La conspiración de Ancón.
Curioso destino el de los textos, fotografías e imágenes de este libro –El Festival de Ancón : un quiebre histórico. Carlos Bueno,Carolo. ITM, Medellín, 2001. 230 págs-. En 1973, Manuel Vicente Peña, Manuel Quinto, uno de los artífices del Festival de Ancón, recibió de Carolo los recortes de revistas y periódicos, los contratos firmados para el evento, los permisos de las autoridades para su celebración, más de 400 fotos y transparencias, afiches, volantes y otros materiales para publicar un libro sobre Ancón. (¡Carolo que fue tan fresco!).
Manuel Quinto (lo sabremos por esta recopilación, fue el único muerto del Festival) enloqueció mientras armaba el libro y le metió candela a la pieza, donde vivía en la Bogotá de esa época, con todos los materiales adentro. Él sobrevivió al incendio, no así el libro. “Hasta junio de 2001, exactamente treinta años después del Festival, cuando murió, fue un pequeño burgués que vivió en un cómodo apartamento en el edificio Sabana, regalado por la familia para que dejara de ser hippie”.
El material fílmico de Ancón corrió suerte similar. Grabaciones en superocho, en 16 mm y en 35 mm tuvieron destinos diversos. Una parte desapareció por el afán de la modernidad. Carolo llevó ese material a Canadá en 1974. Su hermano ofreció pasarlo al super moderno betamax para facilitar su difusión. Entretanto, el hermano murió y nunca dijo a cuál laboratorio llevó el material. Esta es una invocación por su recuperación.
La MGM, la Metro, desplazó su personal y sus equipos por los días del Festival. Sería un documental en 35 mm. Quisieron apropiarse del Festival, del tema, de la música, de Carolo, de todos nosotros. No hubo acuerdo y quién sabe hoy dónde reposa la filmación. Nunca se utilizó.
Codiscos también tuvo equipos de grabación en Ancón. Se acompañaría el Festival de un disco con los conjuntos y grupos que se presentaron. Pero, todo el intento se echó a perder. Uno de los compañeros del Festival le añadió LSD a la cerveza que se tomaba Guillermo Díez, uno de los dueños de la empresa disquera. Díez, uno de los mayores animadores de la música moderna y del rock en el país, enloqueció también. Así, nadie quiso saber nada más de Ancón.
Hoy, este testimonio tiene vida gracias al fervor de algunos fanáticos que conservaron por 30 años textos, fotos, recuerdos. Esta, seguramente, no será la única edición y para las posteriores esperamos que quienes conservan lazos con el evento lo complementen.
En el siglo XX, la música rock es la manifestación más representativa de la cultura juvenil. En Medellín la inquietud surgió con los éxitos norteamericanos de finales de los años 50 y que a principios de los 60 se reafirmó con la avalancha de éxitos provenientes de Argentina, México y España, que en conjunto conformaron ese movimiento conocido como Nueva Ola, que básicamente eran traducciones al español de las canciones y temas de mayor sintonía en Estados Unidos y Reino Unido.
1966. Llega el movimiento go-gó y ye-yé. Eran palabras claves que procedían de Liverpool, de The Beatles que le acomodaban a sus canciones esas palabras. Varios grupos de rock se crearían alrededor de la invasión musical. En Bogotá, Los Speakers, Los Ampex, Los Flippers. En Medellín, Los Falcons, Los Yetis.
Los Yetis no solo respondían a un capricho sino que reflejaban la filosofía de un grupo ligado al Nadaísmo. Muchas de las letras cantadas fueron escritas por los nadaístas. Los Yetis fueron la voz de los nadaístas en la música.
Habla uno de los fundadores de Los Yetis, Iván Darío López: “Nosotros éramos abominables en todo sentido. Era la época de The Beatles. Teníamos melenas crecidas, nuestra música era de los Beatles, era rock, era lo de esa época. Creo que entonces iba muy bien, era el personaje adecuado. Estábamos rompiendo con las estructuras a todo nivel, éramos amigos de Gonzalo Arango, Eduardo Escobar, Pablus Gallinazus, X-504, Amílcar U, con todos ellos, que nos permitía darnos ese toque no único de rock, sino también de cierta intelectualidad. Lo nuestro era un poquito, una revoltura de fríjol con caviar”.
Ese circo ambulante de Los Yetis, con su diseño de vestuario y de accesorios, reflejaba toda una forma de vida. “Era un montaje de fantasía, era una vida fantástica, era romper con todos los esquemas, era comer sánduche en el escenario, porque nos provocaba, era ponerse camisas de flores porque era vestirse con la naturaleza, era ponerse los pantalones muy apretados porque los anchos que usaban los viejos era muy feos, era dejarse crecer el cabello porque en Inglaterra lo hacían y los nadaístas también, y nos parecía que había que estar en la vanguardia, era mostrarle a la sociedad que los comportamientos no deben ser siempre iguales”.
Esta actitud, sumada al contenido de las letras que hablaban de las estrellas, la luna, el LSD, la marihuana, la guerra de Vietnam, la polución y la paz, los convierte en abanderados de los cambios sociales y culturales que presagiaban a Ancón.
Era un movimiento que impulsaban personajes como Alfonso Lizarazo o Guillermo Hinestroza Isaza, desde la televisión, con Juventud moderna o El Club del clan. Eran Harold, Golden, Kenney Pacheco, Leonardo Álvarez, Vicky… El ambiente está descrito por el escritor y periodista Juan José Hoyos en su novela Tuyo es mi corazón.
“…El dial marcaba todavía los megaciclos de Radio 15, la emisora que oían todos los muchachos.
El Dúo Dinámico cantaba:
Amor amargo
Tú me das
Juanita cerró los ojos. Entonces, ¿la tarde no iba a acabarse?, pensó. Con la música, empezó a dormirse. Antes de perder la conciencia, alcanzó a oír la voz de Beto Fernán, tan llena de tristeza y de alegría, cantando:
Te llevaré
y tú vendrás
te llevaré, muchacha,
hasta mi tierra natal…
A veinte cuadras, en una casa que tenía al frente una cancha de fútbol, Carlos estaba echado sobre su cama oyendo él también a Radio 15 y pensando que el sábado era el peor día para la gente sola, que no tenía nada que hacer. Había leído a lo largo de la tarde por ahí veinte revistas de Vea-Deportes, que tenía coleccionadas… En Radio 15, las guitarras eléctricas chillaban. Estaban en un show en el radioteatro, y podían oírse los gritos de las muchachas tapando la música.
