Juan de J. Franco, ex guerrillero liberal
El 27 de diciembre de 1951 el ejército colombiano bombardeó con morteros y otras armas pesadas, una extensa zona del suroeste profundo, refugio de la guerrilla, en una de las operaciones más sanguinarias y cruentas de que se tenga memoria durante la Violencia en Antioquia. Su propósito era desaparecer a un legendario combatiente que firmaba con el título de Comandante Mayor de las Fuerzas Revolucionarias del suroeste y el occidente de Antioquia. Cuartel General, Comando Pavón (sic). Urrao.
En tres años de combates 1949-1953, su guerrilla liberal logró dominio militar entre la margen izquierda del río Cauca y la costa Atlántica -alto Sinú-, la parte norte del Chocó y poblaciones como Urrao, Betulia, Salgar, Caicedo Uramita, Dabeiba y Frontino. Miles de muertos en los caminos por defender su vida y de su gente de la popol –policía política–, de los asesinos chulativas, de los pájaros del régimen laureanista. La crueldad chulavita llegaba hasta los límites de la demencia. No solo se mataba, sino que se mataba con sevicia. El terrorismo se apoderó de las tierras y de las almas. Era resultado de la exacerbación de las pasiones partidistas que rabiosos dirigentes políticos atizaron desde las tribunas, mientras que los curas hacían lo propio en los púlpitos. La contienda se sometió al recurso fácil de la retaliación y la venganza.
En sus ideales guerrilleros poca importancia tuvieron reivindicaciones como la distribución de la tierra, el desempleo o los bajos salarios. No hizo proclamas ni programas como sí lo hicieron del otro lado del país, en los llanos ensangrentados, sus comandantes amigos Guadalupe Salcedo, Eduardo Franco Isaza, José Alvear Restrepo, Rosendo Colmenares, Dúmar Aljure, o Eliseo Velásquez, levantados contra los abusos, torturas, detenciones ilegales, asesinatos selectivos y colectivos de esos años de horror.
Juan de Jesús Franco Yepes nació en 1905, en Andes, Antioquia. Trabajó como empleado en la chocolatería Lúker, en Coltejer y en Servitax. Era de mediana estatura, robusto, trigueño. Fue sargento del ejército y cabo de la policía, y habitante del barrio obrero La Quebrada Arriba, en el sector de La Toma en Medellín. El 7 de agosto de 1950, fue allanada ilegalmente la sede departamental del liberalismo en Medellín y terminó detenido en las mazmorras del régimen. De aquel incidente fue, pues, testigo y víctima este vendedor ambulante de baratijas y cacharrero. De allí su ira. Su rebeldía.
Prestó el servicio militar y se retiró en 1926, con el grado de sargento. En 1932, se vinculó a la policía. Cuando ya había estallado la violencia y prestaba sus servicios como sargento de policía en el municipio Betania, ante la negativa de perseguir y torturar a los liberales, fue acosado, sitiado y asediado violentamente, con bombas y disparos por huestes conservadoras, dirigidas por el Alcalde, logrando escapar a Medellín en un bus escalera. Por su militancia liberal fue destituido en junio de 1949.
El 28 de junio de 1950 dio su primer golpe en Orobugo, en el recóndito suroeste antioqueño. Los llamaron los paisanos alzados en armas o los campesinos enmontados. Eran básicamente gentes del campo, liberales dueños de pequeñas y medianas propiedades, o simplemente desposeídos, arrieros, peones, aserradores, asalariados, que decidieron organizarse, por su propia cuenta, para defender la vida; en algunos casos se vincularon a ellos cuadrillas de indígenas, con sus flechas, que actuaban al amparo de la madre selva, como en Camparrusia, y hasta algunos soldados desertores y policías destituidos. Franco era autodidacta. Rey entre ciegos.
Hasta el fin de la violencia que enfrentó a los colombianos entre 1948 y 1953, los habitantes de la vereda Pabón en Urrao hicieron lo que no podía hacerse en el resto del país. Contrabandearon con el tabaco por cargas, construyeron complejos sistemas de alambiques para producir tapetusa, no ocultaron su liberalismo confeso y participaron en los distintos levantamientos armados contra los gobiernos conservadores. Franco fue enviado a Pabón por la Dirección Nacional del Partido Liberal. ”Fuimos tantos que nunca llegué a saber cuántos éramos. Lo único cierto fue que jamás nos vencieron”. La pradera está sembrada de cruces. De lo que allí ocurrió son testigos los ríos Penderisco y Pabón, y los viejos guerrilleros liberales que abandonaron las armas en los años 50. Franco ya conocía Pabón, pues cuando era sargento de la policía fue enviado para decomisar los alambiques clandestinos o micos en los que se fabricaba tapetusa; allí se hizo amigo de la gente y regresó a Medellín, después de una larga borrachera, con muchas cajas del mencionado licor, y obviamente, sin cumplir su cometido policivo.
