Antes de presentarse ante el público y los toros, Rufino San Vicente Navarro, conocido como Chiquito de Begoña tuvo un oficio que lo emparentaba con el inmenso Baruch de Spinoza: era grabador de cristales en su Bilbao natal. Hizo su debut en estas tierras americanas en el Circo España de la carrera El Palo de Medellín.
La crónica histórica señala que Chiquito fue un célebre torero vizcaíno que murió en Medellín, Antioquia en 1963. Muy joven abandonó su oficio de grabador de cristales y viajó por España en busca de fortuna. Su carrera taurina comienza en Bilbao en 1901 como banderillero, presentándose como novillero en Madrid en 1904.
Toma la alternativa en la plaza de Vista alegre de Bilbao en 1908. En 1922 se retira del toreo en España y sólo lo hace ocasionalmente en Venezuela. En 1928 oficialmente se retira matando sus últimos dos toros en España en su Bilbao natal.
Pero su mayor cartel lo tenía en América. Después de torear en el Perú, la vida lo puso a debutar en un pueblo cercano a Medellín, donde recibió una fuerte cornada. Como el viaje era por entonces a lomo de mula, debió permanecer muchas semanas en aquella población hasta recuperarse.
Entonces, para no perder el tiempo en su convalecencia, enamoró a su enfermera, una antioqueña de pura cepa, con quien contrajo nupcias hasta el día de su muerte. Se establecieron en Fredonia de donde sólo salía para los festejos que lo requerían.
Narra el delicioso cronista Uriel Ospina Londoño, que él alcanzó a verlo torear muchas veces en el circo España, tanto en la original de la carrera El Palo como en la traducción a la orilla derecha del río Medellín, antes de que reiniciaran la construcción de La Macarena en la otrabanda del río y que envió al viejo Circo al rincón del hierro viejo. Dice que eran muy comunes aquellos carteles de circunstancias con Rubito de Sevilla y con el rejoneador Simao de Veiga, con David Liceaga o con El Fuere.
Eran corriditas esporádicas que poco dinero dejaban a los diestros, pero que periódicamente hacia venir a Medellín, procedente de su modesto cafetalito de Fredonia, al ya viejo Rufino de san Vicente, matador de alternativa en Madrid, que acabó sus días en Fredonia como negociante en lo que hubiera lugar, además de café.
Su muerte fue sincero motivo de duelo para los taurófilos locales que consideraban al de Begoña como algo tan paisa como la estatua del general Berrío en el parque que lleva su nombre.