Tulio Bayer XVI
“Núñez pasó a la historia por haber concluido con la libertad de prensa, a la cual debía su reputación. Haber asesinado la libertad, a la cual debía su vida pública… Haber hecho retroceder al país un siglo… Haber hecho con su audacia lo que no hicieron Bolívar con su gloria. Obando con su popularidad abrumadora, Mosquera con su genio superior, y Murillo con su prestigio sin segundo: desgarrar el traje talar de la República… Haber traído a los jesuitas, entregándoles la educación de la juventud… Haber cerrado escuelas y abierto los conventos”.
Jose Maria Vargas Vila.
El gulag católico
“La edad media se instala entonces en el CNS, cuando nuestro filósofo procuraba explicar el misterio de la Trinidad según la razón, con los silogismos de Tomás de Aquino y se desgañitaba demostrando la existencia de Dios con argumentos de razón tales como que no existía reloj sin relojero o que había en la naturaleza misterios tan insondables como el que de semillas iguales salieran flores de diferentes colores… Decididamente en cuanto a botánica los apologistas del CNS se empecinaron en desconocer la existencia de los cromosomas y de las leyes de la genética, se obstinaron en presentar el mundo que nos rodea como algo cristalizado, detenido, ya hecho y definido por la Iglesia para apoyar todos sus dogmas. La simple curiosidad por los fenómenos naturales estaba tocada de pecado mortal. Debemos a la Iglesia tres siglos de atraso educacional, quizás irrecuperables.
“El santo es un personaje ocioso, farsante, truculento, nocivo a la especie humana. Esta noción de santidad infiltra y desfigura no solamente lo que podía haber valioso en el cristianismo sino que contamina también el comunismo soviético a través de la educación sumaria y teológica de la que tuvo que echar mano Stalin para gobernar. Uno de los fenómenos contradictorios y sorprendentes de los bolcheviques es que no sólo fueron tolerantes con la iglesia sino que adoptaron su organización, sus métodos, su liturgia y su retórica especiosa. El Kremlin es una copia del Vaticano. Observando sus prelados, escuchando sus dogmas, uno se pregunta si toda el álgebra revolucionaria ha consistido en cambiarle los signos a una vieja ecuación católica, de la que no desaparecido ni el santo ni el héroe, ni el Obispo ni el general, los dos parásitos sagrados de la sociedad que se pretende destruir”.
En el prólogo del libro sobre el Obispo de Pereira, de noviembre 1978, el periodista e historiador, Antonio Restrepo Botero, establece la relación de los dos gulags, el católico y el estalinista, al describir La Santidad:
“Cualquiera de nosotros habrá tenido una experiencia semejante. Todos habíamos transitado de la familia católica, tradicional, rabiosamente monogámica, al colegio católico, autocrático, rabiosamente confesional. Habíamos padecido el rudo ejercicio de la santidad, que resplandecía en los hombres enjutos, profundamente atormentados, hoscos, asexuados de las imágenes de yeso y entre los bordes dorados de las estampas que reposaban por ahí entre algún libro, a la espera de otorgar indulgencias plenarias a cambio de recitar la jaculatoria copiada en letras de oro.
“La virtud se cernía sobre nosotros con su doble filo de anhelo y amenaza. La castidad y la obediencia se interponían entre nosotros y el cielo como una malla que había que traspasar a cualquier precio. La renunciación, el sacrificio, la mansedumbre, la docilidad eran los nombres que adoptaba cada ejercicio de la gimnasia espiritual que compensarían los peligros de una formación laica.
“¡La Santidad! La habíamos visto resplandecer entre los faldones de la sotana del Cura de parroquia y luego encarnada en el Prefecto, en el Director espiritual, en el Capellán del Colegio. Sus contornos nos parecían difusos pero su objetivo era preciso: el Cielo. Así entre el desespero de una adolescencia encadenada a la nave de la virtud y el chantaje de la condenación eterna, empezamos a intuir los pliegues profundos de la santidad.
“El camino del cielo estaba entonces empedrado con adobes que eran prácticas sabiamente dispuestas para combatir las peores inclinaciones de la desdichada naturaleza del hombre. En primer lugar los ejercicios de la CASTIDAD.
“Una zona oscura en los mapas de la anatomía humana recubría pudorosamente los órganos sin función reconocida, las partes innominadas del cuerpo, región de donde proceden los genios del mal, el origen de los vicios más despreciables. Un silencio oficial, perturbado solamente por el bisbiseo del confesionario, debía bastarnos para amortiguar la curiosidad que crecía pareja con los estremecimientos de la pubertad. Sólo se aludía al sexo de manera indirecta en los reglamentos del internado y en las pláticas del Prefecto.