El 22 de julio de 1951 perdió la mano izquierda, con la que sostenía un tubo en donde revolvía varias clases de pólvora, para fabricar una granada. El 13 de junio de 1953, Rojas Pinilla dio el golpe de estado que remueve a Laureano Gómez. El nuevo mandatario planteó la amnistía, propuesta que fue acogida por los guerrilleros. Franco diría que “hubiéramos podido pelear durante diez años. Teníamos capacidad para ello. Quizás no hubiéramos tumbado al gobierno, pero nuestro propósito era mantenerlo en dificultades”. Luego de ser detenido en Urrao fue trasladado a Medellín, en donde estuvo en la cárcel de La Ladera; fue llevado a La Picota, en Bogotá, para terminar su peregrinar en la Penitenciaría de Tunja, en donde estuvo hasta mayo de 1957, cuando recuperó su libertad. No se le quiso conceder amnistía, pues los decretos del gobierno sobre este tema, la excluían para quienes hubieran sido integrantes de las fuerzas armadas.
Al quedar libre, fue nombrado como detective al servicio de la inteligencia del Estado; luego, el Gobernador de Antioquia, Alberto Jaramillo Sánchez, lo envió a apaciguar un grupo guerrillero que hacía presencia por los lados del río San Jorge y no quería firmar la paz; allí pereció en una gresca con sus excompañeros, el 29 de junio de 1959. Su cuerpo fue traído a Medellín y colocado en cámara ardiente, en la sede del Directorio Liberal; luego, trasladado a Urrao, en una caravana que los campesinos salían a saludar en la carretera. La avenida por la que se ingresa al pueblo fue bautizada Capitán Franco. Apretujada recapitulación del guerrillero liberal que en una lucha frenética por la justicia y por la libertad de pensamiento se enfrentó a las autoridades civiles y combatió a las Fuerzas Armadas, la policía y el ejército del 14 de octubre de 1949 al 26 de junio de 1953.
Sólo una vez tuvo contacto con la prensa de la época. Escribió el periodista Miguel Zapata Restrepo, testigo ático de esa miserable época, que a los conservadores se les fue la mano y a los liberales se les rebosó la taza. Después de las elecciones de 1949 surgió un grupo de hombres implacables que pretendían exterminar al liberalismo hasta en la sombra: “En Antioquia la policía se fue infestando de oficiales reclutados entre antiguos cabos y sargentos del ejército que probaban su lealtad al régimen. Los recalzados eran más ardientes y eficaces. La tropa no se podía reclutar entre antioqueños, porque entre ellos no han abundado los héroes y además no querían granjearse odios profundos entre amigos y vecinos. Se introdujo la policía chulavita: unos boyacenses que tenían coraje a montones; especie de mercenarios que peleaban por el sueldo y por el botín y no tenían ningún arraigo con la tierra que arrasaban. Los liberales determinaron organizarse y constituyeron grupos de resistencia que afrontaron una auténtica guerra civil.
“Terminado el periodo presidencial de Mariano Ospina Pérez en 1950, el liberalismo entró a proclamar que las elecciones de noviembre del 49 fueron una farsa y que el nuevo gobierno era espurio. Tomó esa tesis como asidero para alzarse en armas. Lo hizo donde pudo. En Antioquia hubo varios focos. El de Pabón del capitán Franco. En Dabeiba y Urabá, el capitán Gordo; el de Camparrusia en Peque, comandando por el capitán Penagos. Pero legendario, sólo Pabón.
“Los caminos los cegaban escopetas de dos cañones. A muchos les llenaron el buche con bolas de cristal porque escaseaban las genuinas municiones. El gobierno de Laureano Gómez designó el 21 de agosto de 1950 como gobernador al médico de Sonsón, Braulio Henao Mejía. Cuando Laureano Gómez tomó posesión como presidente dijo que somos briznas de yerba en las manos de dios. Se añadía: y Braulio Henao poda los prados y corta la yerba.
A principios de 1952 conocí a Franco, dice Zapata Restrepo. “Parecía más un maestro que un capitán. Iba de poncho, con los brazos ocultos. Comprendí que deseaba ocultar el muñón. Mucho más cuando no me tendió la mano. Pensé que un guerrillero recorriendo zonas inhóspitas era doblemente desdichado por su invalidez. El rostro antipático de este hombre fue como una bofetada. Era así por naturaleza. De esos seres que no nacieron para reír. De un moreno indefinido, más a causa del sol de los caminos que por su propia piel. Estatura menos que regular. Muy amplio de omoplatos. Pasado de carnes, en forma que no permitía explicar cómo podía desplazarse por el monte. Miraba de soslayo, sin fijarla en la persona con quien hablaba. Cabellos negros y lacios y un admirable cuello grueso como de toro.