Los Yetis acompañaban a Juan Nicolás Estela, mientras cantaba La Chica del billete. Carlos se imaginaba las hordas de muchachas con botas y minifalda montadas sobre las sillas, gritando y cogiéndose la cabeza con las manos. Cuando sonó Mi primer juguete, la gritería fue tal que la música se perdió por completo y sólo volvía a veces, en oleadas, como si transmitiera una emisora de otro país, en onda corta. Carlos apagó el radio apenas empezaron a rifar discos.
En el radio que seguía prendido al pie de la cama de Juanita, en una pieza, alcanzaba a oírse a lo lejos una canción. Era Un muchacho como yo de Palito Ortega:
Un muchacho como yo,
que siempre estuvo triste,
que aprendió a sonreír
cuando tú le sonreíste.
Un muchacho como yo…
La voz inconfundible de Palito se iba y volvía, mientras Carlos pensaba que aquel, sin lugar a dudas, era unmomento perfecto… A lo lejos del radio, volvió a llegar una voz que anunciaba el Festival Milo. Sólo se necesitaban unas cuantas etiquetas y se podía entrar sin pagar un peso. Venían muchos artistas de El Club del Clan.
· ¿Vas a ir al Festival? Preguntó Juanita.
· No. No tengo boleta y en mi casa no compran de esa vaina.
· En el colegio hay muchas muchachas que ya tienen las etiquetas listas.
· ¿Irá a ir mucha gente?
· Seguro que sí.
· Y ¿quiénes vienen a cantar?
· Los del Club del Clan. Vicky, Óscar Golden…
· Va a estar sabroso, entonces.
· Pero yo creo que mi mamá no me dejar ir – dijo Juanita.
· ¿Por qué?
· Le dan miedo esas cosas. Por eso no va conmigo. Y sola, ni riesgos que me deja.
· ¿Y no te deja ir con una amiga?
· La única amiga que tengo en el barrio es Miriam.
· Y ¿no te deja ir con Miriam?
· Miriam es una loca… Además, después de lo de la hermana, no ha vuelto a salir. Pobrecita.
· Entonces oímos juntos el Festival por Radio 15.
· Bueno –dijo Juanita.
· ¿A vos te gusta Radio 15?
· Claro. UF. Qué emisora tan buena.
· Yo mantengo el radio ahí – dijo Carlos.
· Tocan música linda.
· Ponen unas baladas…
· A mi me encanta.
· Cuando me siento aburrido, esa es mi compañía.
· Cuando estoy en la casa y me toca hacer destinos, la ponga duro –dijo Juanita.
· ¿En Manizales, no había Radio 15?
· No, no había.
· Aquí la pusieron hace pocos meses.
· ¿Si?
· Si. Antes había otra emisora que se llamaba Ecos de la Montaña, donde ponían música vieja, boleros, rancheras y transmitían el Rosario todos los días a las seis de la tarde. A mí me gustaban los boleros. A las seis paraban la música para rezar…
· ¿Verdad?
· Sí. También por la mañana pasaban el Rosario de la aurora… Juanita sonrió complacida con la historia.
· Cuando quitaron el Rosario y cambiaron el nombre de la emisora para pasar música de la nueva ola, hubo gente que protestó.
· ¿Quiénes? –preguntó Juanita.
· Por ejemplo –dijo Carlos– hubo un cura que se puso muy bravo: el padre Fernando Gómez Mejía, que tiene La Hora Católica, todos los domingos, en Radio Visión, ahí al lado. Pero le contestó Miguel Zapata Restrepo, en el radioperiódico Clarín, también de Radio Visión, defendiendo la cosa y diciendo que ya no estábamos para rosarios.
· Y ¿qué decía el padre?
· Decía que el Rosario de Ecos de la Montaña lo oían hasta los choferes de Medellín…”
“Que se hagan en ese morrito”
Milo a go-gó llegó a Medellín en octubre de 1966. Acontecimiento controvertido, aplaudido y rechazado, que obligaría a Carolo años más tarde a montar el Festival en el parque de Ancón. Ya las autoridades no daban autorizaciones para eventos juveniles en el Coliseo Cubierto o en el Estadio.
Era el furor de la Nueva Ola. Allí estuvieron Óscar Golden, Juan Nicolás Estela, Los Speakers, Los Ampex, Luis Fernando Garcés, el ballet de Katty y Los Yetis.
De nuevo Iván Darío López: “[…] Nos excomulgaron porque con nuestros movimientos hacíamos que las mujeres se desvistieran y no sé cuántas historias eróticas, muy interesantes por cierto. Hay fotos donde los policías están violando a las niñas… hasta la fuerza pública estaba con ganas de hacer el amor, que no tiene ningún problema. Pienso que la juventud estaba tan frenada que había que darle la posibilidad a la parroquia, pues si uno se movía y con eso la gente se desvestía, me parece fantástico… Milo a go-gó fue un acontecimiento vital para la historia del rock en Colombia, fue la gran promoción del rock”.
Todo se perfilaba para el sueño que Carolo tendría en un viaje en San Andrés. Soñó el escenario, los músicos, la música, la muchachada. Se viene para Medellín. Ya no alquilan escenarios deportivos para esos eventos juveniles. Una tarde en La Tablaza, caminando con un amigo, Yiyar, se encuentra al frente con el parque de Ancón. Ese es el sitio ideal para el Festival, dice.
Va a la Secretaría de Educación, que funcionaba a la vez como Departamento de Parques y Arborización en la época, y va a la Secretaría de Gobierno, a la Policía, y con promesas de cambiar las piedras y los cócteles molotov por flautas y guitarras y bongos, consigue los permisos y autorizaciones. El alcalde Villegas Moreno dice que, así como lo hacía todos los años con el Festival de tango o con la ópera, él inauguraría ese festival de la juventud.
Y ha organizarlo se dijo. Ninguna empresa, a excepción de Coltejer, que donó una lona para el escenario, colaboró en nada. Don Leonardo Nieto, el del Salón Versalles, en Junín, puso el único capital extranjero del festival: cinco mil pesos. También sirvió de fiador para que Manuel Arcila, el inventor del chance entre nosotros, prestara diez mil pesos más, que luego condonó. Carolo giró 56 cheques posfechados porque nadie creía en el Festival. La curia, los medios de comunicación, todos le auguraban un fracaso.
