Tomado de : Carlos Bueno Osorio-CAROLO. El Festival de Ancòn, un quiebre històrico. Ed. ITM, Medellìn, 2001.
Gustavo Arenas, Doctor Rock
En Ancon el rock no estaba al servicio de los monopolios económicos, ni detrás de él se escondían oscuros intereses politiqueros, la gente no usaba ropas de grandes marcas. Así a lo hippie, se realizó un evento sin igual que reunió entre creyentes y curiosos alrededor de 200 mil personas.
Hace 25 años, un cuarto de siglo o cinco lustros, Colombia atravesaba por un periodo no muy repetido en la historia colombiana. Cansados de la violencia que nos desangró en los cuarenta y los cincuenta, la gente trataba de vivir en paz, los partidos habían aplacado sus viejas rencillas y estábamos en el último de los gobiernos del llamado Frente Nacional. Misael Pastrana Borrero era el presidente, los colombianos respetaban a su iglesia (católica), pero empezaban a sacudirse de su dictadura y los jóvenes eran parte de un sentimiento universal que pedía a voz en cuello la paz a través del amor y el respeto mutuo entre los individuos.
Los jóvenes encontraron en el arte la mejor forma para expresarse. De éstas, la que más posibilidades ofrecía era la música, y el rock era el estilo musical que mejor servía a esos propósitos. Así en ciudades como Bogotá, Medellín y Cali se venían programando desde mediados de la época de los sesenta, eventos en los que compartían el público y los incipientes grupos musicales.
En Bogotá, durante el fin de semana del 1 de febrero de 1971, tuvo lugar el primer experimento de un concierto de rock al aire libre en un lote de tamaño mediano ubicado en Lijacá, al norte de la capital, por entonces terreno rural adscrito a la gran ciudad. El éxito de los conciertos de fin de semana en Lijacá se prolongó durante varios meses, trascendiendo a otras ciudades, que quisieron también entrar en la onda de los conciertos de rock.
El cerebro hippie
Una tarde de abril o mayo de aquel año llegó a la calle hippie –la 60– de Bogotá un hippie antioqueño como el que más, para adquirir unos afiches y otras cosas para su almacén Cartelandia del pasaje Palacé–Junín en Medellín. Este paisa resultó ser Gonzalo Caro a quien en su ciudad conocían como Carolo.
Mientras compraba afiches en Tanathos, el almacén de Tania Moreno, entabló conversación con quien años más tarde se convertiría en el Dr. Rock. Carolo preguntó a Rock si éste conocía a alguien vinculado con los conciertos de Lijacá. Sorpresa grande se llevó el paisa al ver que hablaba con uno de ellos. Rock decidió llevar a Carolo a la oficina de la calle 23 con carrera 12, desde donde se manejaba la pequeña empresa; en ruta hacia el centro Carolo manifestó a Rock su deseo de hacer unos conciertos similares a los de Lijacá en un parque a los alrededores de Medellín al cual él tenía acceso.
El escéptico doctor Rock, bocón como de costumbre, le respondió “¡Qué va hombre!, Que van a poder hacer un concierto de esos en Medellín, si allí rezan el Rosario en familia a las seis de la tarde y luego los mandan a dormir”. Carolo, con su carreta paisa fue más convincente. Rock puso en contacto a Carolo con Humberto Caballero (q.e.p.d), quien era la fuerza principal de la organización de conciertos por aquellos días. Caballero, “Hippie Ejecutivo”, era un tipo receptivo y no dudó un instante en echar a rodar el proyecto. Carolo retornó a Medallo y desde Bogotá comenzó a germinar la idea.
Sin dinero pero con rock
Dinero para el proyecto no había, por lo tanto era necesario recurrir a alguien. Caballero fue donde un amigo de él, Juan Serrato, dueño del almacén Instrumentarium, de artículos para ingenieros y estudiantes de la materia. Este le hizo un pequeño préstamo mientras Carolo conseguía por parte del alcalde de la ciudad de Medellín Álvaro Villegas Moreno, el visto bueno y los permisos correspondientes.
