Tulio Bayer IX
Siempre hablaba con tal seguridad que nadie podía imaginar que apenas unos meses antes desconocía las lides de los verdaderos revolucionarios de armas tomar. Por el énfasis de sus discursos, un observador creería que estaba frente a quien no tuvo juventud por luchar en la clandestinidad, pero la verdad era que sólo estaba jugando a la guerrilla como antes jugó a los soldaditos de plomo. Era un producto típico de los tiempos difíciles en que se improvisaba bajo la fiebre de la revolución, pequeños Robespierre, o como unos cuantos libros se convertían en biblias infalibles. La Gran Patria muchachos, les dijo el tribuno improvisado, es una patria sin ricos ni pobres, sin verdugos ni esclavos, una patria de paz en que todos estén unidos y se amen como dioses, una patria de gloria, de miel, de dicha de concordia, en donde nuestros hijos crezcan sanos, alejados del mal. Es por lo que vamos a ofrendar nuestras vidas, no por un país de hombres sino de ángeles! Los hombres se apretujaron alrededor del loco Rincón, quien alzó las manos y miró con ojos encendidos hacia el otro lado, a través de una nube de mosquitos.
. (Eduardo García Aguilar. El bulevar de los héroes. México: Plaza y Janés, 1987)
Carta a otro analfabeto político
La propia historia y su personal experiencia de todo este tiempo, le demostró la verdad de sus motivos para la rebelión y lo ineludible de los compromisos con el proceso revolucionario colombiano. En los propios cuarteles de Apiay, en donde su vida se jugaba todos los días a la ruleta de la manera de pensar de un oficial de servicio, no faltaron suboficiales y soldados y aún oficiales que le mostraron que no eran ajenos al drama de servir a los ricos por 15 pesos mensuales, ni el drama de disparar contra el pueblo.
Tulio Bayer Amira Perez Amaral, camarada Tanque
Bayer y Tanque tenían ya cierta conciencia de que no estaba bien que los utilizaran para proteger los intereses de latifundistas contra el hambre de los campesinos. Y de que no estaba bien que un hombre del pueblo, un campesino, pasara hasta los 18 meses de su servicio militar obligatorio sin aprender a leer ni a escribir y muchas veces ni siquiera a disparar bien, cuidándole las haciendas a los senadores millonarios. En la cárcel, entre mucho más de dos mil hombres que le tocó conocer, no encontró a ningún rico. Casi todos eran los que llaman en este medio gancho ciego: ingenuos, sanos aprendices. Los que no sabían preparar las coartadas, los que no estaban conectados con el hampa oligárquica, los que no tenían con qué comprar los jueces. Porque éste es el mecanismo verdadero, el mecanismo íntimo de la justicia colombiana. No estuvo entre ángeles, pero sí hizo comprobaciones que pueden resumirse así: el lumpen, ubicándolo en la cárcel con un sentido burgués, no está ciertamente en ella sino afuera. Y los más avezados criminales que conoció, eran a su juicio, más honestos que los ministros de Salud Pública.
Comprobó que las cabezas del hampa, lo que en la cárcel llaman la pesada, son hombres que se han absuelto a sí mismos de toda culpa. Se consideran profesionales y para ellos la muerte o la cárcel es un riesgo inherente a la profesión, algo que en cierta manera la embellece. Y no se trata de un mecanismo de racionalización, de autojustificación caprichosa o artificiosamente elaborada. Es sencillamente que han descubierto que la sociedad, la alta sociedad, la gente tenida por honorable, desea hacer lo mismo que ellos, de hecho hacen lo mismo que ellos, siempre que encuentra la manera de eludir los riesgos. De modo que la sociedad que pretende condenarlos es cobarde e hipócrita y ellos la desprecian. Los estafadores saben que el estafado es siempre más ladrón que el estafador. Precisamente es su afán de ganancia ilícita y de engaño lo que lo lleva a dejarse estafar.
La clientela del estafador de postín es siempre la alta sociedad, la flor y nata de la Patria, el Ministro, el Cura rico del pueblo, el político de fama. Bayer estuvo preso junto con un equipo de estafadores famosos y sobre la estafa podría contar muy sabrosas historias basadas en la realidad colombiana. Esta es la materia prima de su novela sobre la cárcel, Gancho ciego.
¿A quiénes les puede interesar comprar grandes cantidades de esmeraldas, de oro robado en las minas, las joyas demasiado preciosas y costosas obtenidas en los grandes asaltos? El asesino sabe que los grandes abogados lo protegen. Viven de él.
