Kafka como imitador de Dostoievski
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Conozco al autor desde tiempo atrás.. Sé de sus tribulaciones editoriales y de impresión. De su impaciencia y de su rigor. La última y, a su parecer, también malograda edición no ha llegado a mi lejano refugio de hoy. Esta parrafada de ayer, está más allá de las dificultades editoriales. Y de paso es un alegato por su eventual entrega.
curiosidades inútiles. Para ociosos. Miren lo diferente que sé de Franz Kafka gracias a las obsesiones literarias del profesor Guillermo Sánchez Trujillo*: K. fue un fanático estrictamente vegetariano, dormía con las ventanas abiertas, practicaba gimnasia desnudo, vestía ropas ligeras aún en invierno. Aceptaba ciegamente las prevenciones naturistas contra los médicos, las medicinas, las vacunas y las inyecciones. Llegó a decir que los médicos merecían ser fusilados. Su padre, Herman, lo educó mediante una serie de mandatos intimidantes y arbitrarios que dieron como resultado lo opuesto a lo buscado. Se hizo vegetariano en venganza, como buen hijo de carnicero. Pero torturó a su padre de otra manera: se inscribió en la liga de los trituradores, cuya técnica consiste en masticar y masticar muchas veces cualquier bocado por insignificante que sea. Además, K. consideraba el coito como un castigo de la dicha de estar juntos. El sexo no como regalo, sino como escarmiento; mejor dicho, el matrimonio como un asunto tremebundo. Dió pie para que lo señalaran de homosexual, impotente, o reticente sexual. Una enorme carga anímica negativa que la sexualidad portaba en él, que hacía tan difícil vivir en una sociedad inquisidora llena de prejuicios. Pero la encantadora noticia bomba que ahora sé, es que Kafka era un imitador de Dostoievski.
Tesis demostrada paciente y lúcidamente por Guillermo Sánchez*: utilizó a Crimen y castigo para que fueran los ocultos personajes de Dostoievski los que contaran su biografía íntima y dejó a sus propios personajes la tarea de representar una obra magnífica, cautivante y misteriosa. K. amaba más el juego que el secreto. Sánchez no se fatigó de leer y leer a Crimen y castigo. Retuvo todos sus detalles. Luego releyó mil veces la obra de Kafka con la de Dostoievski al lado. Subrayó lazos, coincidencias y casualidades. Tomó notas, hilvanó párrafos, hizo cuadros, exploró palabras y frases entroncadas, involucró a la informática. En suma aplicó a los dos libros y autores lo que había aprendido en su vida de lector infatigable y de matemático. Un resultado asombroso: Kafka se la pasó reescribiendo a su manera a Dostoievski. Es una certeza: como el descubrimiento del amor, como el descubrimiento del mar, el descubrimiento de Dostoievski marca una fecha memorable de nuestra vida. Lo dijo Borges del ruso. Kafka pudo decir lo mismo y además lo noveló.
Dice Sánchez: Si suponemos que todo obedece a un plan, la hipótesis de la sincronización kafkiana de la realidad y la ficción resulta probable y explica muchas cosas. Eso dice la razón. Lo otro es creer en milagros, pero los que no creemos en milagros, excepto cuando nos conviene, pensamos que estos cuadros muestra lo imaginativo, calculador y perverso que era Kafka, un demonio de nuestro tiempo, un verdadero demonio. Diabólico con toda inocencia. Tan inocente que era Kafka. Su objetivo: que la vida imitara al arte. La ficción hecha realidad convertida en literatura. Kafka utiliza la historia de ficción que representa en la realidad para escribir la obra que narra esa realidad.
1883,1924. Esas dos fechas delimitan la vida de Franz Kafka. Incluye los hechos íntimos de su biografía: la desavenencia con el padre, la soledad, los estudios jurídicos, los horarios de una oficina, la profusión de manuscritos, la tuberculosis, las vastas aventuras barrocas de la literatura. Su destino fue transmutar las circunstancias y las agonías en fábulas. Redactó sórdidas pesadillas en un estilo límpido. Su obra es intemporal y tal vez eterna. Es el gran escritor clásico del atormentado y extraño siglo XX. Soñó pesadillas admirables y abrumadoras. La palabra kafkiano existe en más de cien lenguas para designar lo absurdo de nuestros tiempos.