Álvaro Díaz Manrique y Edgar Restrepo Caro (q.e.p.d) eran socios de Caballero y entraron al equipo, al igual que Manuel Vicente Peña Gómez –Manuel V– (Quinto).
Reunido el capítulo de Bogotá se decidió que un concierto de una tarde era algo que no valía la pena y que estando listo el ambiente para el Festival de Rock Ácido Latino, del que tanto se había hablado en Bogotá, había llegado el momento, y el Parque del Ancón era el lugar ideal. Así se le comunicó a Carolo, quien emocionado manifestó que conseguiría en Medellín todo el apoyo necesario.
Sin dinero, sin arrodillársele a grandes conglomerados económicos, sin patrocinio de la empresa privada, todo empezó a funcionar. Es cuestión de fe y nos reuniremos todos con música, fue el lema con el que se echó para adelante. Después de agrandar la cosa a punta de boletines de prensa y entrevistas en diferentes medios, el fin de semana para la realización del Festival se iba acercando.
Cuando sólo faltaban algunos días, la ciudad de la eterna primavera comenzó a ser invadida por cientos y después miles de peregrinos que llegaban allí en busca del sueño mayor, asistir a un concierto de rock por lo alto. Hay que recordar que ya había pasado Woodstock y que los grandes festivales al aire libre se habían tomado el universo del rock.
Excomunion, golpes y prisión para los hippies
El Arzobispo decidió declarar la excomunión para los asistentes, el jefe del DAS dio un ultimátum para que ciudadanos colombianos de pelo largo y mochila abandonaran su territorio. Los infaltables mamertos comunistas, que por entonces perdían seguidores quepreferían el hippismo, acusaron a los organizadores de ser agentes al servicio de la CIA y señalaron a Estados Unidos de estar detrás de esto con intención de degenerar a nuestra juventud. Otros hippies, satánicos ellos, que se tragaron el cuento de la CIA, exorcizaron desde los cerros de Envigado con ritos de brujería para que fracasara el Festival, pero fracasaron ellos.
Muchachones de las familias bien de Medellín, caballistas ellos, llegaron el último día del Festival a pisotear con sus bestias a los asistentes. La gente normal fue a curiosear para ver como los hippies hacían el amor libre en orgías delante de todos ellos, quedándose obviamente con un palmo de narices. El hampa criolla también mandó su representación, fueron muchos los hippies sanos que cayeron en manos de los malandros, perdiéndolo todo y se supo de algunas muchachas que fueron violadas.
Cuenta la leyenda que Pablo Escobar, siendo aún un hampón común y corriente, estuvo allí robando morrales a los hippies y que cuando vio tanta gente reunida fumando bareta, tuvo la visión que lo llevaría años más tarde a convertirse en el más grande traficante de drogas que la humanidad tenga conocimiento.
Los monstruos y cía
Los grupos llegaron de Bogotá y Cali para unirse a los locales. De la región azucarera llegaron Los Monstruos y Generación de Paz. De Bogotá La Columna de Fuego, La Planta (Con Chucho Merchán abordo), Hope, grupo de la colonia norteamericana de Bogotá (en aquella época convivíamos todos), Galaxia, La Sociedad de Estado, que abrió el Festival, La Banda del Marciano y Terrón de Sueños, que hizo allí su última presentación, Carne Dura, con Miguel y Mario García, El Equipo Local jugó con Stone Free y el solista Fernando Suncho, al igual que una banda integrada por algunos miembros de las orquestas bailables.
El reino de los hippies
El alcohol que era entonces repudiado, no estuvo presente y como resultado no hubo actos violentos. La gente seguidora del rock, la pinta rara y el pelo largo le demostró a un país provinciano y parroquial que habían nuevos caminos. La poca paz que había tenido nuestra patria en este siglo fue durante el reinado de los hippies.
Cómo han cambiado los tiempos, la codicia acompañada de la violencia ha llevado a nuestra patria a la más grande corrupción. Hasta el rock cayó en manos de quienes han promovido la violencia como forma de lucha y oscuros intereses politiqueros rigen el rumbo de una generación que a diferencia de aquella no ha encontrado su identidad.