María Esther Vásquez: –Para que alguien pudiera escribir un libro del estilo de Edward Gibbon, Decadencia y caída del imperio romano, actualmente se necesitaría que un cataclismo destruyera el ochenta por ciento de las bibliotecas y luego, con sus restos, quizás alguien pudiera escribir una historia de la decadencia y caída de la Edad Contemporánea.
Borges: -Es cierto. De modo que quizás el único beneficio de la bomba atómica seria que permitiría excelentes obras históricas. Así que, en nombre de la historia y contra la humanidad, debemos desear toda suerte de cataclismos, para no perecer ahogados con el exceso de catálogos, de fichas, de guías de teléfono…Aunque ya Samuel Butler dijo que si las cosas seguían como estaban en su tiempo, el catálogo del Museo Británico cubriría el planeta.
MEV: -Pero, Gibbon, a pesar de que llegó al descreimiento total, no ataca nunca a la religión cristiana.
Borges: -No, directamente no. Incluso prefiere alabar esas misteriosas decisiones de Dios que, según él, encomendó la revelación de la verdad no a graves y doctos filósofos, sino a un pequeño grupo de analfabetos, como eran los apóstoles. Y con eso se anticipo a Nietzsche, quien dijo que el cristianismo era una religión de esclavos, salvo que Nietzsche lo expreso de un modo directo y hasta brutal. En cambio Gibbon lo insinúa, pero, en el fondo, debe haber pensado lo mismo.
MEV: –Gibbon tampoco ataca los milagros.
Borges:-No solo no los ataca sino que censura la negligencia de Plinio que, en un catalogo de maravillas, no dice nada del eclipse de sol que acompañó la crucifixión, ni tampoco menciona la resurrección de Lázaro. Lo cual es una manera de decir que no hubo tal resurrección, ni tal eclipse. Gibbon simplemente los insinúa y quizás sea más eficaz el procedimiento de insinuar las cosas que el de aclararlas.
MEV:–La insinuación permite pensar toda clase de posibilidades: alienta la imaginación.
Borges: –Y, además, permite pensar al lector que él es quien ha llegado a la conclusión y no el autor. Al mismo tiempo, tiene que irritar más a las personas que las ataquen indirectamente y no de un modo directo. Gibbon, usted debe haberlo notado, esta lleno de observaciones justas. Por ejemplo, cuando recuerda que, desde Tácito, muchos habían ponderado el piadoso fervor de los germanos, que no encerraban a sus dioses en templos y preferían adorarlos en la soledad de los bosques. Pues bien, Gibbon dice que mal podrían levantar templos quienes, a veces, ni eran capaces de levantar una miserable choza.