“Mi colega de cárcel, El Manteco, fue siempre defendido por Augusto Ramírez Moreno, ex ministro de gobierno y representante de los criadores de ganado cebú. Y es que defender a ciertos matones es negocio lucrativo, porque ellos roban también para el abogado defensor y porque ellos pueden ser contratados para mantener un clima de violencia propicio a ganar elecciones o a apoderarse de tierras. Este es un negocio usual, tradicional que hacen los abogados de los partidos tradicionales. Los matones son la fuerza de choque, sus peones, la elite de la tropa. Igual que hoy
Augusto Ramírez Moreno
“Hablemos del aspecto jurídico de mi proceso. De un proceso sin pies ni cabeza que Alberto Lleras pide, desde El Tiempo, que revisen. Después de mi captura, me tuvieron incomunicado por 40 días en Apiay. Sometido a abusos y torturas psicológicas como relevar soldados que hacían, día y noche, a intervalos de media hora, el ruido con los mecanismos de los fusiles, como si fueran a disparar, mientras se daban las órdenes de una ejecución imaginaria y después colocando a mi mujer en un edificio iluminado frente a mi ventana, de modo que yo pudiese ver entrar allí, de día y noche, las sombras de los soldados. Yo esperaba que me fusilaran y cuando no lo hicieron a pesar de mis provocaciones, exigí la calificación de mi delito. El Juez militar me dijo que era sublevación. Un delito castrense. Así se lo hice notar al Juez, pero acepté y designé defensor a un Capitán Flórez, compañero de colegio, que estaba en Apiay”.
En la indagatoria, Bayer se limitó a destacar su papel de médico dentro de la zona del Vichada abandonada por el gobierno y dentro de ese pueblo, de esos colonos desplazados por las persecuciones del ejército. Luego se acogió al secreto profesional con respecto a sus relaciones paciente-médico con los que el Juez llamaba bandoleros. Diez días después, el Juez volvió a llamarlo. Le hizo preguntas sobre el desarme de los soldados en Santa Rita, preguntas concretas venidas del expediente que seguramente tenía el ejército. Se limitó a decir que nada tenía que agregar a las declaraciones hechas por el teniente Morales y por los soldados desarmados en Santa Rita y se responsabilizó plenamente de esa acción. Continuó incomunicado y a los 40 días lo trasladaron a Bogotá, en un avión militar.
Ya estando en la cárcel Modelo de Bogotá, se enteró de las posibles causas de su traslado de una prisión militar a una civil. Una de ellas era que el expediente por el asalto a Puerto López lo investigaba un Juez civil. Así las cosas, designó un abogado civil, Guillermo León Linares. El abogado pidió la definición de la colisión de competencias. La opinión dentro del ejército, dentro de la jaula en donde estaba metido, se dividió: no podían entregar los secretos militares a los civiles. Y claro está que la cobardía del Coronel Barriga, la incompetencia del teniente Morales, los tratos de Valencia Tovar con Barney, eran secretos militares. Mientras la Corte Suprema decidía lo de la colisión de competencias, el ejército, en particular el general Mejía Valenzuela, quería liquidarlo. Ya lo había intentado desde Apiay, pero lo impidieron amigos suyos de infancia dentro de los oficiales y se lo impidió también Valencia Tovar.
Este par de nombres propios representa dos tendencias dentro del Ejército: la prusiana, esto es, la arbitrariedad, el asesinato. Fascismo químicamente puro. Y la jesuítica, esto es, apariencia de legalidad, fuerte en la cosa, suave en la forma. Debe a la segunda, la vida y cien pesos que le mandó en un sobre el Prefecto de disciplina de la Universidad Javeriana. Y también el hecho de haber escrito este infamante libelo. Así que la línea jesuítica del Ejército, decidió que era más sensato apagar la hoguera y hacerlo aparecer ante el país a Bayer como un loco. No era difícil, porque ¿cómo discutir con esa gente que no piensa sino en el precio de las acciones? Lo mejor es hacerse el loco y él hizo bien el papel, toda su vida.