Ni siquiera había pensado en el escenario para los grupos. Que se hagan en ese morrito. Pero, Carolo, le dicen Javier Betancur y Luis Fernando Escobar que algo sabían de espectáculos, y ¿adónde vas a conectar las guitarras y los amplificadores? Así, pues, a gran velocidad se hizo el escenario, tres días antes.
La bulla del Festival lleva a que bateristas, guitarristas, flautistas, bajistas, comiencen a desfilar por su almacén de estampas y artesanías en un pasaje comercial del centro de Medellín: La caverna de Carolo. Allí ensayan y se conocen los músicos. Así como en La Casa Grande, de Cepeda Samudio, el mismo batallón da vueltas alrededor de una cuadra, haciendo creer que es un ejército completo, así los músicos de Ancón eran los mismos que cambiaban de atuendos y de pinta, se revolvían y subían en otro orden al escenario. Allí mismo les ponían nombre: ustedes son Los piedras libres, ustedes La Gran sociedad del Estado, ustedes Terrón de sueños, o La banda de Marciano, La carne dura. Nombres para escandalizar o descrestar la parroquia. Así era. Figuraban 23 grupos, pero eran sólo cinco, que les tocó multiplicarse, cambiar de indumentaria, de nombre y a la plataforma de la gloria y la posteridad.
Solo hubo un gringo en los conjuntos y bandas, pero quedó la sensación de que todos lo eran. “Hacían un inglés tan desaforado que todo el mundo preguntaba de dónde habían salido todos esos gringos”, recuerda Carolo.
Hernán Vélez era el único que fabricaba equipos de sonido en Medellín. Él se encargó de la amplificación. Juegos de luces no existían acá en la época. “El juego de luces fue la luna, y por la mañana el juego de luces era… En la noche la luna, en el día el sol o la lluvia”, evoca tiempo después Carolo, a Luz María Montoya y Vicky Trujillo en su vieja y estupenda serie radial Medellín a go-gó.
El precio de las boletas para entrar al parque fue de 13 pesos con veinte centavos. Suma caprichosa y no muy fácil de conseguir entonces. ¿Y la publicidad? “Se hizo con base en los pros y contras que creaba en su marcha el Festival… Yo me aproveché de eso, visitaba las emisoras, la polémica interesaba a la gente de los medios, pero la mayor publicidad la hicieron el jefe del DAS y el padre Fernando Gómez Mejía desde La hora Católica, por los ataques que le hicieron”.
Ricardo “Cancho” Echeverry participó también en la organización del Festival: “Se inició de manera pacífica. A las ocho de la mañana la gente comenzó a ingresar, entonces pusimos un tren, así la gente llegaba en tren, llegaba a pie, llegaba en buses, en carros, por cualquier medio llegaban al parque de Ancón. A las once de la mañana comenzaba el evento y se desató tremendo aguacero. Llegó el alcalde Villegas Moreno en helicóptero, con Gloria Valencia de Castaño, Elkin Mesa y con otros periodistas. Villegas subió al escenario, inauguró el Festival, luciendo la camiseta de Ancón con la pipa de la paz”.
Los muertos de Ancón.
Según Carolo “todo el mundo colaboraba, todo el mundo atendía las indicaciones que se les daba por micrófono, porque hay que ver que allá no teníamos 30 ó 40 tombos dando garrote, imponiendo disciplina, sino que la única cuestión era nuestra voz en el micrófono. Y hay que ver que Ancón fue un caso excepcional, porque allí no hubo epidemias, no hubo muertes que lamentar, aunque la gente dice por ahí que en Ancón hubo muertos. Pero hasta ahora ni yo, que fui el organizador, ni ninguna de las personas que colaboró inmediatamente, ni a las autoridades, les tocó hacer levantamiento de ningún cadáver. Lo que pasó es que hubo gente que se alargó, que tuvo unos viajes tremendos y se pasaban y quedaban ahí por 15, 20 ó 30 horas tirados en la grama, fundidos, llevados del viaje, pero luego despertaban y revivían. Uno de ellos, de estos muertos, con él estuve conversando esta semana, es Manuel Quinto, que es ahora el periodista Manuel Vicente Peña, que escribió Las dos tomas y él fue, esta semana conversábamos en Bogotá, precisamente el único muerto de Ancón pero que resucitó porque a él si tocó sacarlo del río, se fue al río y lo sacamos y después quedó ahí tirado como 15 ó 20 horas entre el fango, hasta que revivió. Lo que pasó fue simplemente quele dieron una sobredosis de cacao sabanero. A pesar de todo, la gente de Ancón tuvo un comportamiento ejemplar. Allí no hubo epidemias, no hubo nada a pesar de que no había instalaciones sanitarias. La única instalación era bajarse los pantalones y meterse al río. Agua potable no había, la gente la llevó y un carro de bomberos estuvo repartiendo agua. En cuanto a la comida, solamente un amigo se atrevió a poner un puestico de venta de gaseosa y pasteles, y esa fue la única comida que hubo… como nadie creía en el Festival.
“El público de Ancón era de todas las clases sociales, de todos los estratos, de todas las calidades y de todas las partes del mundo. La preparación de Ancón duro 42 días, pero la bola se rodó por todas partes y hubo gente que vino desde Canadá, desde Estados Unidos, desde Europa e, incluso, gente que no es que se haya venido expresamente desde estos países con este objetivo, sino que era la época de los hippies y la gente andaba rodando por todo el mundo y estaban siempre pendientes de donde iba haber un festival para ir. Además, el calor de Woodstock y de la isla de Whight y el festival de Abandaro, en México, yo creo que estos han sido los cuatro festivales más grandes que existieron”.
Pero, curiosamente, el Festival no tuvo un gran nivel musical. Carolo afirma: “Hay que ver que los grupos que estuvieron en Ancón, la mayoría improvisaban. En esa época no se daba tanto el hecho de interpretar los éxitos que estaban en la radio o en los videos, sino que cada uno quería expresar sus sentimientos y expresarse con su propia música. Entonces, la mayoría de la música que se hizo en Ancón fue música original o improvisada. En esa época no existían grupos. Por ejemplo, en la ciudad de Medellín no había ningún grupo de rock conformado, a excepción del grupo Lasser, y Miquillo, que hacía música él solo con su guitarra y su armónica, de resto no había grupos en la ciudad.
En el aspecto de la calidad de la música hay que decir que no era lo máximo, pero sí fue una música que le llegó a todos los que estaban allí. La prueba es que la gente no quería salir de allá. Pero la música, para ser un festival, fue de gran calidad y la prueba es que sostuvo cautivo al público por tres días”.
