El Comandante Bayer.

Carlos Bueno

23 febrero, 2024

Tulio Bayer VI

 

 

No era idéntico el ruido selvático, pero después de ese primer lapso en París, volvió a sentirse en campaña. Perdido entre los árboles de la selva, cuidando la estrategia de sus batallones, de sus pelotones de guerrilleros que lo admiraban y respetaban con la ingenuidad de la adolescencia  política.  Ahí empezó a delirar y a hablar solo, perdido en las añoranzas de los tiempos clausurados. Habló con tantos lugartenientes como había tenido en la guerra del Orinoco y les ordenó apostarse en medio de los árboles para retener la emboscada de las fuerzas regulares.

Reconstruyó en sueño la famosa batalla que realizó contra el General Tovar, cuando detuvo a una columna de tanques mandando a quemar kilómetros y kilómetros de cañaduzales secos. Sintió el sonido de los fusiles, el susurro de las conversaciones de campaña en los llanos, los discursos secretos, los felices instantes de estudio de las tesis de un dictador oriental a la luz de la vela…actuaba para el hombre solitario, despojo triste de la guerra, cargado de glorias marchitas que ahora comenzaba a proyectarse sobre las aguas del lado del parque como un ballet de ilusiones. (Eduardo García Aguilar. El bulevar de los héroes. México: Plaza y Janés, 1987).

 

 

Ahora la historia continúa, pero contada por Bayer en su Carta Abierta a un analfabeta político:

BAYER, Tulio – | Diccionario Biográfico de las Izquierdas Latinoamericanas

 

“Un grupo de revolucionarios llegó con un mimeógrafo, muchos libros y algunos pesos. Venían a prestar guardia a mi casa y lentamente simpaticé con ellos. Me di cuenta que había un abismo entre la actitud de este grupo ante la revolución y la del resto de nosotros. Ellos sabían ya que entre los comandos había intereses económicos inconfesables, cuestiones de dinero que querían resolver al tiempo que avanzaba la revolución. No se atrevieron a hablarme de estos asuntos porque suponían que yo estaba comprometido con ellos. Aún hoy desconozco esos asuntos oscuros. La propaganda ha dicho que alguien dio un cheque de 80 mil pesos y un libro titulado Un aspecto de la violencia, ampliamente difundido en el ejército, habla de que otro suministró 180 mil pesos para los gastos iniciales.

“Lo que yo observaba era que no se invertía el dinero del impuesto sobre el chiqui-chiqui, que había una atmósfera de misterio sobre estas operaciones. Y a la verdad, en aquella remotísima aldea, a mí me parecía a veces utópico el nacimiento de un ejército de liberación: Había llegado hasta allí asqueado del manigliato y dispuesto a alzarme en armas, pero me sedujo por algún tiempo el paraíso de esa zona llanera excepcionalmente hermosa y la tentación de escribir allí una novela.

“El comandante del grupo era Larrota, hermano del sacrificado fundador del MOEC, Antonio. Inesperadamente, este grupo fue trasladado a un sitio río Vichada abajo, probablemente para que no se enteraran de las intimidades del llamado Comando revolucionario. Se estaba gestando un embrión bastante deforme de guerrilla”.

LARROTA GONZÁLEZ, Antonio – | Diccionario Biográfico de las Izquierdas Latinoamericanas

Antonio Larrota G.

Cuando Bayer se entera del traslado, comenzó a inquietarse, a ubicarse, a pensar qué velas tenía yo en aquel entierro. Los muchachos del MOEC se escaparon. Emprendieron una difícil empresa: salir de donde estaban con la ayuda de una brújula. Semanas después, ya capturados por Rosendo y su tropa se puso a conversar en voz baja y en cuclillas con Larrota.

Su apreciación de la situación fue clara: lo que pretendía el grupo de Santa Rita era una montonera liberal, mantener entretanto una alarma latente que amedrentara a los que tenían que pagar impuestos, utilizar el nombre de Tulio Bayer como bandera para aprovechar los recursos económicos que venían del interior del país; y quizás, en caso de apuro, librar uno que otro combate. Le dijo a Tulio que el dinero que ellos habían traído se los había quitado Castañeda y que su grupo había caído en desgracia porque exigía disciplina y concretamente, porque él había dicho en el curso de una charla destinada a politizar a los llaneros que los ex guerrilleros liberales estaban cargados de resabios y que había que ir eliminándolos en el curso de la revolución. Comprendió que estaba metido en una aventura en la que no estaba claro si era jefe o prisionero. Comprendió que Larrota había firmado su pena de muerte con esa sugerencia. Comprendió hasta dónde puede llegar la determinación de los hombres cuando están convencidos de una idea; le impresionó la frialdad, la falta de aspavientos con la que este grupo de jóvenes se entregó en sus manos, hacía un breve testamento que le iba a quitar el sueño: Sabemos que lo más probable es que nos fusilen. La única esperanza está en Usted. Y en que si nos matan, otros seguirán luchando.