“Prohibidas las amistades particulares, prohibido levantarse de la cama después de quitar la luz, prohibidas las relaciones entre mayores y menores, prohibidos los malos pensamientos, absolutamente prohibidas las conversaciones sobre temas sexuales. Recomendaciones para vacaciones: no permanecer en cama una vez despierto, no frecuentar compañías de mujeres. A cambio, frecuentar los sacramentos, lecturas edificantes. Hay que recordar diariamente que las vacaciones son una travesía por el mundo, y éste junto con el demonio y la carne son los peores enemigos del hombre.
“Entre tanto la formación sexual corría por los subterfugios del colegio, en un clandestino proceso sujeto también a reglas. Cada uno de nosotros se sentía obligado a transmitir sin demora cualquier información novedosa respecto del sexo. En una trasgresión continuada, la conversación recaía una y otra vez en el discurso sofocado de la sexualidad. Con él, los primeros ejercicios tímidos, culposos del descubrimiento del cuerpo. Solitarios, por parejas o en grupos fuimos quitando la corteza al fruto prohibido.
“El cerrojo de la castidad nos recluyó en una vida doble y contradictoria. Entre la virtud y el vicio no había atajos ni terceros caminos. Desde el bautizo pertenecíamos a la familia de los elegidos. Ahora, una pertinente educación religiosa nos permitiría conquistar consecutivamente la virtud, su diploma: la santidad, y su recompensa: el cielo. Si nos atrevimos a abrazarnos secretamente al vicio fue porque un sistemático aprendizaje nos enseñó a manipular la virtud. Aprendimos que para conquistar la castidad había que fingirla.
“En segundo lugar, los ejercicios de la OBEDIENCIA. Un riguroso ordenamiento de la actividad diaria distribuía nuestro tiempo para que la saludable disciplina sometiera nuestra naturaleza rebelde. El premio y el castigo no eran solamente la suerte que había de esperarnos al final del camino. Uno y otro se distribuían a manos llenas separando irremediablemente a los predilectos, a aquellos de entre nosotros cuyo destino estaba ya marcado con la aureola de la santidad; jóvenes maestros en el arte supremo de la virtud, que se desdoblaba en el vicio de manera tan recóndita que era imposible distinguirla.
“La obediencia, tomada en términos absolutos, venía a garantizar que las apariencias de la castidad brillaran con visos de realidad. No admitía la especie de que los santones, con pocas pero resonantes excepciones, eran secretamente obscenos. Habían replegado el deseo a regiones tan oscuras que su talante indicaba que esos muchachos no se habían masturbado jamás. Los arrebatos de amor espiritual y la aceptación cada vez más simplista de la doctrina, eran a la vez una sublimación de los apremios de la carne y el envilecimiento de la inclinación crítica ante la vida. La obediencia entonces venía a coronar el proyecto católico de preparar súbditos para el reino celestial.
“Cualquiera de nosotros habrá tenido una experiencia semejante. Habíamos llegado a la universidad como quien arriba al puerto de la libertad. La cátedra libre y la educación laica que habían sido para nosotros palabras carentes de sentido −flatos vocis−, se adhirieron a nuestro vocabulario donde ya empezaban a brillar otras como autonomía y cogobierno. En medio del trajín académico empezamos a recibir sugestivas invitaciones. En los pasillos, en los baños, en papeleras, en periódicos subterráneos se nos convidaban al reino de la verdad y la justicia.
“Iniciábamos así el rudo ejercicio de la militancia política en las nuevas sectas. Ellas abrían cuidadosamente sus puertas para que sólo pasaran los iniciados. Antes de ingresar, un noviciado minuciosamente controlado debía garantizar las calidades del adepto. En primer lugar la IDEOLOGÍA. Una sana ideología consistía, para las sectas, en asumir la nueva doctrina como un dogma. Una Verdad enorme, redonda, sin huecos. Una razón universal, suficiente para acallar los gnomos curiosos de la conciencia crítica. Se nos adiestró para maniobrar con la nueva doctrina como si fuera una Caja de Pandora.
“Todos los problemas del cielo y de la tierra, del mundo material y espiritual, de las ciencias sociales y las exactas, de la parapsicología y del deporte estaban ya resueltos ya de antemano. No había necesidad de investigar porque de todas maneras ya conocíamos el punto de llegada. Se nos impulsó a una lectura lineal, embotada de las más grandes obras de la literatura política. Era una lectura iluminada por la fe del carbonero que impedía cualquier discernimiento. Instauramos así una época cruzada por el más terco dogmatismo.