A propósito de esto, el periodista Juan José García dice: “Había un tablado enorme en el centro del campo, un tablado cubierto donde empezaron a tocar rock, un ritmo monocorde, lento pero todo el tiempo con ese ritmo de fondo durante los tres días, casi diría que con sus noches”.
La transmisión durante los tres días de Ancón la hizo Aurelio “Grillo” Toro, a través de su emisora La voz de la música. Carolo anota: “lástima que haya desaparecido, porque esta emisora era un apoyo fuerte para la juventud, donde podían expresarse y allí tenían apoyo para todos sus eventos y festivales”.
Carolo en su caverna
Todo se organizó en La caverna de Carolo, ya que ésta había marcado cierta línea. Allí solían ir muchos, unos iban a comprar ropa, y otras cosas, pero en la noche se reunía gente y se realizaba una interesante tertulia, incluso hasta se daban conferencias de parasicología, de notas extraterrestres, se hablaba de música rock, se daban conferencias sobre cine, se hacían foros, etc.
La caverna marcó así un ritmo dentro de la música, ya que allí también se reunían músicos a ensayar en la noche. Allí se firmaban grandes contratos, se creaban modas, que se imponían en esa época, los sombreros que se usaban, los chalecos, las chanclas, las botas, todo lo que se creaba, los collares que se diseñaban, botas, etc.
Carolo se expresa así sobre la Caverna: “Allá iban músicos, toda la gente, además los estudiantes y las estudiantes de los colegios iban a la caverna, esa era la mejor propaganda que yo tenia; los directores y las directoras de los colegios les prohibían a los alumnos de los colegios que fueran a la caverna y, entonces, como a la juventud le gusta tanto lo prohibido, más les gustaba ir para curiosear, o a ver porqué se los prohibían. Había peladas que se iban a la casa, se quitaban el uniforme para arrancar a la caverna. Allí también era el encuentro de la juventud, todos se trataban con amistad.
Otra cosa que decían era que a los que iban a la caverna los cogían en las escaleras y los metían para adentro y los empelotaban y los ponían a fumar marihuana, como si para fumar marihuana se tuvieran que empelotar. Eso era todo, cosas que decía la gente solamente por tratar de hacerle la guerra a la juventud y al cambio que se vivía en la ciudad.
En esa época además se pusieron de moda las fiestas hippies. Entonces iban los señores y las señoras de la gran sociedad de Medellín, todos encopetados, a decir: “Voy a hacer una fiesta hippie, necesito que usted me haga el atuendo para mí, para mi esposo, para mi hija, para mis nietos. Me mandaban a hacer los atuendos, los chalecos, todo, para disfrazarse de hippies. Además, me contrataban para que fuera y me pagaban dos mil pesos, que en esa época era una suma apreciable, para que me sentara y me fumara un cacho, para decir que habían estado con Carolo y que la fiesta hippie había sido completa, porque en esa época no había fiesta hippie sin que estuviera Carolo fumándose un cacho y Miquillo tocando la guitarra.
Y estas eran las fiestas de la gran sociedad del Medellín de entonces, la del Medellín que estaba surgiendo y brotando, el Medellín que despertó y que salió de la mojigatería, no como dijeron alguna vez, que yo había corrompido a la ciudad, porque corrompidos son los que se dejan corromper.
Posterior a Ancón tratamos de realizar algunos eventos, algunos espectáculos. En unos dieron los permisos, en otros no. Al fin y al cabo, trajimos a Christie, de Inglaterra; James Brown; Sugar Ice Tea, de Curazao; Buana, de Nicaragua, Río Samba Show, de Brasil; Santana, que lo trajimos en tres ocasiones, dos a Bogotá y una a Cali, no se pudo traer a Medellín, y algunos otros grupos que en este momento se me escapan de la memoria, y muchos conciertos con grupos nacionales, que se dieron en teatros como el Pablo Tobón, la temporada de películas y conciertos, otra en el María Victoria, El Cid, en distintos teatros de la ciudad. Nosotros organizábamos las premiers de las películas y, a la vez, presentábamos un grupo. Esto fue algo que sirvió mucho para el lanzamiento de varios grupos de Medellín, Bogotá, Cali, Barranquilla y otras ciudades”.
Cómo fueron las cosas
Todo había comenzado en 1958, en Medellín, con el lanzamiento del Manifiesto Nadaísta de Gonzalo Arango. Se gestaba un cambio en la forma y el contenido del orden cultural y de la cotidianidad en el país. Colombia, Medellín, eran entonces sociedades que si no tenían muerto “apestaban”, apestaban a cucharadas sudadas a regimiento, a sotanas sacrílegas, a maquinaciones políticas, a literatura rosa.
La juventud entonces asistía a una transformación del ritmo histórico que empezaba a desquiciar las estructuras sociales, las costumbres y las relaciones familiares, laborales, sentimentales.
Los jóvenes de la década prodigiosa del siglo XX eran más o menos conscientes de que vivían, en palabras de Eduardo Escobar: “una cultura de la muerte, el aburrimiento de los cadáveres amojonados. Los horribles cuentos del folclor europeo que arrullaban los insomnios de la primera infancia con malignidades, regalos envenenados, manzanas de doble filo y criminales abandonos y las otras narraciones densas de nuestro folclor de monstruosidades, crueles descuartizamientos, cortesdefranela, antropófogas matanzas sacrílegas y grises vilezas corroboraban la opacidad del sentimiento”.
Contra esta desesperanzadora negación de la felicidad de la carne, contra esta civilización que se horroriza ante el amor, surgió el Nadaísmo “con el poder de la juventud de acero de león y la alegre voluntad de encantar la realidad, con ensalmos poéticos la norma letal sangrante, el degradante sonambulismo vacío de fantasmas del orden establecido. El propósito es cambiarle la cara a la vida, limpiarla de idealismos, denunciar por medio de la literatura, el arte, la música, la violencia solapada en el acuerdo nacional, abrazar la absurda utopía, contra el aseo presente. La cosa es ir en contravía de la simulación, la pobreza arcaica de nuestros deslumbramientos y la miseria de los falsos prestigios”.