-¿Cómo piensan pasarme al papayo?, me preguntó. –Lo piensan acorralar hasta que se rinda, respondí.
-Si estuviera acorralado no habría salido de Pabón. Ellos son los que no se atreven a entrar donde nosotros. Muy caro les cuesta cada intento.- ¿Quiénes son ellos? – Los civiles no son enemigos. No han podido enganchar a nadie contra nosotros. Los soldados son muchachos que no pelean. Los que nos dan guerra son los policías. Los chulativas -la policía conservadora reclutada desde el 9 de abril en la vereda del mismo nombre en Boavita, Boyacá- son guapos, pero muy ladrones. Los oficiales de policía son unos cobardes. No se acercan y procuran estar donde los ampare el ejército.
-Dicen que de Medellín le giran mucha plata… -Los jefes de mi partido son unos miserables. Se reúnen todas las noches donde Rafael Pérez. Les dan muy buen trago, comida y baile. A las nueve de la noche empiezan a conspirar y a las once están todos borrachos. Se les olvida que hay un gobierno conservador que está asesinando a los copartidarios en los campos y salen a contar todo lo que charlan a los detectives. Allá va López Pumarejo y otros jefes que llegan de Bogotá y les dicen que nada tienen que ver con Franco y su pandilla porque son unos bandoleros. Así se lo dicen al gobernador para que no tenga desconfianza de ellos. Únicamente dos personas se han tomado el trabajo de estimularnos: Lía Duque de Arango y Froilán Montoya Mazo.
Este reportaje quedó inédito. La censura del momento lo impedía. “Pero obtuve una lección interesante, dice Zapata Restrepo. Debía seleccionarse la policía para poner punto final a la aberrante contienda. Los móviles eran más económicos que políticos. La estimulaban a la sombra de las influencias, individuos interesados en adquirir a menos precio las propiedades rurales que les atraían. Los que la llevaban a cabo cobraban en especies, arrancadas como pillaje, para mayor escarnio de sus víctimas”.
De las guerrillas liberales del Capitán Franco se ha dicho que fueron un orden revolucionario en capullo, en vista de que su radicalidad no tenía un contenido social, a diferencia de las guerrillas de los Llanos, cuyas Leyes incluían aspectos como el desarrollo económico y la reforma agraria. Lo cierto fue que la disciplina y la efectividad militar, así como la delimitación de los territorios bajo su influencia, la instauración de autoridades y grados de mando, y el comando central, le bastaron al grupo de Franco para alcanzar cierta autonomía organizativa en esa época. A finales de octubre del primer año del gobierno militar de Rojas Pinilla, cerca de tres mil quinientos hombres habían depuesto las armas. Pero el 24 de agosto de ese año mediante un acto de traición, tropas del ejército dieron captura a Franco y a ocho de sus hombres en una cantina en las goteras de Urrao, como resultado de la celada tendida por el alcalde, un teniente Mantilla. Franco fue incomunicado en una celda del Servicio de Inteligencia Colombiano –SIC-, en Medellín. Al año siguiente empezó de nuevo a considerarse que la paz era una ilusión. El rearme tuvo nombre propio con la fase de la Violencia en Colombia llamada de los pájaros, que se prolongaría hasta 1958. Para esta época Franco ya estaba muy lejos de las armas. El mismo Franco enviaba una tarjeta con un membrete impreso que decía “Juan de J. Franco, ex guerrillero liberal”.
Y no deja más que un colofón paradójico y cruel. Algo así marca el final de los guerrilleros liberales de los años cincuenta del siglo XX colombiano. El comandante general de las guerrillas del Llano, Guadalupe Salcedo, que creyó en la palabra oficial e hizo entrega solemne de las armas, terminó traicionado. El 6 de junio de 1957, cuando se hallaba en la zona industrial de Bogotá, agentes de la policía lo cercaron y le ofrecieron respetarle la vida si se rendía. Con las manos en alto, murió acribillado por varios disparos. Hoy es una leyenda de la violencia de los Llanos Orientales. La mayoría de los líderes rebeldes, creyendo en la buena fe del armisticio, se aprestó a firmar la paz, para regresar a sus hatos. En sentido contrario, Eduardo Franco Isaza, que pedía garantías para dar este paso, se opuso a la rendición incondicional. A la postre, se quedó solo. Fue el único que no se entregó al general Rojas Pinilla, y se asiló en Venezuela. Siempre se quejó del abandono en que los jerarcas del liberalismo dejaron a la guerrilla llanera, que ellos mismos habían empujado a la revolución. Murió en Bogotá en 2009.