Bayer era un aficionado a las armas de fuego. Pero nunca como desde aquel momento en adelante acarició un arma con la temblorosa sensualidad con la que antes, muchas veces, y después, algunas veces, acarició la culata, el cañón, la leve curvatura del gatillo de su carabina de cacería. Comprendió súbitamente un hecho escueto, aparentemente bárbaro, pero real y humano de que un arma de fuego no es un juguete caro sino una máquina exquisitamente diseñada, expresamente fabricada para matar a seres humanos. Y al mismo tiempo, en brutal paradoja, para crear con ruidos secos y fúnebres felicidad humana; para salvar la propia vida. Sin embargo, colocar su propio e insignificante destino, su vida y su avidez de soñar y de sentir, por debajo de la Revolución, convertirla en algo superior a sí mismo, fue un largo proceso.

Se inició también allí en la tienda de campaña en donde un puñado de hombres jóvenes, que luchó durante nueve días por salvar sus vidas, no temía ahora la muerte, sencillamente porque habían hecho lo posible por hacer avanzar la revolución y esperaban que otros continuaran haciéndolo.

60 años de un proceso de paz | EL ESPECTADOR

 

“Cuando no se ha usado las manos sino para trinchar la carne y practicar la cirugía; cuando no se ha movido los pies sino por senderos floridos o abruptos, pero que siempre llevan a un refugio seguro; cuando no se han fabricado con las propias manos el tosco ataúd del hijo que muere por falta de recursos económicos y se ha llevado al hombro, por la noche, saltando las tapias del cementerio para sepultarlo clandestinamente porque el niño tampoco estaba bautizado y tampoco había para pagar el trabajo del sepulturero −como Armando, el ebanista−.

“Cuando no se tienen hermanas y hermanos peleando en otros frentes la misma batalla y no se ha nacido en un hogar proletario en el que la palabra explotación y la palabra techo y pan no eran conceptos abstractos sino realidades cotidianas, dolor en las manos engrasadas, punzadas en el estómago por la ausencia de pan en la mesa, no se puede entender de primer golpe cómo un puñado de valientes se siente creador hasta en el momento de perder la vida”.

 

Bayer fue a ver al ex camarada Castañeda. Le manifestó que era el defensor de los prisioneros. Estuvo de acuerdo. Discutieron con serenidad, con solemnidad. Había comenzado apenas a ser cauteloso y por ello comprendió que Castañeda lo había sido siempre.

Lunes 7 de octubre en Bogotá: Encuentro de viejos combatientes de las guerrillas del Llano en medio de coplas de la revolución - Semanario Voz

Cada palabra, cada gesto suyo iba saliendo al análisis del caso de los prisioneros como una mulita que va a pasar un puente por un tronco tendido sobre un abismo. En su astucia, Castañeda comprendió que Bayer había recibido un golpe de luz en la oscura tienda de los prisioneros, que había adquirido conciencia de su ambigua condición de jefe y de rehén, de bandera y de sebo en el anzuelo que ellos habían dejado caer al río de la revolución colombiana. Castañeda eligió para sí el cargo de acusador de los muchachos. Iba pues a ser el Fiscal del Ministerio Público y se hubiera reído de ello si el Honorable Jurado, en concordancia con el nuevo Código Guerrillero, no fuera toda la guerrilla, esto es, los trabajadores de Rosendo Colmenares a quienes Castañeda pagaba sus salarios.

Logró concretar a Castañeda sobre la acusación: Deserción. Definido este cargo principal, Castañeda trató de llenarle la cabeza de cuentos muy poco convincentes sobre el sabotaje ejecutado por los del MOEC con el mimeógrafo que ellos mismos habían traído y que era, por cierto, difícil de manejar. Y sobre el abuso de confianza que el señor Fiscal llamaba ya sabotaje, con un dinero que era exclusivamente suyo. Fueron dos mil pesos que le envió el ingeniero Guillermo Gaviria de la venta de su novela Carretera al mar y de los cuales uno de los prisioneros tomó sin consentimiento 800 pesos. A este respecto le hizo notar a Castañeda que el Estado Mayor no le había entregado ese dinero… y luego fingió darle importancia a la apropiación que se había hecho el prisionero, pensando en que le sería útil en la defensa, ya que el inculpado le había hablado del asunto en la tienda de los prisioneros; le había explicado que en realidad él no había tomado sino 200 pesos y él ya le había regalado esa suma. Supo además, que calificaría a los muchachos de criminales de guerra y no de delincuentes de guerra. Y con un ejemplar del Código Guerrillero en el bolsillo de su chaqueta, se fue a almorzar.

