Un libro perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo…
Esta es la historia de una sutil pasión: los libros. Helene Hanff descubre en Nueva York en octubre de 1949, un pequeño anuncio en el Saturday Review de una librería de Londres especializada en libros de segunda mano. Decide escribir a esa librería pidiendo ediciones difíciles de encontrar a un precio módico. Le contesta un circunspecto Frank Doel, fiel empleado de esa librería, Marks & Co. De ese modo se inicia una correspondencia que durará veinte años, donde Helene y Frank hablan de libros y libras, autores olvidados, harina, huevos, peniques, centavos, penas, alegrías, esperanzas, sueños, las insignificantes minucias que conforman dos vidas. Un azar inverosímil hace que esas cartas devinieran libro, luego obra de teatro y película. Y este es, pues, uno de los más bellos homenajes a los libros.
Hanff tiene 33 años cuando decide adquirir la cultura clásica de la que carece por falta de dinero y estudios. Tras realizar penosas búsquedas por las librerías de su ciudad, se topa con un anuncio de prensa de la librería Marks & Co, situada en el número 84 de Charing Cross Road de Londres y especializada en “libros agotados”. Hanff les dirige una carta adjuntando un listado de los libros que necesita adquirir y pidiendo que se los remitan si disponen de esos ejemplares a condición de que sean “limpios, de segunda mano y a un precio que no rebase los 5 dólares por unidad”.
Tras ese primer pedido, Helene se interesa por dos ejemplares del Nuevo Testamento, en latín y en griego y cuando los recibe contesta de esta manera a FPD -empleado de Marks & Co que firma las comunicaciones de la librería pero que aún no se ha presentado como Frank Doel-:
- ¿QUÉ PORQUERÍA DE BIBLIA PROTESTANTE ES ÉSTA? Tengan ustedes la amabilidad de informar a los responsables de la Iglesia de Inglaterra de que han echado a perder la prosa más bella que jamás se ha escrito. ¿Quién les dijo que zascandilearan con la Vulgata latina? Lo pagarán en el infierno…, miren lo que les digo. A mí no me va nada en esto, porque soy judía.
Y así, con la locuacidad, naturalidad y entusiasta personalidad de Helene Hanff, va trascurriendo el canje de cartas. Sin abandonar el trasfondo literario la relación entre ambos trasciende la puramente comercial. La carta que inicia la relación epistolar con Londres es enviada el 5 de octubre de 1949, y Europa todavía se está recuperando de la devastación económica de la II Guerra Mundial por lo que en Charing Cross Road tienen que lidiar aún con el racionamiento de alimentos y otros bienes. Esta situación lleva a Helene a mezclarse en las realidades de la familia del señor Doel y del resto de empleados de la librería especializada en ejemplares antiguos.
- Con la llegada de la primavera necesito un libro de poemas de amor. ¡Nada de Keats o Shelley! Envíeme poetas que sepan hablar de amor sin gimotear…
Los comentarios de Hanff sobre la literatura y la vida, su desenvoltura inteligente y sus originalidades ponen en más de un apuro a un contenido Frank Doel que a lo largo de veinte años desarrolla una verdadera complicidad y sincero cariño por su cliente americana.
En 1969 la escritora piensa en hacer algo “literario” que honre dicha relación epistolar pero no acaba de dar con la forma, que ella intuye como una narración corta para ser publicada por alguna revista. Sin embargo, un amigo decide enviarlas a un editor quien, sin dudar un segundo, le propone publicarlas en un libro. Helen Hanff consigue con el rotundo éxito de 84, Charing Cross Road el reconocimiento que le había sido negado a lo largo de su carrera de guionista y autora de obras teatrales. En 1971 con la publicación de la obra en Inglaterra viaja a la capital británica donde se la considera una celebridad. Pero la felicidad nunca es completa y la librería Marks & Co, para ese momento, ha cerrado sus puertas y ya forma parte del pasado. Además, cuando se produce la adaptación para el teatro, primero en Londres y posteriormente en Broadway, Helene Hanff, la fracasada escritora de piezas teatrales no participa en la adaptación de la misma y la considera como algo ajeno a su producción.