Para los años que siguen, el proyecto de los jóvenes de entonces es el de una realidad separada, preparada, contra los trazos marchitos de la costumbre, la blanda cortesía del acomodamiento, el código del reloj geométrico y productivo que vampiriza, el sopor mecánico de las esponjosas apariencias rutinarias donde estamos atrapados como moscas, hasta que se produce la revelación de la música o de la poesía de lo maravilloso cotidiano.
Nadie podrá recriminar a los años 60 de estúpidos e insoportables. Si bien las divisiones por decenios o por siglos son irracionales, tienen una especie de urgencia simbólica y son sugestivas en la imaginación popular. No es fácil juzgar con la emoción y la distancia los años precedentes. Parafraseando a Umberto Eco, “quien se enamoró locamente en abril de 1948, aquellos tiempos de sangre y violencia han sido espléndidos y excitantes”.
En la década del sesenta –prosigue Eco– las nuevas generaciones van y vienen por los océanos como antes se andaba en el ferrocarril, la economía marcha bien, florecen las letras y las artes, llegan Juan XXIII y el Concilio. Que en alguna parte del mundo se produjeran masacres era al mismo tiempo una ocasión para transcendentes tomas de conciencia política; en el fondo, el tono de la década sería dado por la inauguración de Kennedy con su propuesta de conquistar las estrellas; él muere pronto, pero el decenio termina con la conquista de la luna. Y también con el 68, en escala mundial: grávido de todas las consecuencias positivas y negativas qué habrá en la década siguiente, constituye un sobresalto para toda la sociedad, desde el mundo del trabajo al de la cultura, de la política a las costumbres. No se puede decir que fuera una época exenta de interés”.
En los años 60 los sueños frustrados de una generación a nivel mundial tuvieron sus últimas manifestaciones colectivas en pos de un objetivo común. Mayo de 1968: una rebelión inexplicable para la dirigencia mundial. En La hoguera de encinas, apéndice de Antimemorias, Andrés Malraux dialoga con De Gaulle:
· Mayo 68 no era un drama universitario, es una crisis de civilización, con un muerto y por accidente.
· Hay un agricultor que dice que en mayo todas las abejas de Francia también estaban enfurecidas.
· Qué extraño es vivir conscientemente el fin de una civilización. Es algo que no ocurría desde Roma. Lo que precede a la revolución francesa y a la norteamericana no es el fin de una civilización, sino tan sólo el fin de una sociedad.
· Los intelectuales romanos esperaban el estoicismo.
· ¿Cúal es el problema más dramático de Occidente: ¿el de la juventud o el de la pérdida de casi todas las formas de autoridad? La juventud loca de los años 40, los zazous precedieron a los hippies y a los subversivos. Pero los profesores de entonces no se convertían en zazous. Valery me decía de Gide: “no se puede tomar en serio a un hombre que se preocupa por el juicio de los jóvenes”. Yo le respondía que la juventud y los jóvenes no son la misma cosa.
· Desde luego, como Francia y los franceses. ¿Pero qué civilización, antes de la nuestra, conoció a grandes ancianos enemigos de la juventud? Los profesores de la edad media no se convertían en zazous.
· Ya ve usted, hay algo que no puede durar: la irresponsabilidad de la inteligencia. O bien desaparecerá la inteligencia o bien desaparecerá la civilización occidental”.
- Años 60. Los ideales de la modernidad occidentales no se cumplían en todos sus términos: los jóvenes de la contracultura norteamericana se marginaban, la comunidad negra reivindica los derechos civiles y los estudiantes de todo el mundo se oponen a una sociedad tecnocrática que enajenaba a los hombres.
- Mayo del 68. Una rebelión que representa acabadamente las demandas y los sueños de la década. Una insurrección que reclamaba cambiar la vida, derribar la organización jerárquica y burocrática de Occidente, pero al mismo tiempo fue una revolución hedonista que apuntaba a las subjetividades de los protagonistas.
Todos confiaban en la creación de una nueva sociedad cuyos fundamentos fueran el optimismo y la solidaridad. Fue un repudio a la sociedad tecnológica y autoritaria, que apuntaba, también, a la destrucción de las jerarquías y las instituciones arbitrarias, postulando la libertad individual y las búsquedas y aspiraciones personales que complementaban y que, a veces, se oponían a las utopías colectivas. - Mayo del 68. Breve puesta en escena de un sueño. Último episodio del siglo XX en el que el deseo se confundió con el entramado de la realidad. “No se estaba cambiando el mundo, se estaba tratando de llevar al más lírico de los extremos la posibilidad de ese cambio. Como en la Comuna de París, se pretendió detener el tiempo disparando contra los relojes, pero el tiempo real, el tiempo que permite los cambios revolucionarios, no era el tiempo soñado por los jóvenes de entonces… imaginamos el urbanismo posible, la libertad deseada, el arte más libérrimo, las costumbres menos represivas, aquello que bien podría resumirse en otra de las consignas de La Soborna: Prohibido prohibir: Se imaginó el mundo, no con la resignación de vivir de la mejor forma posible en el peor de los mundos posibles, sino con la exaltación de quien construye el mejor de los mundos con la frágil materia del deseo y la imaginación”, de acuerdo con la evocación de esos días que hizo el escritor colombiano Oscar Collazos.
- Mayo 68. Fiesta nacida de la espontaneidad y animada por el inconsciente colectivo de una generación, se vivió el deseo como realidad y el acto voluntarioso y airado pareció nacer de la más íntima y sólida de las convicciones. Como afirma Alfredo Alpini: “La década de los sesenta constituyó la exasperación de la idea de progreso y de los ideales trascendentales. Pero, a su vez, fue la última década religiosa, en el sentido de creer posible lograr una nueva sociedad”.
- Los movimientos sociales y culturales que se produjeron fueron heterogéneos. La contracultura hippie, el movimiento estudiantil, el movimiento por los derechos civiles de los negros, fueron disímiles tanto por sus reivindicaciones como por sus adherentes. Tal vez tuvieron una característica común: el sentimiento de que la sociedad podía cambiar, alterando la forma de la modernidad que se imponía en esos tiempos.