Fotografía y memoria – Clavijo Periodista

Cuando tomó el camino por el bosquecillo hacia su casa, iba ensimismado en lo que un comunista llamaría la autocrítica y un jesuita la introspección. Estaba atrapado en una situación en la que era actor y podía llegar a ser víctima. En una vuelta del camino se encontró con el centinela que traía las vitaminas que había solicitado para los prisioneros. Le había obedecido, es cierto, pero… ¿dónde estaban sus amigos, sus tropas? Y entonces vio claramente que estaban en una tienda de campaña, esperando la muerte. La clarividencia le llegaba tal vez un poco demasiado tarde. Les preguntaba todos los días a los del Estado Mayor por la marcha de la revolución, como se pregunta por la salud del vecino enfermo: ¿Cómo estamos?, ¿cuándo nos levantamos?

Pero en realidad estaba dedicado a escribir una novela con un personaje central cuya elaboración le obsesionaba: era Otto Schzniller, un químico sometido a una lobotomía para curarlo de cierta angustia que se le desencadenó trabajando en un laboratorio productor de medicamentos. Era una transposición novelada de su propia angustia frente a la adulteración de las drogas en Colombia. Y quería presentar a la vez el castigo social de la lobotomía tal como se hace en las clínicas psiquiátricas. Entre tanto… había dejado actuar al ex camarada Castañeda, había dejado aislar a los del MOEC, había dejado de hablar muchas cosas que deberían estar definidas.

Estaba de símbolo, de bandera, cerca de una hermosa piscina natural labrada por el agua en la roca viva, juntando adjetivos con sustantivos, sin averiguar primero si sus centinelas eran sus guardianes o sus soldados. Había estado a la orilla de su propia novela, satisfecho como un burgués progresista y estaba ahora enfrentado al momento de fusilar a los mejores del grupo y… quizás, de dejar huérfano a su personaje. Confusamente se sintió responsable de haber llegado a tal situación. Desenfundó su revólver y disparó tres veces seguidas, sin medir, a una diminuta mancha blanca en el tronco de un árbol. Comprendió su imprudencia. Era una alarma. Aceleró el paso. Se detuvo frente al tronco enemigo. Desviación a la izquierda, pero no estaba mal, había rozado el liquen blanco con uno de los disparos.

Paz en el llano | Señal Memoria

El Pollo, centinela de Bayer ese día en la casa, vino por la trocha a su encuentro. Lo tranquilizó. Era humanamente bueno. Imposible de politizar como decían los del MOEC. Pero tenía un sentido justiciero de la vida. Había sido soldado, después vaquero, chofer, contrabandista. No le hacía mal a nadie, pero tampoco toleraba que se lo hicieran a él. Odiaba los tombos como todos los llaneros, lo que no impedía que tuviera amigos entre algunos de ellos a quienes había conocido en las cárceles, detenido por pendencias, por pequeños abusos de confianza, por borracheras, nunca por atrocidades. Era leal, con esa lealtad del hombre bueno del pueblo con el patrón que ha sido generoso. Lo conocía todo el mundo en el Llano. Ahora trabajaba para Rosendo Colmenares y Rosendo había sido generoso con él…

El Pollo iba, pues, delante de él con su cuerpo inclinado del lado del voluminoso revólver, calibre 38 extra largo, con su carabina .30 en la mano, regalo de Rosendo, de la cual decía que era suya, exclusivamente suya y no del Movimiento. Iba pues con él un individualista simpático, la clave del pensamiento de los otros trece o catorce Jurados de Conciencia con los que debería enfrentarse. No hay mucha diferencia entre el guerrillero y el bandolero. Los comunistas ortodoxos, jansenistas, no aceptan ni siquiera la simbiosis con el hampa popular.

Para Bayer, la diferencia no es cuantitativa sino cualitativa. Y esa diferencia tiene su nombre: una moral. Una honestidad que no florece sino en el terreno de la convicción filosófica. Por lo menos en los Comandantes esa convicción profunda tiene que existir o no serán verdaderos jefes. Y hablo, no de saber una filosofía sino de vivirla, practicarla. Se puede mantener una disciplina férrea voluntaria, solamente a partir de convicciones. Se puede mantener una disciplina aparentemente férrea, a partir de mitos, como en nuestros colegios y cuarteles. La moral tradicional, moral católica, moral de seminario, moral de los hijos de cura, ha hecho crisis. Es necesario reemplazarla por otra moral, Pacho.

 

 

LIBROS
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