Cuando Helene Hanff recibe una primera edición de Idea de la Universidad de John Henry Newman, escribe:
«El Newman llego hace casi una semana y ahora comienzo a recuperarme de la impresión. […] No porque sea una primera edición, sino porque jamás he visto un libro tan bello. Saberme su propietaria me inspira un vago sentimiento de culpabilidad. Un libro así, con reluciente encuadernación en piel, sus estampaciones en oro y su hermosa tipografía debería estar en la biblioteca revestida de madera de una casa solariega de la campiña inglesa, y está pidiendo ser leído junto a la chimenea por un caballero sentado en una butaca de cuero…, no debería estar en el desvencijado diván de un mezquino estudio de un edificio de ladrillo oscuro cuya fachada se cae a pedazos».
O, esta nueva carta:
Pero el caso es que en el pasado octubre alguien me introdujo a la lectura de Louis, duque de Saint-Simon, a través de un miserable resumen. Nada más conocerlo, corrí a la Society Library, donde te dejan curiosear en las estanterías y llevarte a casa lo que desees, y me hice con una edición íntegra. La edición que manejo es de seis volúmenes, y anoche iba ya por la mitad del volumen VI cuando comprendí que no podía SOPORTAR el pensamiento de que, cuando los devuelva, no me quedará NADA de Louis en casa…
Una leyenda que va de boca en boca y que convierte a sus lectores en miembros en una gozosa sociedad secreta. El poder de evocación de este texto es fascinante: a medida que avanza la obra, el peso de las palabras no dichas, de las cosas que ninguno de los dos menciona, pero cuya ausencia se hace más y más presente en la obra, es un elemento que juega tierna y hábilmente con el espectador, llevándole más allá de los confines del apartamento de Helene y de ese apagado pero lúcido 84, Charing Cross Road.
Tras la publicación en 1969, Helene Hanff – Filadelfia, 1918-Nueva York, 1997- consigue de golpe el reconocimiento que nunca había tenido en toda una vida como guionista y libretista de teatro y de programas de televisión. Millares de lectores le escriben y el libro alcanza una resonancia enorme. Así logra viajar por primera vez a Londres y con dolor admite que ha faltado a la más importante de sus citas: Frank Doel ha muerto y la librería Marks & Co. ha cerrado sus puertas para siempre. Hoy, cientos de turistas se acercan a buscar aquella dirección que ya no es, como El corrientes 3-4-8 del tango aquel. En 1987 le toca al cine apropiarse de la historia. David Jones dirige a Anne Bancroft y a Anthony Hopkins en los papeles de Helene y de Frank. Se dice entonces que es la película m.as bella sobre libros que se haya filmado alguna vez. La que mejor recogió el tema.
Entre las guerras mundiales del siglo XX, Jean Paul Sartre presagiaba que en pocos años el libro se convertiría en un hecho social al que se examina como una institución o al que se incluye como una cosa en las estadísticas. Y tal vez ahora, el libro se está confundiendo con el mobiliario de la época, con sus trajes, sus sombreros y su alimentación y así, aunque cada libro es al fin de cuentas una convención, también cada libro es fabuloso. Como este que comento. Una correspondencia excéntrica y llena de encanto que es una pequeña joya que evoca, con infinita delicadeza, el lugar que los libros ocupan en nuestras vidas. El libro pasó inadvertido por mucho tiempo, pero desde los años setenta se convirtió en un tesoro, sorprendente, único, conmovedor.
Ya lo sabemos. Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. Eso es 84, Charing Cross Road.
El libro no ha muerto, pero quien tenga algo importante qué decir sobre su entierro que dé un paso adelante y que guarde silencio.