Llegó a Bogotá con su raído uniforme llanero, de una temperatura de 30 grados a una de 12, en la que el frío lo atacaba por todos los flancos, con sus botas gastadas por cuyos agujeros asomaban los dedos. Los primeros en saber de su presencia en Bogotá fueron los diarios oficiales del Frente Nacional. Por ellos supo que lo habían traído a Bogotá a un examen psiquiátrico. Ocho días después vinieron a sacarlo por orden del general Gabriel Reveiz Pizarro para llevarlo al Instituto de Medicina Legal y Psiquiatría Forense que dirigía esa vaca del doctor Uribe Cualla. Se opuso. Tuvo suerte con el comandante de la patrulla. Logró convencerlo de que se llevara más bien su oposición al procedimiento, expresada por escrito. Era un examen que pedía por primera vez en la historia de Colombia, la acusación y no la defensa. Destacó en su alegato que su Tesis de grado como médico y su novela eran acusaciones directas contra Uribe Cualla, al que rechazaba como legalmente apto para conceptuar sobre su caso.
La patrulla militar volvió a los tres días. Pero ya fue el Director de la cárcel el que se opuso a que lo sacaran a la fuerza sin orden del Juez. Por razones desconocidas, llegó más tarde una orden firmada por Reveiz Pizarro en la que daba instrucciones muy precisas sobre la manera de proceder si una patrulla de militares se presentaba a la cárcel a reclamarlo para un examen psiquiátrico. ¡Ojo!. ¡Podía ser una patrulla enemiga!
En cuanto al examen psiquiátrico, Bayer tenía buenas razones para rechazarlo. Este peritazgo lo suelen pedir los abogados de los criminales muy encartados que de una u otra forma logran que les encuentren anormalidad psíquica. Le cambian el rumbo al proceso: pasan de criminales a enfermos, se aseguran el traslado a un frenocomio cuyas condiciones de vida son menos duras que las de un presidio y las posibilidades de fuga mayores. Este peritazgo de anormalidad psíquica era en realidad una forma de asesinato político. Desvirtuaba el modesto ejemplo que quiso dar a la juventud colombiana con su insurgencia: permitía tapar, echarle tierra a la investigación misma, eludir las responsabilidades del ejército adscribiendo el desarme de los soldados a un episodio de locura de un determinado sujeto. No se sabe si simultáneamente o ante el fracaso de la línea jesuítica, decidieron trasladar de Villavicencio a La Modelo a un hermano de Flavio Barney y le dieron el encargo de asesinar a Bayer.
Gracias a sus amistades con sectores de la población carcelaria, por estupidez y cobardía del propio Barney y por un descuido del Juez Militar que le daba instrucciones a Barney en el momento en que entraba al despacho de la Subdirección de la cárcel, pudo armar un escándalo considerable, desafiando a Barney allí mismo. Desesperadamente, comenzaron a enviar a la cárcel, autos de detención. Todos los modelos: asociación para delinquir, asonada, incendio, asesinato en cuadrilla de bandoleros, robo de armas al ejército, utilización de armas de uso privativo del ejército, etc. Todas estas acusaciones separadas se llevarían una vida para ser resueltas. Y en años de cárcel, llegó a contabilizar unos doscientos años. Vino entonces el sorprendente fallo de la Corte Suprema de Justicia. El presidente, magistrado Rendón Gaviria en un arranque vigoroso de sentido común, tal vez asqueado por las imbecilidades de todo el proceso, dijo que no se le podía juzgar sino por el delito de rebelión. Tulio Bayer no es un bandido ni un asesino ni un loco. Es un rebelde. Y para rebelarse de verdad hay que desarmar soldados, hay que asaltar cuarteles y si es necesario matar al enemigo. Lo excepcional, lo insólito es desarmar unos soldados sin necesidad de matarlos. Además decidió que el delito debería ser juzgado por la Justicia Ordinaria. Cuando llegó la indagatoria civil hizo un largo recuento de motivos hasta agotar todo el papel que traía el secretario. Y, finalmente, Bayer se declaró Comandante Jefe y General Jefe Supremo de la guerrilla del Vichada, se responsabilizó de todos los actos de guerra cometidos en aquella campaña, de lo que se hizo y de lo que se dejó de hacer y declaró que todos los soldados los había llevado a la fuerza.
Los funcionarios comprendieron las desventajas de estas segundas vueltas, tanto por el lado militar como por el lado guerrillero y guardaron silencio, como de costumbre. Para que no quedara duda, desde la cárcel escribió una carta al Presidente de la República pidiéndole que lo fusilaran o que le aplicaran el Código vigente.
