en notarías y juzgados, terminó en la miseria. Sin embargo, Tartarín fue fiel a su ideal romántico de la vida.
Como en el poema de León de Greiff de 1916, /músicos, rapsodas, prosistas, /poetas, poetas, poetas, / pintores, caricaturistas,/ eruditos, minios estetas; /románticos o clasicistas,/ y decadentes –si os parece-/ pero, eso sí, locos y artistas,/ los panidas éramos trece.
R
Recordaba el escritor Jairo Morales Henao como Tartarín, elegante y bohemio, que sabía ser uno de tantos perdidos en los suburbios que tanto amaba de la ciudad, saboreaba solitario una copa rinconera mientras veía, irónico y escéptico, discurrir las cosas, o en el coro exultante de una tenida musical y que también sabía ser un señor en las mansiones adonde se le invitaba, participante y distante; fiel a un dolor sin nombre preciso.El precio fue la miseria final. En sus últimos días, pobre, abandonado y enfermo, Tartarín, fiel a su espíritu de dandy, aterrado por los estragos del tiempo en su rostro, solía introducir en su boca unos cauchos que ocultaran el hundimiento de sus mejillas.
Un poeta menor cercano a los músicos populares y en esa condición letrista de bambucos, tangos y pasillos. Algunas de sus letras llegarían a manos de Gardel, cuya muerte propició que las grabara Agustín Magaldi.
De hastío seca la coca, taciturno, a pasos lentos sigo adelante mi ronda por Barrio Triste..!Y qué triste! El nombre mide su forma real, porque la tristeza se agazapa entre las sombras y en sus días el silencio como un edificio se enrosca.
Al menos por sus tangos y pasillos, Tartarín sigue vivo en la mitología ciudadana: un barrio de mecánicos y obreros prolongan hoy su mito.
Barrio Triste
De hastío seca la copa
taciturno, a pasos lentos
sigo adelante mi ronda
por Barrio Triste…¡Y qué triste!
El nombre mide su
forma real, porque la tristeza
se agazapa entre las sombras,y en sus días el silencio
como un ofidio se enrosca.Si suave brisa, un rumor
produce al besar las hojas
medio resecas de un árbol
de muchos que el barrio adornan,
no sabe uno si suspira
la angustia de hallarse sola,
o es que hundida en su orfandad
es la quietud que solloza.
Y estáticas centinelas
desde sus cimas remotas,
las estrellas, compasivas,
de su abandono se asombran.………
Veo, al doblar sus calzadas
que en cada esquina se apostan
ausencias de hombres que nunca
tuvieron allí una novia;
de ansiedades de retorno
a sitios que a nadie alojan,
ausencia de bienvenidas,
de adioses y llanto a solas…Barrio Triste;
nadie lleva de tu historia
sobre un pañuelo de lino
el llanto de una congoja.
Cupido olvidó sus flechas
para que no hubiesen bodas,
y la cigüeña tenía
para ti, sus alas rotas.Vecino al de “Guayaquil”,
(mambo, rumbas, pianos, broncas,
taxis, crápulas, bohemia,
música, músicos, fondas,
risas, voces, carcajadas,
el tácito “qué me importa”
de tantos que en los relojes
no ven minutos ni horas),
a Barrio Triste le falta
lo que a Guayaquil le sobra.Y es poco: le bastaría
que iluminasen sus sombras
ojos de cinco ventanas
con ojos de algunas novias;
labios que el Ave María
ungiese y en altas horas
de la noche, una oración,
una siquiera, una sola
que llegase hasta el oído
de quien, como yo,
en mi ronda, dijese
que en “Barrio Triste” l
a Ley de Dios se prolonga…
………
¡En Barrio Triste murió
recién nacida su historia…!1925, fotografiado por Benjamín de la Calle. Y visto por R. Rendon