- Fusión de la pasión pública y la pasión privada, continuo flujo entre lo maravilloso y lo cotidiano, el acto vivido como una representación estética. Octavio Paz evoca esos tiempos: “En la rebelión juvenil me asalta, más que la generosa pero nebulosa política, la reaparición de la pasión como una realidad magnética. No estamos frente a una nueva rebelión de los sentidos, a pesar de que el erotismo no está ausente de ella, sino ante una explosión de las emociones y de los sentimientos. Los muchachos descubren los valores que encendieron a figuras tan opuestas como Blake y Rousseau, Novalis y Breton: la espontaneidad, la negación de la sociedad artificial y sus jerarquías, la fraternidad no sólo con los hombres sino con la naturaleza, la capacidad para entusiasmarse y también para indignarse, la facultad maravillosa, la facultad de maravillarse. En una palabra: el corazón. La tradición de estos jóvenes es más poética y religiosa que filosófica y política; como el romanticismo, su rebelión no es una disidencia intelectual, una heterodoxia, como una herejía pasional, vital, libertaria… no es la ideología de los jóvenes sino su actitud abierta, su sensibilidad más que su pensamiento, lo que es realmente nuevo y único. Creo que en ellos y por ellos despunta, así sea oscura y confusamente, otra posibilidad de occidente, algo no previsto por los ideólogos y que sólo unos cuantos poetas vislumbraron. Algo todavía sin forma como un mundo que amanece. ¿O es una ilusión nuestra y esos disturbios son los últimos fulgores de una esperanza que se apaga?”.
- En los cincuenta, los epígonos de la contracultura norteamericana son la llamada Generación beat. Su legado es recogido, de alguna manera, por el movimiento hippie, con su ataque vertical a la ética imperante y a los valores establecidos, pero sin postular intenciones políticas. Los hippies no pretendían cambiar el orden de las cosas, simplemente se marginaban.
Así, mientras para unos jóvenes no tener metas ya era una meta, para otros se trataba de cambios radicales del modo de vida, del cambio de la sociedad, de la creación de un hombre nuevo.
De nuevo Paz: “¿O la rebelión juvenil es un indicio más de que vivimos un fin de los tiempos? Ya dije mi creencia: el tiempo moderno, el tiempo lineal, homólogo de las ideas de progreso e historia, siempre lanzado hacia el futuro; el tiempo del signo no-cuerpo, empeñado en dominar a la naturaleza y domeñar a los instintos; el tiempo de la sublimación, la agresión y la automutilación: nuestro tiempo se acaba. Creo que entramos en otro tiempo, un tiempo que aún no revela su forma y del que no podemos decir nada, excepto que no será tiempo lineal ni cíclico. Ni historia ni mito. El tiempo que vuelve, si es que efectivamente vivimos una vuelta de los tiempos, una revuelta general, no será ni un futuro ni un pasado sino un presente. Al menos, esto es lo que, oscuramente, reclaman las rebeliones contemporáneas”.
La modernidad. La crisis de la modernidad, que hace sentir su profundidad porque se refiere a las relaciones entre los elementos constitutivos de todas las sociedades: las relaciones entre los hombres y las mujeres, entre adultos y jóvenes, de estos con los niños, entre generaciones, entre el hombre y la naturaleza. Todos. Todos estos vínculos han entrado en crisis. - “La modernidad, dijo Estanislao Zuleta, ha hecho explotar una cosa nueva en el vínculo societario, ha hecho explotar los conflictos más hondos, el conflicto entre hombres y mujeres, ahora lo llaman feminismo y realmente las feministas han hecho el mejor trabajo en ese sentido, pero también la rebelión que llamamos juvenil tiene mil formas, por ejemplo, una forma negativa: nosotros no seremos como nuestros padres. Eso se expresa de mil maneras, pero hay un gran NO, nosotros no vamos a ser repetidores de nuestros padres; esto es relativamente nuevo, relativamente porque siempre ocurrió, pero nunca ha ocurrido con tanta fuerza como hoy.
- “Pero ahora, concluye Zuleta, parece que la juventud ha decidido no ser incluida en la economía de la repetición, que incluye la rebelión, tender a algo distinto, a otro tipo de relaciones humanas, a otro tipo de valoración de la vida y no solamente a una pelea con el papá para poder ser igual a él. La crisis que llamamos modernidad es una crisis muy compleja que incluye una postulación que nunca se ha dado: interrogarse por las relaciones entre hombres y mujeres, esa es una novedad de nuestra civilización: las civilizaciones anteriores eran estables precisamente en la medida en que no se preguntaban por eso, lo tenían resuelto de antemano. Nosotros ahora sabemos que no está resuelto, no sabemos cómo debe ser, cómo pueden ser… Una crisis impulsada por movimientos diversos, dispersos, que no son reglamentarios, que no aspiran al poder político, que se llaman pacifistas, ecológicos, feministas, o simplemente recusaciones de la vida social vigente, que se pueden llamar hippies o de otra manera…, y si hay algo profundamente moderno es precisamente el hecho de que lo que está en nosotros más arraigado, lo que es más inevitable se encuentra en crisis. Modernidad es esa crisis de lo más profundamente arraigado, crisis de lo inevitable; la inevitable diferencia de sexos está en crisis, la inevitable diferencia de las edades está en crisis”.
- El Woodstock paisa
- Y culminando este gran revoltijo universal llega entre el 15 y el 17 de agosto de 1969 el Festival de Woodstock en Nueva York. La prensa, entonces, decía: “Unos 500 mil jóvenes de ambos sexos, se hallaban concentrados en las inmediaciones de White Lake para participar en el festival de música rock y folklórica de Woodstock. Por 18 dólares usted será testigo y protagonista de tres días de paz, amor y música. Durante tres días la música y el encuentro serán símbolos del ¡NO! a la guerra, al hambre, al sufrimiento. Del ¡SÍ!, a la esperanza y a la alegría. Será una fiesta inolvidable. ¡No se pierda este encuentro que cambiará el mundo!”.
“Festival Woodstock.1969. Música. Amor. Marihuana. Bluyines. Libertad. Guitarras. Olor a tierra. Hacer el amor. Camisetas. Lluvia. Incomodidades. Frío. Un mar de gentes. Tatuajes en el cuerpo. Flauta. Lodo. Desnudez. Inmensas filas. LSD. Baile. Canto. Vuelo… -
Woodstock.1969. Blusas de flores. Montaña. Aire. Hachís. Carpas. Anticonceptivos. Pelos largos. Sopa. Traba. Meditación en el Swami Satchidananda. Paraguas. Guitarras. Chaquetas. Opio. ¡Paz, hermano!. Cuerpos empapados. Lodo. Plásticos. Miles de muchachos con ansias de que su mundo cambiara”. Así lo resumió Margarita Inés Restrepo Santamaría. Casi un compendio exacto de lo que sucedería en el parque de Ancón en junio de 1971.