Borges, precursor de todos, lo señaló: La circunstancia, la extraña circunstancia, de percibir en autores anteriores, el sabor mismo de los cuentos de Kafka no debe hacernos olvidar que el sabor de Kafka ha sido creado, ha sido determinado por Kafka. Éste modifica y afina la lectura de su prosapia literaria. La deuda es mutua. Un gran escritor crea a sus precursores. Los crea y de algún modo los justifica.
La voz o los hábitos de Kafka se reconocen en textos de diversas literaturas y de diversas épocas. La parábola de Zenón y Aristóteles: el móvil y la flecha y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura. El prosista del siglo IX, Han Yu: el unicornio no figura entre los animales domésticos, no siempre es fácil encontrarlo, no se presta a una clasificación. No es como el caballo o el toro, el lobo o el ciervo. En tales condiciones, podríamos estar frente al unicornio y no sabríamos con seguridad que lo es. Sabemos que tal animal con crin es un caballo y que tal animal con cuernos es toro. No sabemos cómo es el unicornio. Kierkegaard y sus parábolas religiosas. La atroz y lamentable suerte de Wakefield, el inquietante personaje de Nataniel Hawthorne. León Bloy: unas personas que abundan en globos terráqueos, en atlas, en guías de ferrocarril y en baúles y que mueren sin haber salido de su pueblo natal. Y en Lord Dunsany: un invencible ejército de guerreros parte de un castillo infinito, sojuzga reinos y ve monstruos y fatiga los desiertos y las montañas, pero nunca llegan aunque alguna vez divisan el objetivo. Nunca se sale de una ciudad. Nunca se llega. Dice Borges. En muchos textos está la peculiaridad de Kafka, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos. No existiría. El hecho es que cada gran escritor crea a sus precursores.
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*Guillermo Sánchez Trujillo. El juego de Kafka: el desciframiento de El Proceso. Ediciones Unaula. Medellín, 2011, 315 pags.
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Es tema de discusión, si los escritos de Kafka pertenecen a la tradición literaria judía o a la alemana, discusión que adquirió relevancia a la hora de decidir el destino final de su legado. Al margen de la disputa por los manuscritos de El proceso entre los Estados de Alemania e Israel, que tiene tanto o más de político y económico que de literario, la novela de Kafka es una exégesis de Crimen y castigo, la cual Kafka escribió, parcialmente, a la manera de los talmudistas, en la que Crimen y castigo es el texto base, que representa la Mishná y El proceso la Guemará, el comentario y análisis de dicha tradición, que lo completa. La Mishná ─Crimen y castigo─ y la Guemará ─El proceso─ juntas forman el Talmud kafkiano. En resumen, el modelo literario del que se sirvió Kafka para escribir la novela alemana más importante del siglo XX, y quizás la más experimental y moderna de la literatura, es el libro que recoge la tradición oral judía.
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Guillermo Sánchez Trujillo
El proceso en clave de Crimen y castigo
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«Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana.» Estas primeras líneas de El proceso son responsables de que la mayoría de los lectores consideren inocente a Josef K., quien probablemente fue víctima de una calumnia, aunque la expresión «Alguien debió de haber calumniado a Josef K.» no es categórica y queda la duda, la primera de muchas que Kafka irá sembrando en la novela, sin que sea un problema de estilo, sino una necesidad narrativa porque El proceso es la reescritura furtiva de Crimen y castigo, con el fin de narrar y ocultar al mismo tiempo una historia íntima y secreta que da sentido al universo estético de Kafka, del que la novela de Dostoievski es el código y la llave.
No se puede creer sin más lo que dice el esquivo narrador de El proceso ─ni las palabras de los personajes, especialmente las de Josef K. ─, obligado a engañar al lector para no ser descubierto en flagrancia, pues, como decía Kafka ─él sabía mejor que nadie de qué hablaba─, «la clave de un enigma es que permanezca siendo un misterio». No es de extrañar entonces que, en esta novela, en la que todo es un acertijo, los lectores permanezcan a oscuras todo el tiempo.
