Por JUAN JOSÉ HOYOS
Entre los libros que las universidades y el gobierno de Antioquia han rescatado del olvido con motivo de la celebración de los 200 años de la independencia, una de las joyas más valiosas recuperadas de los anaqueles de las bibliotecas es la “Autobiografía moral y otros escritos ” de Camilo Antonio Echeverri, El Tuerto, publicado por el Fondo Editorial de UNAULA con selección y prólogo del periodista Carlos Bueno Osorio. Camilo Antonio Echeverri es uno de los grandes cronistas colombianos del siglo XIX.
Nació en Medellín en 1828. Fue abogado y periodista de renombre. A lo largo de su vida fundó periódicos como El Liberal, El Índice, El Oasis, El Bien Público, El Pueblo, La Igualdad y el Boletín Oficial del Estado Soberano de Antioquia. En sus páginas, escribió crónicas memorables defendiendo a los que nadie se atrevía a defender: los derrotados en las guerras civiles, los desvalidos, los presos, la gente caída en desgracia a causa de la enfermedad, las deudas contraídas en el juego o el abuso del alcohol.
Sus enemigos no sabían cómo clasificarlo. Decían que el Tuerto Echeverri era radical, católico, godo, anarquista, anticlerical. En realidad, Echeverri fue un liberal radical en el sentido más profundo de la palabra, por encima de las adhesiones personales y partidistas, y defendió la causa de la libertad no solo en la prensa y en los libros sino en los campos de batalla. Sin embargo, tuvo otros rasgos también atribuidos a su pueblo, del cual él es uno de sus más lúcidos hijos: el sentido de lo práctico, la generosidad y el respeto por el otro y por sus ideas, su amor por la tierra y por sus hijos.
En el prólogo del libro, el periodista Carlos Bueno cuenta que fue la oveja negra de una familia de comerciantes y banqueros, que escandalizó a las gentes buenas y cristianas de Medellín con su bohemia de trasnochador impenitente y de jugador empedernido. Fue masón y ateo en su juventud, pero luego llegó al convencimiento de que “de cualquier punto del que parta la meditación humana, en cualquier dirección y en línea recta llega necesariamente al infinito, a Dios”. Pero no al Dios fetiche, ni al Dios que destruye por capricho. “Mi Dios no es antropomorfo, ni militar, ni antropófago, ni venal; ni es capaz de cólera ni de venganza; ni tiene espada, ni esperanza, ni temor, ni dudas, ni pasado, ni futuro; ni nació, ni fue creado, ni morirá” escribió en esta su “Autofotografía moral”.
En 1863, en la Convención de Rionegro, fue uno de los protagonistas de los debates más encendidos que se dieron durante la discusión de los artículos de la Constitución más libertaria que ha tenido nuestro país. A su pluma se atribuyen páginas enteras de esta célebre Ley de Leyes.
En los debates fueron notables cualidades suyas la fogosidad, la capacidad vigorosa para argumentar, la profundidad de su pensamiento y una verbosidad abundante. “Desgraciadamente tenía en su organización un exceso de vitalidad, defecto común en la juventud antioqueña, que lo arrastraba por caminos variados sin detenerlo en ninguna actividad especial”, dice en sus memorias Salvador Camacho Roldán.
Bienvenido sea este libro de uno de los rebeldes más lúcidos del siglo XIX. Un hombre que jamás dio ni pidió cuartel y que gastó su vida luchando por la libertad.