En su libro Viaje a pie, publicado en París en 1929, Fernando González evocando la asfixiante disciplina religiosa de su niñez, narra cómo fue su desilusión cuando en la iglesia le alzó el vestido al intrépido Pablo de Tarso, allá en la sacristía de la iglesia de su pueblo y vió que su cuerpo y especialmente sus esperados genitales no eran más que un tablón de madera ordinaria. Comenzó así la pérdida de la fe. Desde entonces no creyó más en los santos ni en los curas de Envigado. La fe –cualquier fe- se pierde frecuentando correligionarios, nos dijo Nicolás Gómez Dávila.
La misa ha terminado, novela del escritor tulueño Gustavo Alvarez Gardeazabal tiene sus orígenes allí. Esa carencia de fe, su radicalidad y su tremendismo personal y literario tienen una explicación que empieza por ahí. Como señala el propio autor “no se conoce el primer relato de los que se murieron y fueron a parar en el cielo, el infierno o el purgatorio, pero sobre la base de que la boleta para alguno de esos sitios la daba el comportamiento en vida, la cadena de la subyugación entre el pecado y la muerte, el perdón y la redención, nos esclavizó sádicamente…si no se sufría en vida, no se podía entrar al reino de los cielos, Era necesario torturarse, huir de la felicidad. Había que amargase para poder recibir el premio de la gloria eterna al final de la vida….los seres humanos necesitan dejar al arbitrio de lo desconocido lo que no pueden controlar y explicar racionalmente y la imagen de dios les ha servido para ello”.
Mucha razón tenían nuestros radicales del siglo XIX cuando enarbolaban una consigna que nunca perdió su vigencia: Todos los que hablan en nombre de Dios, intentan algo contra mi libertad o contra mi bolsillo. Así, uno encuentra que todo progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, que todo intento de luchar contra la discriminación racial, que todo progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las iglesias organizadas del mundo.
El entramado de la novela nos confirma que “el problema de este mundo lo han generado, cuidado, alimentado y preservado los intermediarios de dios en la tierra. Es sobre ellos. Sobre sus debilidades, sus excesos, sus explotaciones que escribo para que nadie vuelva a creerse dueño de la verdad o del poder”. Alberto Lleras Camargo decía que en Colombia la poesía fue el primer escalón de la vida pública y se podía llegar a la presidencia por una escalera de alejandrinos pareados. Y en la novela, Gardeazabal por su parte, reclama “que no consideren que fue una invención de mi parte y que las historias de los curas maricones y las escalas del triunfo que da el ejercicio a tiempo del culo no son válidas”. Yo si te creo, Gustavo. Desde siempre, este país lo han manejado por allí. Toda recta -¿recto?- lleva derecho a un infierno, nos recordaba igualmente, Nicolás Gómez Dávila.
Carlos Bueno-G. Alvarez Gardeazabal
Martin Ramírez, el cura homosexual protagonista de La misa ha terminado, es feo, católico y sentimental como señalara en su época y de su España, Ramón del Valle-Inclán. Similares definiciones cabrían para el país. Esta es Colombia, Pablo: somos un país feo, católico y sentimental. Esta narración que comento es una prueba reina.
La novela me resuena como un deja vu: La verdadera vocación del catolicismo es el dinero a costa de lo que sea. Como señala el periodista español Pepe Rodríguez en su libro Mentiras fundamentales de la iglesia católica, en el año 1517 el papa León X promulgó la tabla de tarifas llamada Taxa Camarae con el fin de vender indulgencias, y perdonar las culpas a todos cuantos pudiesen pagar al Pontífice. Allí no había delito, por horrible que fuera, que no pudiese ser perdonado a cambio de dinero. León X declaró abierto el cielo para quienes, clérigos o laicos, hubiesen violado a niños y adultos, asesinado a uno o a varios, estafado a sus acreedores, abortado… Pero tuviesen a bien ser generosos con las arcas papales. Este es el origen del protestantismo y de Lutero.
Son treinta y cinco artículos que son una delicia, pero que de paso desenmascara la verdadera misión de la caterva religiosa: enriquecerse a costa de la ingenuidad, el temor y la ignorancia de sus creyentes. Algunos de ellos: El eclesiástico que incurriera en pecado carnal, ya sea con monjas, ya con primas, sobrinas o ahijadas suyas, con otra mujer cualquiera, serás absuelto mediante el pago de 67 libras, 12 sueldos.
Si el eclesiástico además del pecado de fornicación, pidiese ser absuelto del pecado contra natura o de bestialismo, debe pagar 219 libras, 15 sueldos, mas sí sólo hubiese cometido pecado contra natura con niños o con bestias y no con mujer, solamente pagará 131 libras 15 sueldos.
El sacerdote que desflorase a una virgen, pagará 2 libras, 8 sueldos.
La religiosa que quisiera alcanzar la dignidad de abadesa después de haberse entregado a uno o más hombres simultánea o sucesivamente, ya dentro, ya afuera de su convento, pagará 131 libras, 15 sueldos.
Los sacerdotes que quisiesen vivir en concubinato con sus parientes, pagarán 76 libras, 1 sueldo.
Una muestra de corrupción tan infinita le permitió a León X pasar por ser el protagonista la historia del pontificado más peligroso en la historia de la iglesia. Un teólogo conocido, recién publicado La puta de Babilonia, la demoledora diatriba contra la iglesia católica de Fernando Vallejo, me confirmó que la orden dada desde el Vaticano era no responder ni debatir sobre el tema. “No sólo es verdad su contenido, sino que hay nadie en la Iglesia que pueda refutarlo, y ya no cometemos el error de prohibir desde el púlpito como a Vargas Vila, para hacerlos ricos, poderosos y profusamente editados por cuenta del Índex”. De modo, Gustavo que este intento de épater L!eglise, es un fracaso. Pero esta intentona es buena para descorazonar algunos ingenuos.
También esta aventura literaria nos señala, como lo sabemos desde La Religiosa de Denis Diderot que las instituciones religiosas son coercitivas: el mundo cerrado de los conventos y los seminarios degenera en inutilidad social, resentimiento y promiscuidad. Fácilmente conducen a delirios místicos más cercanos a la locura que a la Luz Divina. Los Votos religiosos, por ejemplo, son contrarios a la inclinación general de la naturaleza, y que por ello o se quiebra la entereza de la promesas formuladas a dios o se sucumbe en los infiernos de la probidad y la fe más devota. Las monjas, frailes y sacerdotes –afirma la iglesia- son llamados por su convicción a apartarse de los males del mundo. Pero, este es un imaginario desfasado: al interior de los claustros, no solo hay miles de hombres y mujeres sometidos, sino también los mismos vicios de la sociedad mundana. La afirmación del catolicismo como discurso y práctica, ha dejado un amplio rastro de dolor y sufrimiento. Son innumerables sus numerosos crímenes a lo largo de los siglos: las cruzadas, la Inquisición, la muerte del espíritu científico, los autos de fe, los flagelos impuestos para purgar las culpas. El fanatismo convierte a los religiosos en los peores gendarmes de la sociedad, capaces de actuar con la tiranía más ciega y funesta. Ficciones macabras, tejidas a partir del más profundo mal que se ha cernido sobre los hombres: la falsa idea de dios. Del fanatismo a la barbarie .