Por Juan Belmonte que hace cien años inventara el toreo moderno. Y esa manera de hoy de bregar día tras día con toros enormes, poderosos, rápidos. Por el genio intuitivo y vigoroso de Joselito. Por César Rincón brillante heredero de ambos. Por las 3:30 de esa tarde del 21 de abril de 1946 cuando hizo el paseíllo por única vez en La Macarena, el Califa de Córdoba contemporáneo, Manuel Rodríguez, Manolete. Por Gitanillo de Triana y el ciclón mejicano, Carlos Arruza que alternaron aquel día.
Por S.M. El Viti y El Cordobés que debutaron en el mismo año de 1963 en La Macarena de Medellín. Por el enfurecido Ernest Hemingway clamando contra los nada escrupulosos apoderados del tiempo de Manolete cuyo ideal era el medio toro. Por unas buenas verónicas, por un quite por ceñidas chicuelinas, por unos largos naturales, una tanda de eficaces derechazos de rodillas para abrir una faena, dos estocadas volcándose, por algunos vistosos y alegres desplantes de rodillas, por el matador dispuesto a dar la cara, a poner el pecho, por el toro, terciadito o mastodóntico, discreto a aparatoso de cuerna, noble y franco, con alma de toro bravo, templado, armonioso de hechuras. Por aquella tarde de Enrique Ponce, suave y fuerte, de despacioso poderío, mandando sobre el toro y sobre el público, rematada en tres interminables naturales ligados en redondo ante una plaza en pie.
Por los trajes de luces, como aquel de color uva pasa de Corinto, con la faja y el corbatín verde limón sobre la chorrera de encaje y un fulgor de esmeralda dormido entre los azabaches de las hombreras y las mangas, por los jactanciosos caballos de elegante y sólida belleza, de ojo arisco y piel de seda, tordos, negros, blancos, castaños, por una fregolina más una gaonera más una talaverana más una orticina más una crinolina más una saltillera más una rogerina más una caleserina coronadas por un farol, varias verónicas rematadas en la cadera con una media verónica.
Por Rufino San Vicente Navarro, Chiquito de Begoña y su debut entre nosotros en el Circo España de la carrera El Palo de Medellín. Por José Tomás Román Martín. Serio. Distante. Genial: esa izquierda prodigiosa. Por ese circo España con sus tapiales bajos, coronados de tejadillos rojos de barro cocido y otros pintados en color gualda con zócalo escarlata que eran los colores de la bandera monarquista española. Por las cinco de la tarde e Ignacio Sanchez Mejías. Por El Gallo, fastuoso, ostentoso, perezoso, mentiroso, gastador e impetuoso. Por el Réquiem para un ye-yé y el profeta Gonzalo Arango. Por Luis Ríos, El pinturero. Torero y paracaidista.
Por Linares el 29 de agosto de 1947. Por ese traje de luces, grana y oro, que rompió el toro miura esa tarde de Linares, el mismo con el que actuó el tercer domingo de abril de 1946 en Medellín. Por Luis Miguel Dominguín y su petulancia: El que mata a Manolete es el público. Y su falta de conocimiento de los toros. Yo, como torero, tenía un reportorio más amplio que el suyo. Por Antonio Ordóñez, que mostró las diferencias que hay entre ciencia y arte. Por el rincón de Ordóñez. Por ese 4 de marzo de 1952 cuando Ordóñez y Luis Miguel cortaron orejas, patas y rabo en La Macarena. Por Pepe Cáceres. El Juli. Ortega Cano. Por…por ese arte efímero del toreo, que desaparece cuando desaparece el ejecutante y que no existe más que en la memoria de los que lo han visto y muere con ellos. Por tantas tardes de arena y sol que en poco tiempo harán parte del olvido y de la memoria.