Para no ir lejos, el personaje de la anciana que aparece en el primer párrafo de la novela no parece importante porque nada se dice de ella, pero su extraño y desmedido interés en la detención de K. obliga a preguntarse qué papel juega en la historia. Sin duda, un papel importante, pues no se entendería que un escritor cinematográfico como Kafka desperdiciara la primera escena con un personaje innecesario o superfluo. Además, hacia el final de la novela, cuando Josef K. entra en la catedral y recorre las dos naves laterales, nuevamente ve a la anciana que, envuelta en un manto, de rodillas contempla una imagen de María. La presencia de la anciana en la catedral hace aún más enigmático este personaje, quien nunca revela su secreto, por más que se lea y relea El proceso.
En cambio, la escena del plano-contraplano de la anciana y K., en la que se observan mutuamente, acompañada por el sonido de la campanilla en clave de Crimen y castigo, de inmediato evoca la escena del plano-contraplano de Raskolnikov y la anciana cuando, tras tirar del cordón de la campanilla del apartamento de la anciana, esta lo observa por la pequeña abertura de la puerta entreabierta, con manifiesta desconfianza. De modo que la escena inicial de El proceso, leída en clave, es una alegoría, la primera de muchas, que trae a la mente el crimen de Raskolnikov.
Mediante un corte, Kafka pasa de la escena inicial al capítulo (3,II) en el que Raskolnikov, después de cometer el crimen, cae enfermo y, tras varios días entre el delirio y la inconsciencia, despierta muy asustado al ver un desconocido en su buhardilla que lo mira con curiosidad. Raskolnikov piensa que está detenido, que todos en la casa ya saben que él es el asesino, y esa incertidumbre Dostoievski la alimenta con situaciones y diálogos equívocos a lo largo del capítulo que aumentan el nerviosismo y la incertidumbre del estudiante.
Kafka recrea con literalidad una a una las situaciones que vive Raskolnikov al despertar, como si Josef K. estuviera viviendo o soñando las mismas escenas de Crimen y castigo. La diferencia está en que los lectores de Dostoievski conocen todos los pormenores previos al despertar de Raskolnikov, narrados en la primera parte de la novela, y comprenden sus temores al no saber si quienes lo rodean se están burlando de él fingiendo que nada saben de su crimen, para después saltarle al cuello y gritarle ¡asesino! Por el contrario, los lectores de Kafka no saben nada, y lo que en Crimen y castigo es tragicómico, en El proceso es simplemente absurdo. No se sabe quién es Josef K. ni de dónde salieron los guardianes, y cuando K. trata de meterse en la mente de ellos, de saber qué están pensando, los guardianes no saben nada. En esa ignorancia permanecerán los lectores de El proceso hasta después de leer por completo la novela. Parece una broma.
Kafka escribe los primeros capítulos de su novela en base a los primeros capítulos de la segunda parte de Crimen y castigo, introduciéndonos en la trama después del crimen, enfrentándonos a una serie de personajes y situaciones que no comprendemos en absoluto al no tener noticia alguna del crimen de Raskolnikov, entrando de inmediato en los terrenos del misterio y del absurdo. Imaginemos por un momento que Dostoievski hiciera lo mismo; que iniciara la novela con la segunda parte, que no mencionara el crimen de Raskolnikov en el resto de la obra, que no supiéramos nada del asesinato de las dos mujeres, pero en cambio aparecieran todas las escenas —lavadas de crimen— con sus personajes, lugares y situaciones. En este caso tendríamos un Crimen y castigo muy distinto al que conocemos —sin crimen—, un proceso enigmático, surrealista y sin sentido como el que nos legó Kafka.
En la primera escena del capítulo, sin la clave de Crimen y castigo, el personaje de la anciana sería un enigma sin solución, como sería imposible asociar a esta escena el crimen de Raskolnikov. Se sabe que la asociación es legítima porque luego se repiten una a una las mismas situaciones en las dos novelas: el hombre extrañamente vestido que entra a la habitación de K.; el desayuno de K. que se comen los agentes; la ropa que le quieren robar y el hecho de que lo obliguen a vestirse de etiqueta; la patrona que mira a hurtadillas al inquilino, como si se sintiera culpable de algo; el vaso de licor que toma para infundirse valor; el que K. piense que probablemente todo ese asunto de la detención no es más que una broma que le quieren jugar los compañeros de trabajo el día de su cumpleaños, todas estas situaciones están presentes de tal forma en el tercer capítulo de la segunda parte de Crimen y castigo, que se pueden identificar con las correspondientes escenas de El proceso.