“En segundo lugar, la AUTOCRÍTICA. Si el santo católico llega a odiarse a sí mismo para acceder al amor divino, el militante de las nuevas sectas deberá escudriñarse a fondo porque el enemigo interno es más difícil de vencer que el enemigo externo de clase. Para estar en condiciones de transformar el mundo, debíamos primero transformarnos nosotros mismos. El ceremonial de la autocrítica repetía extrañamente la liturgia católica. La espiritualidad se transubstanciaba misteriosamente en la ideologización estalinista: el santo trocado en el héroe y los mismos rasgos demarcando la predestinación, la negación de sí mismo, el llamado de la muerte.
“La nueva virtud del heroísmo ocupaba cómodamente el lugar que había abandonado la renunciación y el sacrificio. Trueque de palabras pero el mismo sentido de construirse detalladamente su propio destino, hecho a la medida del programa de alinear al hombre en los laberintos de la Perfección Personal.
“Sin posibilidad de asombro, las sectas invitaban a sus militantes al matrimonio católico. Reproducían toda clase de supercherías como el horror al homosexual socialista, el machismo, la sujeción a caudillos, la defensa ciega de cualquier acción de un país amigo, la negación del sentido común en la política, la suspicacia y hostilidad frente a cualquier acontecimiento nuevo no previsto en sus manuales, frente al modernismo y a la técnica.
“Las sectas nos separaban violentamente del mundo. La idea obsesiva de perfección individual tornó a recluirnos en las urnas de cristal de la milicia, que impide el contagio con las lacras y vicios burgueses. Y un cuidadoso sistema de premios y castigos separaba también a los llamados al sacrificio, a los mártires identificados tan sólo con un nombre de combate… a los fanáticos del terror, de la sangre, de la muerte.
“Y los proscritos. Todo espacio más allá de la secta es el vórtice de las tinieblas exteriores, la imposibilidad de salvación, la condena, la muerte ignominiosa. Tal como la Virgen que prometió al padre Claret el cielo para todo aquel que se hiciera miembro de la Comunidad… y el infierno para quien desertara de ella.
“Tal vez no sea exagerado comparar la intolerancia de ciertas sectas políticas con las peores épocas de la intolerancia religiosa, con el oscurantismo que ensombreció el medioevo. Se trata de dos tipos de institución apoyada por igual en el dogma, en lo incuestionable de su doctrina, en la posesión del carisma de la profecía, en los dones de la verdad y la justicia.
“El Santo y el Héroe. La misma arcilla. Uno y otro han pronunciado solemnemente el voto de la renuncia total. Han transvasado el vicio en virtud y la virtud en vicio, pero el movimiento ha sido imperceptible. Se han colocado lejos de la vida para cambiar la vida. Han vuelto la espalda al mundo para transformarlo. Han llegado a odiarlo aunque sus proclamas estén encendidas de amor. Han cometido las peores atrocidades en la campaña por la conquista general del reino de la justicia. El Santo y el Héroe. La misma arcilla. La misma de la que ha sido hecho BAR.” (Antonio Restrepo Botero, San BAR, vestal y contratista, Ediciones Hombre nuevo, Medellín, 1978. Presentación).
Y Bayer, dice:
Modernamente, se explica porque detrás está Stalin, seminarista de Georgia, que llegado al poder gobernó como un Zar, pues del arte de gobernar sólo sabía lo que había visto y oído en el seminario de Tiflis. De mentalidad campesina como BAR, es hijo de una madre devota y piadosa. Su madre muere dejándole este niño de once años a quien desde los 8 años lo lleva a la escuela religiosa de Gori con la intención de hacerlo sacerdote.
“Para Stalin como para BAR, el elemento básico de su formación es la teología. En el seminario aprendieron su único discurso, la recitación de unas letanías sin densidad ideológica. Ambos son fundadores de Gulags. Y es porque ambos son especialistas de la cocina política, están saturados de romanidad, son eminentes mediocridades que conocen a fondo el costurero, el chisme, la organización interna, que han sabido presentarse como hombres que al renunciar a todo se han colocado por encima de todo.
Stalin
“Ambos son santos. El truco esencial de la santidad históricamente católico y copiado por Stalin, es precisamente el de encarnar en la propia persona un personaje de elite, único apto para alimentar un mito colectivo, único digno de consumir sin limitaciones, único capaz de dirigir, puesto que no suscita la desconfianza, a primera vista su característica es la devoción a la causa.
