Julio César Londoño
La secta de “la incertidumbre de los últimos días”.
Tal vez no haya un problema más apasionante que el Destino. Fue una obsesión para los griegos, que adoraban la tragedia, la esfera y los muchachos. Sus dramas giraban en torno a la lucha de los hombres contra el Destino. En estas tierras lo formulamos así: la vida es la lucha del hombre contra el paisa.
Los escolásticos llevan siglos tratando de explicarnos que, así nuestras elecciones no sean libres porque la voluntad de Dios es inexorable, somos culpables de una vieja infamia de la que nada, ni siquiera el sacrificio de Jesús, un profeta disidente que anunció el fin de los tiempos, pudo redimirnos.
San Agustín, la más aguda inteligencia de la cristiandad, resolvió la contradicción entre el libre albedrío y el rígido Destino trazado por Dios postulando una “presciencia divina”, un bucle lógico que debió asombrar a la mismísima divinidad: Dios no determina nada, somos libres de obrar de manera recta o pecaminosa, pero Él lo ha previsto todo desde el principio de los tiempos.
Si tenemos una mala racha podemos culpar al Gobierno, pero si se prolonga decimos que estamos “salados”, o que pagamos un karma, o nos rendimos ante la evidencia: Dios existe y nos tiene entre ceja y ceja.
Si al ciudadano Z lo deja el avión por culpa de un trancón y el armatoste se cae, todos decimos que “el señor Z se salvó”, lo que equivale a decir que estaba escrito que el avión se iba a caer. Y cómo dudar de esa fatalidad si en efecto el aparato se cayó (pretérito perfecto) y el pasado es irrevocable y fatal…aunque la verdad es que el pasado es casi tan desconocido como el futuro. Es probable que la historia sea una sola, pero las versiones son muchas y pueden ser muy divergentes.
El señor Z vivirá agradecido con los dioses del aire y los demonios de los trancones, claro, pero las aseguradoras buscarán al culpable del siniestro en la tierra, no en los cielos, y los ingenieros aeronáuticos seguirán pensando que la fatiga de los metales, la mariposa del caos y las distracciones de los pilotos pertenecen al nebuloso campo de las probabilidades, no a un guion sagrado y fatal.
No t a . Pertenezco a la secta de “la incertidumbre de los últimos días”. No simpatizamos con el Destino ni con san Agustín, el satánico inventor del Limbo. Aceptamos que al principio fue el caos (luego la cosa empeoró), pero no aspiro a zanjar la cuestión en una columna.
“Está escrito que no la resolverá nunca”, dirán los fatalistas.
Julio César Londoño es un escritor, crítico literario, biógrafo y cuentista colombiano. En 1998 ganó el Premio Juan Rulfo de cuento en París. Actualmente escribe para reconocidos periódicos y medios nacionales como El País, de Cali, El Espectador, Cromos, Arcadia, El Malpensante y Donjuán.