Y todo en Medellín, para ajustar, la ciudad pacata de Colombia, Eterna primavera de la hipocresía, la asustadiza y cruel y vengativa y corrompida y rezandera. Roma de lasrifas y de las trampas, regida hasta hoy por los enredijos de rata del tanto por ciento y el cuánto me debés. (¡Cómo la queremos!).
Por una diabólica simplificación los antioqueños, confunden el misterio de un destino con la ramplonería del oficio, la vivencia con la supervivencia, un lugar en este mundo con una casilla en la nómina: la meta es acomodarse y la virtud medrar. El sueño dorado del paisa es culminar una carrera o alcanzar el éxito, que para ellos es el triunfo en los tejemanejes del trueque, la compraventa y el contrabando. Esto angustia, es tétrico e insalubre para crecer, afea y ennegrece la juventud y el aprendizaje de la aritmética, ciencia esencial entre tenderos, reino de la bárbara sensualidad, entendedor del mundo como acumulación y ruido, acción y excremento. Todo la diatriba es de Eduardo Escobar.
- San Juan de Andes. 1991. Entre Boca de chicle y Ancón con el fondo de Gonzalo Arango.
- Jorge Ivan Correa-Comandante Pablo Gallinazus-Carlos Bueno- Carolo
- Comenzando la década de los años 60, Medellín presentaba el mismo aspecto que más de cien años atrás describía Emiro Kastos: “las mujeres, como siempre, encerradas en sus casas, vegetando sin sociedad y sin placeres, los hombres reuniéndose en las mismas partes, conversando de las mismas cosas, los jóvenes buscando en los vicios las emociones que les niega la monotonía social, y los viejos corriendo tras los pesos y economizando como si la vida durara mil años… Así es muy difícil conservar imaginación y entusiasmo, casi imposible tener talento. Las gentes no se sienten ligadas por ningún lazo de afecto y simpatía. Todo lo enfría el egoísmo y una codicia desenfrenada hace que la sociedad sea un estado de guerra permanente. No puede concebirse que haya tantos hombres juntos llevando una vida tan estúpida”.
- Hacia 1935, en Los Negroides, Fernando González en Envigado, sentenciaba: “el medellinense tiene su lindero en sus calzones; el medellinense tiene los mojones de su conciencia en su almacén de la calle Colombia, en su mangada de El Poblado, en su cónyuge encerrada en la casa como vaca lechera. Motivación estéril. Motivación individualista. Gente que mata la vaca del vecino cuando muerde la yerba del cerco divisorio. Gente vengativa. Gentes que han construido habitaciones llenas de comodidades para su pobreza espiritual”.
En este ámbito cultural, de sueñera y pesadez, organizó Carolo el Festival de amor y música de Ancón. Un reto a la tradición antioqueña y del país. Un rompimiento. Una palada inmensa de música y protesta para dejar en claro la brecha generacional e histórica. Un enfrentamiento con los poderes del momento y, también, un enfrentamiento entre esos mismos poderes: los organismos de seguridad y el clero oficial, la Arquidiócesis contra el Ejecutivo local, y obvio, contra los organizadores y participantes en el Festival. - Mientras la jerarquía católica y los medios de comunicación acusaban a los alegres y desprevenidos asistentes a Ancón de corruptos, degenerados, proscriptos, agentes de poderes extranjeros, drogadictos, seres moralmente execrables, otro era el sentir y el pensamiento de los miles de participantes que durante tres días soportaron agua, lodo y música de todas las calidades posibles.
La Arquidiócesis y sus medios de comunicación afines, apostaron por lo anacrónico, nunca entendieron el cambio de los tiempos, jugaron las cartas de la moral pacata y tradicional y perdieron. - Pocos años antes el cura Camilo Torres Restrepo, ante una multitud de jóvenes universitarios, había fijado una posición algo diferente de ambas partes: “Al terminar la carrera, el inconformismo de ustedes decaerá probablemente, salvo algunas raras excepciones. Los que fueron los más aguerridos revolucionarios durante los estudios, en muchas ocasiones comienzan a hacerse perdonar de las oligarquías sus devaneos juveniles. Por eso, frecuentemente, los estudiantes más revoltosos se convierten en los profesionales que defienden con más ahínco los privilegios, los símbolos de prestigio, y aun las formas exteriores de vida de las clases dirigentes.
El apego a esos símbolos de prestigio es una trampa para caer en el aburguesamiento. La sociedad nuestra es una sociedad burguesa. Los estudiantes participan subconcientemente de los valores de esta sociedad aunque conscientemente los repudien. Una forma de repudio exterior de esos valores se manifiesta en los vestidos pobres y raros, en la barba y en las costumbres antitradicionales de muchos universitarios. Sin embargo, la imagen de lo que debe ser un profesional sigue siendo una imagen burguesa. El profesional, el doctor, debe estar bien vestido, vivir en una casa o apartamento bien amueblado, tener automóvil, tener oficina bien equipada, con sala de espera y secretaria. Es decir, puede que la persona esté vestida con sandalias, suéter largo, barbas, sin peinarse y con libros existencialistas bajo el brazo, pero al mismo tiempo piensa que él, como biólogo, como médico, tendría que andar con auto, paraguas y sombrero hongo.
Preferible que ninguno de ustedes tuviera barba, pero que vivieran en barrios obreros; preferible que no se vistieran distinto por gusto, sino que por necesidad se vistieran como los obreros, por no haber encontrado un empleo debido a sus ideales revolucionarios”.
Entretanto, en junio de 1971 el tono de las gentes buenas y cristianas de Antioquia sobre el Festival de Ancón era: “Se trata de una reunión de seres anormales y deshonestos en su máximo, es un evento degradante y repulsivo”.
El editorialista de El Colombiano, Juan Zuleta Ferrer, también sin entender bien qué sucedía, afirmaba que fue una reunión con muy pocos hippies auténticos y muchas gentes disfrazadas con atuendos inverosímiles que buscaban una semejanza que no encontraron… “El movimiento hippie no alcanza siquiera la categoría de una protesta. Es un abandono, una fuga de la sociedad, un regreso a una vida dominada por reacciones simples y primitivas, un rechazo a la cultura y al progreso. Ni siquiera pueden evadirse de la angustia que domina al hombre de hoy. Su filosofía no es nueva. Ya la expusieron ideólogos y pensadores del siglo pasado. Es, en síntesis, un intento de imitar al buen salvaje que, a fin de cuentas, resulta más salvaje que bueno”.
