Tengo una sólida convicción: estar contra las corridas de toros no puede ser una norma moral impuesta a todo el mundo. Es evidente que los taurinos no disfrutamos con la tortura; si así lo hiciéramos, pues iríamos a un matadero a gozar. No es difícil entender que el toreo es un asunto de libertad y es una opción que no es similar a la de atacar a los demás seres humanos o aprovecharse de su pobreza. Es una forma de entender la vida, de mirarla. Es fácil entender que el toro bravo no es un animal salvaje, como puede serlo un tigre. Es una creación consciente y deliberada del hombre destinada a ser parte de un ritual.
A los aficionados a los toros nos parece bien que haya personas a quienes no les gusten las corridas. Lo que vemos equivocado, es convertir esta posición en una moral obligatoria para todos los demás. La moral tiene que ver con la relación con nuestros semejantes. Fernando Savater señala que “No sacar placer de la tortura puede corresponder a una visión de buen gusto o una estética de los sentimientos. Pero afirmar que la persona a la que le gustan los toros es inmoral es un error. Los animales ya no aparecen en nuestras vidas salvo en forma de filete o de pechuga. Han desaparecido. Y como los seres humanos convierten en dioses lo que destruyen –así como las virtudes más elogiadas son las que menos vemos en el mundo–, con los animales ha pasado lo mismo: se han convertido en una especie de ñoñería. Ahora son pobres animalitos”.
El toro de lidia es un animal inventado por el ser humano, lo mismo que el caballo de carreras o el pastor alemán. Ha sido creado en conjunción con el juego de una batalla con el hombre, dentro de un ritual que tiene una tradición. El toro vive una vida envidiable y apenas el tres o cuatro por ciento de ellos va a las plazas. Los demás pasan su vida mimados, en las dehesas. “Incluso el toro que va a la plaza lo único que pasa son quince minutos malos al final de su vida. Eso es mucho mejor que lo que vamos a tener nosotros. ¡Yo firmo ya si me dicen que solo voy a vivir quince minutos malos!”, exclama el mismo Savater.
Otra verdad: si los toros de lidia no fueran a la plaza, desaparecían. Nadie va a mantener una ganadería de toro bravo solo para darles gusto a los ecologistas. Pero el animal no sufre. El sufrimiento es la visión racional del dolor. El sufrimiento es el dolor pasado por la humanidad. Los que luchan contra la fiesta del toro no tienen claro que su desaparición no sería simplemente la desaparición de los toros bravos. En España y en los países taurinos de América, las dehesas donde se crían son un ecosistema específico que comprende bosques, aguas y muchos otros animales pequeños y grandes. Acabar con los toros bravos es condenar esos terrenos, verdaderas reservas naturales, a ser campos de cultivos transgénicos. Los toros de lidia son muy costosos porque cuesta mucho conservar su medio y son una especie diferente de las demás, como los caballos de carrera, que son una creación humana, gracias a cruces, a la selección genética; las carreras de caballos sirven para seleccionar los ejemplares, para mantener la raza.
¿Vive peor el toro de lidia en las dehesas o nuestras futuras chuletas en granjas y mataderos? Somos carnívoros hipócritas, capaces de devorar a cientos de animales en nuestra vida pero no de aceptar que pueda haber arte en la caza y en la muerte, algo tan natural como la vida. ¿Sufrimiento de los animales? Mucho menos que en cualquier granja industrial. Pero es más rentable atacar las corridas que la ganadería industrial. Si acaso algún día desaparecen debe ser porque ya no despierten pasión alguna; hasta ese momento, hay que dejar a cada cual con su pasión y hacer prevalecer el principio de libertad.