Alberto Lleras Camargo- Guillermo Leon Valencia
«Al señor doctor Guillermo León Valencia
General en Jefe de las Fuerzas Armadas
Yo, Tulio Bayer, médico de profesión y en mi calidad de ex comandante de las guerrillas del Vichada, ante usted muy respetuosamente expreso:
Primero: En el largo proceso que se me ha venido adelantando por el delito de Rebelión, no ha aparecido clara mi calidad de Comandante de las fuerzas, hoy dispersas, que constituyeron la guerrilla del Vichada. Ello ha sido así, en gran parte, porque no era mi obligación en calidad de acusado, la de hacer resaltar esa calidad. En las indagatorias que he rendido, inclusive en las más adversas por la tortura moral y física concomitantes, he insistido en el papel de médico que soy y he sido siempre, de las clases humildes. Quiero hoy, ante Usted y ante el país, hacer la confesión de que fui el comandante de la citada guerrilla, a mucha honra, y aceptando en consecuencia, la responsabilidad total que cabe. Tal responsabilidad es, como Usted lo sabe, por todo lo que hizo y por lo que se dejó de hacer.
Segundo: En el día de hoy, al mismo tiempo que se me notificaba un fulminante traslado a La Picota, sin haber sido juzgado todavía, supe por la prensa que el Juez Segundo Superior de Villavicencio, negó la libertad que solicitó mi abogado por pena cumplida. El pretexto para la negativa fue la complicidad en un presunto homicidio. Como Usted debe saber, la Corte Suprema de Justicia estableció ya claramente, que no podrían juzgarme sino por la presunta rebelión ya que todos los delitos inherentes a una lucha armada son precisamente los que configuran la rebelión. Sin ellos, desembocaríamos en la curiosa tesis de que todos los pseudorrevolucionarios que cometen pecados en el cerebro, deberían ser juzgados. Así pues, no puede descuartizarse una acción rebelde en la multitud de hechos delictivos que le son propios. Tal doctrina, que es la de la Corte, fue pretermitida para enrostrarme un nuevo delito.
Tercero: Establecida plenamente la Rebelión en virtud de la confesión presente, ya que no con base al expediente, quiero que se me juzgue por ella, rechazando ante Usted las nuevas y especiosas inculpaciones. Especialmente rechazo el nuevo cargo ya que, estando en plan de confesiones, debo decir que, efectivamente el compañero Rincón fue muerto durante la época que estuve al frente de la guerrilla y no de cualquier manera, sino villanamente. Sólo que tal asesinato no fue ordenado por mí, ni por ninguno de los otros comandantes, sino ejecutado por un criminal de profesión introducido a nuestras filas por el F2 del Ejército. El tenebroso sujeto que responde al nombre de Flavio Barney es el autor único del delito que ahora se me imputa. Su calidad de informante del ejército está plenamente establecida en el expediente. Se trata, pues, de un crimen oficial contabilizable al Comandante enemigo de entonces, señor Alberto Lleras.
Cuarto: Antes de iniciarse la primera acción de guerra de nuestro conjunto guerrillero actué como defensor de cuatro individuos. Con alguna sorpresa me he informado de que mi actual Juez, cree, simula creer, que la muerte de Rincón ocurrió a renglón seguido del Consejo de guerra revolucionario en el que tomé parte como defensor, ocurrido en época posterior y a considerable distancia del sitio en donde yo me encontraba. Con base en estos considerandos le solicito lo siguiente: Que en mi calidad de ex comandante, convicto y confeso, se me condene a la mayor brevedad posible, permitiéndome suplicar al Señor Presidente que en vista de la levedad de la pena máxima establecida por el Código Penal para la Rebelión, se me condene a la pena de muerte frente a un pelotón de fusilamiento… Como podría argüirse que en Colombia no existe la pena de muerte, la cual ha existido siempre para los pobres y para los enemigos declarados de la oligarquía, quiero hacerle notar que tampoco existe la de tortura, ni la de detención indefinida sin ser sometido a juicio. Sin embargo, de ambas penas he sido víctima. Tengo la plena convicción de que mi mayor delito es la certeza que tienen algunos mercaderes de la oligarquía colombiana, especialmente los de las drogas, de que de haber salido victorioso los hubiese fusilado sin vacilaciones. Consciente de mi calidad de vencido, no puedo pedir para mí lo que jamás les hubiese otorgado a ellos.