Y sintetizaba su concepto del Festival: “No fue auténtico. Había más disfrazados que hippies verdaderos. Fue también un sórdido negocio. No hubo desgracias, ni violencias físicas ni escándalos públicos. Pero tampoco un mensaje positivo para nuestro pueblo”. Y sin embargo, a su pesar, el fantasma de Ancón ha recorrido por treinta años el ambiente, cambiando costumbres, relaciones, sentimientos, vestuarios, formas de vida. Et nemini culpa imputanda est.
Hoy, treinta años después, Álvaro Villegas Moreno, al evocar lo ocurrido, piensa que sus actuaciones de entonces fueron acertadas. Fue una respuesta, una apertura hacia la juventud en un momento de una gran brecha entre generaciones. Fue una época de grandes conflictos estudiantiles y el Festival sirvió para distensionar el ambiente. Ancón le mostró a los padres de familia, a los mayores, a los dirigentes, que la juventud tenía otros pensamientos y valores y otros moldes para entender la sociedad. La Curia y algunos sacerdotes fueron los grandes publicistas del Festival, que volcó a toda la población al parque para ver las violaciones y atrocidades que ellos anunciaban en los púlpitos. -
Ancón sirvió para que una sociedad tradicionalista, pacata, y anquilosada reflexionara y cambiara de actitud frente a los jóvenes y a los nuevos movimientos musicales, de vestuarios, de peinados, de costumbres. Ancón trajo muchas consecuencias para la región y el país.
“Yo autoricé la realización de un festival de música rock, tomando todas las medidas para evitar desbordamientos, aunque en otro sentido, las masas desbordaron todas las previsiones, las de las autoridades y las de los organizadores. Pero el balance fue positivo en todo sentido. Pese a los ataques de la prensa, de algunos curas y dirigentes políticos, y a que debí salir de la Alcaldía por autorizar el Festival”.
Y los ataques eran furibundos, fundamentalistas, ahistóricos, bobalicones, perversos y malintencionados, infantiles, eran atropellos impunes, escarnios sin piedad. En el editorial de La hora católica de junio 20 de 1971, el cura Fernando Gómez Mejía decía: “Los festivales hippies constituyen el más desgarbado certamen de indignidad, de degeneración, de cinismo, de vulgaridad, de corrupción. De escándalo y de vergüenza para una sociedad. Ese mundo de los vagos, de los perezosos, de los drogados, del desaseo físico y moral no tiene por qué recibir el apoyo de la autoridad, ni de los órganos de publicidad, ni de una sociedad que se precie de culta y cristiana. El Alcalde autorizó a los millares de hippies a que nos invadieron como una arrolladora avenida de fango putrefacto para que abofetearan con sus manos sucias el rostro de la ciudad, para que invitaran a los niños a ser maleducados, ruines, perversos y para que incitaran a la juventud a embrutecerse en el mundo del amor libre y de los estupefacientes destructores y enervantes”.
Y continuaba la diatriba: “La insólita conducta del Alcalde, lo priva de toda autoridad moral y cívica para continuar rigiendo los destinos de Medellín, la ciudad culta, honorable y digna espera su renuncia. No le faltará qué hacer en la república de los hippies, donde será acogido por una salva de aplausos y coronado como el rey de la turba delirante de vagos y degenerados que hablan con voz entrecortada, miran con ojos cansados de marihuana y disputan a los animales inmundos el fango y la hierba maldita.
“Muchas gracias, Alcalde, por la humillación. Felicitaciones por su responsabilidad en el cumplimiento del deber. Congratulaciones por sus maravillosos planes turísticos y, sobre todo, por la clase de turistas que trajo. Reconocimiento a su amor por Medellín y a su respeto por nuestra sociedad y por las tradiciones cristianas de nuestras gentes. Con Usted, Medellín irá muy lejos, pero hacia la degradación, hacia el abismo, hacia la derrota, hacia el descrédito, hacia la corrupción, hacia la oscuridad. En una palabra: la ciudad ha sido víctima de la más humillante de las alcaldadas”. Tal era el estilo de los tiempos, un festival de música que cambio una época, una sociedad.
El propio Carolo, en su momento, aclaró: “lo que pretendimos y logramos demostrar, proyectando y realizando el Festival Musical de Ancón, fue que existe un importante grupo de jóvenes deseosos de disfrutar de unos días de paz, fraternidad, música y olvido de las cosas tan feas, deprimentes y corruptas que constituyen el pan de cada día de esta asfixiante sociedad, hipócrita y pacata en que vivimos”.- Carolo afirma que “el Festival produjo tanta energía que las Empresas Públicas e ISA tuvieron que instalar una subestación en Ancón, y produjo tanto amor que esas tierras quedaron bendecidas para hacer el amor y para instalar la mayoría de los moteles del Valle de Aburrá”. Por esto, cada que inauguran un motel en ese sector, Carolo es invitado de honor a la inauguración y de allí sale con una tiquetera.
El libro rememora, a los 30 años de sucedido, el Festival de Ancón, pero es también la memoria de la ciudad que fue. Ojalá esta vez, la que sucede sea la ruptura generacional con la guerra, con la violencia, con la intransigencia y la intolerancia. La lucha ya no es por el amor libre, como hace 30 años, la lucha de hoy es por la vida.
Finalmente, en la memoria del festival quedan muchos nombres. Hoy recordamos a Humberto Caballero, ya fallecido, socio de Carolo en la empresa; a Carlos Aramburo, que movió a todo el mundo, hasta el Procurador General, su padre, para que el DAS no se excediera en sus procedimientos; Gustavo Arenas, doctor Rock, quien inició todo; Rodrigo Gil, Yiyar, quien primero mencionó a Ancón; Manolo Guzmán, de Cali; Diego León Giraldo, promotor del evento en los medios de comunicación; Aurelio “Grillo” Toro, quien con su emisora La Voz de la Música transmitió 72 horas del Festival, con alambres y cachivaches para su sede de Envigado; Leonardo Nieto, aportante del único capital extranjero; a Barquillo, por sus oficios ante las autoridades de la época y por presentar a otros colaboradores de Ancón, Luis Fernando Escobar, Juan Camilo Uribe y Javier Betancur. A todos los asistentes que cincuenta años después añoran esa fiesta de la solidaridad, el amor y la paz, el Festival de Ancón de 1971.
Carolo, Carlos Bueno Osorio, Germán Castro Caycedo presentando el libro. Medellìn, 2001.