La segunda parte del capítulo primero ─el interrogatorio─ sale del interrogatorio que Porfirio, el juez de instrucción encargado del asesinato de la vieja usurera, le hace a Raskolnikov en su oficina en el capítulo (5,IV). Kafka ensambla las dos partes ─detención e interrogatorio─ haciendo pasar a Josef K. al cuarto de la señorita Bürstner ante la presencia del inspector, tras una larga espera, como la espera de Raskolnikov antes de pasar a la oficina de Porfirio para ser interrogado. Allí, Porfirio tortura al estudiante y le da a entender que él sabe quién es el asesino, pero no le importa que ande libre porque él es su víctima y no se le va a escapar:
«¿Por qué he de inquietarme por el hecho de que este hombre se pasee por la ciudad y sea libre? Puedo dejarle que se pasee por el momento; ¡ya sé que él es mi víctima y que no se me escapará! […] ¿Ha visto usted alguna vez una mariposa delante de una vela? Pues bien, él dará sin cesar vueltas en derredor mío, como una mariposa en torno a la llama; la libertad le resultará odiosa, estará cada vez más inquieto, cada vez más trastornado, se enredará, enloquecerá hasta morir… Aún más: él mismo me suministrará una de esas pruebas tan definitivas como «dos y dos son cuatro», siempre que le conceda un entreacto bastante prolongado… Y siempre dará a mi alrededor vueltas, describiendo círculos cada vez más pequeños, y al fin… ¡paf!, se meterá él mismo en la boca, y me lo tragaré. ¡Es muy divertido! ¿No lo cree usted así?» (5,IV,p.408-09)
El inspector le dice a K que sabe que él es culpable, no con palabras como hizo Porfirio con Raskolnikov, sino mediante una alegoría; para eso son los objetos que tiene sobre la mesa: la vela, la caja de cerillas, el libro y los alfileres, cuyo significado Josef K conoce bien: tiene que confesar. Su crimen es una vieja historia de todos conocida y narrada con lujo de detalles en el libro que tiene sobre la mesa el inspector. Pero como K. decide hacerse el de las nuevas, el inspector lo amenaza con encender la vela. Primero desplazó con ambas manos los objetos que había en la mesita de noche; luego puso la vela en el centro de la mesita, después comprobó cuántas cerillas había en la cajita de las cerillas y, finalmente, el inspector golpeó con la cajita de cerillas en la mesa. La amenaza es clara: sigue con tu insolencia y encenderé la vela para que des vueltas en rededor de la llama describiendo círculos cada vez más pequeños, y al fin… ¡paf!, te atraparé y clavaré como a una mariposa. Esta alegoría de la mariposa y la llama da la clave del curso del proceso, de cómo K se acerca más y más a la llama, capítulo tras capítulo, hasta la última instancia «cuando irrumpe un resplandor inextinguible a través de la puerta de la Ley. Ahora ya no va a vivir mucho más».
El proceso es una obra de naturaleza alegórica imposible de entender sin el palimpsesto porque es en Crimen y castigo donde están las claves para identificar los personajes e interpretar los símbolos que permiten seguir la trama de la obra. Probablemente sea esta la razón principal que lleva a pensar a los lectores que la novela quedó sin terminar, que quedaron faltando instancias del proceso, como le dijo Kafka a Brod. En realidad, el proceso de K llega a su fin con la parábola “Ante la Ley”, pero es necesario conocer la alegoría de “la mariposa y la llama” para comprender la sentencia final.
Al leer El proceso en clave de Crimen y castigo, se ve que Kafka era un escritor que tenía en su taller herramientas muy sofisticadas, desconocidas por los maestros de la novela del siglo XIX, como la perspectiva múltiple del cubismo, los mecanismos del sueño y el montaje cinematográfico, del cual es Kafka el precursor. Pero la obra de Kafka permaneció inédita durante diez años y no tuvo a lo largo del siglo un exégeta que la descifrara, permaneciendo en la oscuridad, sin que la revolución que estaba llamada a provocar estallara.