Acudo a su calidad de hidalgo, que no entiende la vida sino en un marco de dignidad y de libertad propias del hombre, en la seguridad de que temperamental ni lógicamente, encontrará desorbitada la presente petición. Ella es fruto de un frío análisis de la situación que Usted conoce mejor que yo y que, a lo mejor, también lamenta. Atentamente, Tulio Bayer, ex comandante-médico de las guerrillas del Vichada”.
Entonces lo dejaron libre. Un día podía salir a la calle. Pero sin juzgarlo, sin definir su situación. Desconociendo todos los factores que desencadenaron su libertad. Hay uno típicamente colombiano: en diciembre, cuando publicó desde la cárcel en Voz Proletaria un artículo titulado ¡Feliz Navidad oligarcas!, el juez bebía en un club de Villavicencio. El entonces coronel Mejía Valenzuela manifestó que si la Justicia Ordinaria, es decir el Juez allí presente, soltaba los presos del Vichada, él los volvería a coger. Y este insólito desafío aceleró los hechos. El Juez tenía de su parte toda la jurisprudencia que lo favorecía y la usó. La usó valientemente como el magistrado Rendón Gaviria, aunque lo destituyeron.
Lo que hay que destacar es que Bayer jamás fue juzgado. Acusado por más de seis negocios, como dicen los abogados, me dejaron salir de la cárcel, una mañana, sin ningún papel. Mi abogado de entonces, jefe del DAS en 1977, que era comunista, Guillermo León Linares, resumió bien la situación diciendo que yo estaba en una especie de libertad vigilada, lo cual es ya una contradicción. En efecto, en cualquier momento, con cualquier pretexto, yo podía ser detenido por un asunto pendiente. Yo no me adaptaré jamás a vivir en Colombia agachando la cabeza y cerrando la boca. No se trazó pues, raya doble como en contabilidad, después de lo del Vichada. Ni condenado ni absuelto, después de dos años de cárcel. Yo no tengo, por otra parte ningún propósito de enmienda.
Cuatro días después de salir de la cárcel viajó a Villavicencio y se reunió en una hacienda cercana con sus compañeros de guerrilla que acababan de salir de la cárcel de Villavo. Sólo uno quería continuar… el Partido Comunista de Colombia tampoco ayudó. Después se unió a Federico Arango Fonnegra. Tuvo divergencias y Federico pagó con su vida no haber seguido sus consejos: se instaló en una guerra de posiciones, en una casa cercana a Puerto Boyacá. Allí le llegaron los helicópteros tal como Tulio se lo había predicho.
Agregaré que mi juez, Garavito Acosta –conservador– fue a visitarme y me propuso que nos lanzáramos para la Cámara en una lista bipartidista. No acepté, por supuesto. Yo no soy un político sino un intelectual que cree en la lucha para configurar su país, que es apenas un esbozo. Después de la divergencia con Federico, Bayer llamó a Valencia Tovar para preguntarle que si él, que se decía vencedor en la guerrilla que habían tenido, podía hacer algo para que le definieran la situación jurídica. Le contestó poco más o menos lo mismo que Guillermo León Linares: A usted lo pusieron en libertad para ver qué pasaba. Si pasa algo, pues lo buscarán. Si no pasa nada, lo dejan… Así que marchó para Venezuela, obtuvo un puesto como médico y tuvo que salir precipitadamente para Maicao debido a un artículo de la revista Selecciones, incidente que se relata más adelante. Es precisamente en esa época, cuando escribió Carta abierta, respondiendo una carta de Pacho Arango, que llegó a Maicao el día de su salida con cinco muchachos hacia la Sierra Nevada para formar un nuevo grupo guerrillero.
Este intento también fracasó. Fue entonces cuando se refugia en la Embajada de México. Allá trabajó unos meses, fue expulsado por intervención en la política del país. En realidad, un artículo sobre la rabia, en el que después de analizar la matanza de perros que hacían en las calles de México con ametralladoras, tomó hasta fotos, explicó en qué consistía la epidemia de estos perros proletarios, sin dueño, y terminó con la lista de personas que mordería en el caso de contraer la enfermedad. Lista que encabezaba el Ministro de Salud.
De México a Cuba, donde no tuvo ayuda efectiva, salvo del Ché Guevara, que ya estaba en desgracia y que decidió hacerse matar en Bolivia pues su situación era insostenible. De Cuba a Checoslovaquia y de allí a París. Estrictamente hablando, podía volver a Colombia. Y de hecho vino en 1966, un poco clandestinamente, usó sin embargo, su propio pasaporte, a tratar de organizar un nuevo foco guerrillero.