“Semejantes personas se forjan a sí mismos con un procedimiento elemental y laborioso. Emanan del pasado en medios rurales, en regiones atrasadas, pobladas de señores feudales o de hidalgos empobrecidos, en grandes aldeas centradas por una basílica o erizadas de santuarios: Sonsón o Gori, la infancia de BAR y de Stalin son sorprendentemente semejantes.
“¿Cómo surgen estos personajes? Respaldándose en una mentalidad en la que mezclan la resignación, la desconfianza individual, la credulidad colectiva, el misticismo de los sentimientos, el simplismo en las ideas, el fanatismo de los prejuicios. No habrá que acudir a Marx para afirmar que esta clase poco evolucionada representa la barbarie, ni al evangelio a fin de demostrar que Jesús se rebeló fundamentalmente contra los santos de su época.
Rafael Núñez Carlos Lleras Restrepo Camilo Torres Restrepo
“En Colombia, el partido liberal o los personajes que se decían ateos, librepensadores o escépticos, siempre se han apoyado desde el poder en esta barbarie y han echado mano de los santos. Las capitulaciones de Bolívar, Núñez o Carlos Lleras se han debido o bien a un catolicismo vergonzante, o al hecho de que consideraban al pueblo menor de edad o como parece probable en el caso de Lleras a que frente a una insubordinación del bajo clero con Camilo Torres, resulta más cómodo para un hombre de negocios aliarse con el Papa, otro farsante. Ya que sus intereses están por encima de bagatelas como la religión, la Patria o los partidos.
“La moral del santo es inhumana. Al amar todo en Dios, el santo ama cada vez menos a las criaturas acabando por despreciarlas. Domingo de Guzmán, el monje español que sirve a su Dios y al Papa aniquilando los cátaros, era como BAR, un rezador de rosarios, en el intervalo entre una masacre y un asesinato, predicaba la cruzada contra los albigenses con la divisa de que “donde no prevalece el razonamiento, prevalecerá el garrote. Sus discípulos, los dominicos encuentran perfectamente piadoso el oficio de torturadores, entreverado con meditaciones sobre los infinitos sufrimientos de Cristo crucificado.
“El padre José, la eminencia gris de Richelieu, es como el resto de los dominicos que desempeñaron El Santo Oficio durante seis siglos, un sacerdote inmaculado, pobre y piadoso, que ayuda a Richelieu a llevar a la hoguera a los hugonotes. Todo el sadismo y toda la carnicería, todo el horror y toda la sevicia de la Inquisición, jamás han sido explicados a los creyentes, ni han sido analizados ante los incrédulos, hasta el punto de que más de uno pensará que el personaje de este estudio BAR y el fundador del CNS, Juan Manuel González, nada tienen que ver con sus criminales predecesores, incluyendo en Colombia al Arzobispo Caballero y Góngora que reuniendo en sí mismo el poder político y económico engaña a José Antonio Galán y luego lo hace descuartizar, exhibiendo su cabeza en lo alto de una picota.
“Estas preocupaciones pueden parecer innecesarias cuando se piensa en los santos militares, armados de pica, de hacha, o de espada o en la aristocracia militar de San Martín, de San Jorge o de San Ignacio. Estos soldados de carrera son gente ociosa que la comunidad mantiene como mantenemos en América Latina batallones enteros que solamente han servido para matar estudiantes, en ocasiones para matar o hacerse matar de los coreanos, por razones que nadie comprende.
“El héroe vive del trabajo de los demás, porque ha hecho el juramento de morir. Y de hecho, está muerto desde su primera batalla. Si no hay batalla, si no muere, se trata del azar o de un milagro. Ello no impide que esté muerto en vida. Es también una vestal. En Colombia ni siquiera vota. Y esto no impide que las clases trabajadores produzcan la riqueza necesaria para comprarle periódicamente al héroe sus costosas máquinas destructoras.
“Es el héroe el que tiene el derecho exclusivo de acumular todo el arsenal destinado a la destrucción. Es el héroe el que arrasa el país enemigo y llegado el caso el propio, quemando las cosechas y las ciudades frente al adversario victorioso. Al negarse a sí mismo, al aceptar místicamente no estar en el mundo, se coloca por encima de todos los bienes terrenales, exactamente como el santo que es a su turno un muerto para este mundo.
“El paso de la milicia a la santidad y a la inversa, son operaciones frecuentes y naturales dentro de la mística católica. Se trata en ambos casos de personajes que realizan el sueño fúnebre de la autodestrucción y que en verdad rinden culto a un ídolo que es la mercancía. Su función es convertir en humo lo mejor de la producción humana, realizar el sueño de una aristocracia feudal.