José Alvear Restrepo, defensor de los derechos humanos en Colombia, tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán – su amigo, compañero de trabajo e integrante de los núcleos de intelectuales del movimiento liberal- se adentra en los Llanos Orientales y sistematiza las prácticas democráticas y progresistas de las comunidades llaneras en el documento titulado La segunda ley del Llano, donde se sintetizan las bases del nuevo poder, las formas de administrar justicia, el régimen tributario, la preservación de recursos naturales, o las relaciones de igualdad entre hombres y mujeres, entre otros. El 19 de agosto de 1953 muere ahogado en un aparente accidente en el río Meta. Su nombre lo perpetúa hoy un colectivo de abogados defensores de los derechos humanos.
Eliseo Velásquez -Cheíto-, retratado así por su compañero Eduardo Franco Isaza en su libro Las guerrillas de los llanos: “ese Velásquez que encarnó en un momento la reacción popular y bajo cuyo nombre se hicieron los primeros, dolorosos y dramáticos intentos de lucha, era un patán. La otra cara de la medalla liberal: por una, entrega, prudencia, legalismo; por la otra, venganza, muerte y saqueo. En el subconsciente de cada liberal, había nacido un Eliseo Velásquez, que no quería saber de razones, cálculos y de nada, como fuera gritar, maldecir, destruir y matar. A medida que la violencia y los métodos fríos y despiadados de los chulavitas crecían en intensidad, la consigna de Velásquez, no era sino muerte y reacción”. Refugiado en Venezuela, en 1952, es pedido en extradición y en un acuerdo de concesiones mutuas, cuando Velásquez pisó la frontera, sucesivas ráfagas de ametralladora destrozaron su cuerpo y Colombia reconoció los derechos de Venezuela sobre los islotes de Los Monjes.
Dumar Aljure, sitiado y muerto con toda su familia en San Martín, Meta, por todo un batallón del ejército, en abril de 1968 como a otro bandolero, Efraín González. Con su muerte, dijo el periodista Hernando Martínez, también murieron leyenda y mito en que lo pusieron miles de campesinos quienes llegaron a considerarlo dotado de poderes sobrenaturales, único capaz de burlar la muerte, curar cristianos y animales y hasta hacer llover o radiar el sol. Era un bandido ya desde 1945. Desertor del ejército y con su fusil, prendas de dotación y cuatro más entró a formar parte del grupo de Guadalupe Salcedo. Luego de la entrega de las armas se despertó en él apetitos de poder y comenzó a expropiar tierras, cosechas y ganados e instauró un régimen personalista sustentado en las armas. El 14 de octubre de 1967 en Puerto Limón asesina al cantinero Cándido Rodríguez, alegando que le había cobrado más de la cuenta. Aljure, ebrio, bañó en cerveza el cadáver de Cándido, lo levantó y bailó con él. Justificado asedio para su aparatosa muerte.
Sobre Rosendo Colmenares remito al lector al libro Tulio Bayer, solo contra todos, publicado en 2008 por el ITM de Medellín. El médico Bayer recogió en 1960 sus viejas banderas liberales, pero con otro sentido y otro final. Y El Capitán Franco, ahogado en un río en una disputa menor con sus excompañeros de armas. Mi amigo R. y su padre Geno, el último arriero, vieron ese día de 1959 su cadáver en el malecón de Montelíbano. Su recua de mulas subió pertrechos y bajó tapetusa de Pabón para la felicidad de esos días. Ya lo sabemos. Lo propio de los hombres es el olvido. Ahora entiendo porque en alguna parte de sus Antimemorias, André Malraux sentencia que la muerte de un hombre convierte su vida en destino.
Referencias
– Historia general de Urrao, de Jaime Celis Arroyave, 2009.
-Los paisanos alzados en armas, Wilson Horacio Granados Moreno, 2004.
-La Vida Mala en Urrao, de Mauricio Fernández Taborda, fotocopia, 2005.
-La violencia en Colombia, Monseñor Germán Guzmán Campos, 1968.
-A sangre y fuego. La violencia en Antioquia, Colombia.1946-1953, Mary Roldán, 2003.
-La mitra azul. Miguel Zapata Restrepo. Editorial Beta, Medellín, 1973, 670 págs.
-Los Monjes. ¿Un mito trágico? Daniel Valois Arce., Medellín, Ed. Lealon, 1981.
-Tulio Bayer, solo contra todos. Carlos Bueno Osorio. Medellín, ITM, 2008.