“Es preciso pensar que cuando BAR somete a los niños a la incomodidad; a los creyentes al sacrificio; a los internos al hambre y al terror; a los pecadores al chantaje, y cuando su modelo sacerdotal, Salazar y Herrera, construye una basílica con bloques de granito, olvidando la miseria y la silicosis: o cuando, por ejemplo, el comandante de una remota base naval en la que oxidan o se pudren materiales que han costado el sudor y las lágrimas de las clases que producen, ofrece a la humedad, a las ratas y a la herrumbre todas las mercancías y todas las maquinarias en un lento holocausto, más bien que prestar con ellas ayuda a sus semejantes, se trata de un mismo rito, que encuentra pleno respaldo en las mejores páginas de Teresa de Jesús.
“El Santo no tiene semejantes. No puede amar al prójimo, porque ni siquiera se ama a sí mismo. Algunos como BAR, proyectan su obsesión dolorosa respecto a la castidad, no educando sino culpabilizando a los niños. En la vida adulta, el cristiano formado por los curas se topa con la contradicción de un mundo en el que manda el dinero, el patrimonio, la herencia.
“La mística no es cristianismo. Esta idea de santidad nace en el siglo XII y como de costumbre, la Iglesia la toma prestada de Platón y del neoplatonismo. El movimiento ascético constituye la base de una moral aristocrática, cuyo principio está enunciado en El Banquete: el filósofo debe matar a su cuerpo para entregarse a la contemplación de la Verdad y del Bien.
“Se trataba de una elación, mediante la cual, renunciando a la particularidad se llegaba a la intuición de lo universal. Es esta renunciación lo que se llamará santidad entre los neoplatónicos. Más tarde, la universalidad abstracta y trascendente se confunde con Dios. El movimiento de transformar lo particular en universal, esto es acercarse a Dios, se transforma en el odio de sí mismo, en el deseo de ser menospreciado de todas las criaturas, en un conflicto de la voluntad consigo misma, en un deseo de morir su propia vida. Estamos de lleno en Teresa de Jesús. Pero de ningún modo en Jesús de Galilea.
“Este odio de sí mismo, que es el odio al mal, será desplazado por los inquisidores, nutridos de mística, hacia el hereje, el malvado, el chivo emisario de la vieja tradición hebrea. Este odio de sí mismo es el que utiliza BAR para extirpar en los niños sus propios temores, sus más secretos vicios, sus más inconfesables tentaciones, sus más inconfesables venganzas.
“El Jesús que resulta de los evangelios aceptados por la Iglesia católica no corresponde a un sacerdote, ni a un doctor de la Iglesia, ni a un místico, ni mucho menos a un Obispo de Pereira, procurando lanzarle sin ser visto la piedra a la mujer adúltera. Presentado como Dios con base en la resurrección, hace ya 20 siglos que la Iglesia católica viene crucificando al niño y al adolescente con una educación estúpida y culpabilizante, que nada tiene que ver con la vida.
“El gulag es católico, por derecho de primogenitura. En cuanto a filosofía, es de Platón y del neoplatonismo de donde arranca el especioso concepto católico de santidad, patrimonio de la Santa Madre Iglesia, que no por casualidad denominó la tortura sistemática en busca de confesión y la hoguera subsiguiente el Santo Oficio. Dicho de otro modo, André Glucksman no ha hecho otra cosa que destapar un marxismo leninismo apócrifo, cuya creación y persistencia se deben a mi juicio a resabios muy católicos, llevados a la práctica por un ex seminarista de Georgia, vulgar imitador de los padres inquisidores.
“BAR constituye mi arreglo de cuentas con ese tirano abominable que precisamente los Nuevos filósofos quieren dejar en la sombra, atribuyendo el gulag a Stalin e incluso a Marx y a los filósofos alemanes, como si todo no hubiese comenzado con un tal Pablo de Tarso, negociante romano que financió la multinacional católica y como si la noción de santidad, profundamente inhumana y fuente de explotación y de inquisición no hubiese sido ideología católica, y como si el señor Obispo no estuviese metido desde mucho antes de Stalin en este santo oficio de esclavizar hombres y de crear gulags.
“Es preciso añadir que el opio se ha infiltrado en la raíz misma del marxismo, tanto en la teoría como en la práctica. Así, el materialismo dialéctico no puede presentarse como una doctrina acabada y perfecta, dogma de fe. Hay en el materialismo histórico una interpretación mágica de la historia, animista, que no se compagina con el postulado de la objetividad científica. Y en la práctica, Marx nos ha sido falsamente presentado como un Obispo, sacerdote inmaculado sin mancha de oportunismo. Son taras católicas, adobadas de una retórica de seminario”.