Festival de Ancón, 53 años de una leyenda
Tomado de El Festival de Ancòn, un quiebre historico. Carlos Bueno Osorio-CAROLO. Ed. ITM, Medellìn,2001.
Oscar Domínguez
No disfruté en forma del Festival de Ancón. Claro que no fue por falta de ganas, como dicen las solteras prolongadas.
Por esas calendas, ya había pegado el grito de independencia de mi casa, después de gorriar durante lustros, estudio, lata y techo. Mejor dicho: Casa, carro y beca.
Empezaba a conjugar el verbo trabajar, un infinitivo incómodo que muy poco les decía a los mechudos que actuaron en ese Woodstock de todo el maíz que fue Ancón. Para resumir, diré que por primera vez actuaba como enviado especial de Todelar. Desde las bogotaes me mandaron a cubrir un congreso de transportadores que coincidió con el Festival.
Como tenía reciente el prontuario de melenudo y de caminante (de vago de Junín), mis patrones creyeron que enviándome a mí mataban dos pájaros con una sola piedra y así informé a mis oyentes sobre reajustes en el peaje y las pintas de Ancón. Todo por un mismo sueldo.
Me acompañó una dama frágil, que temblaba como una hoja de Medellín entre tando metedor de cannabis ganoso de volver hilachas el sexto mandamiento. Con esa chica que me levanté en Junín volveríamos epístola de San Pablo el dichoso Festival.
Hasta el “Comino” Abella, con alguna de sus Teresitas, andaba en funciones periodísticas similares a las mías, con sus ojos de reportero laureanista, hecho para coleccionar asombros.
Cuando me tocaba Ancón, después de hablar con funcionarios del Intra, me ponía trascendental. Concluí que estaba viviendo un momento histórico (por Ancón, no por reajuste del peaje).
Saqué pecho y me sentí importante, vos.
Toda generación tiene su propia música, así como cada pájaro tiene su hábitat de libertad entre el viento.
Ancón y sus ruidos de Acuario de entonces me hacían sentir libre, una aberración que espero que me acompañe hasta agotar todo mi libreto vital.
Hace tiempos estoy de regreso al bolero y al bambuco, que había pasado muy fugazmente, al cuarto de San Alejo. Y me siento muy bien. Una corbata que habría chillado en Ancón me ayuda a triturar horarios. O sea, nada que ver con el muchacho de antes.
Con una que otra tara, mis hijos han heredado la misma música de Ancón. Eso sí: A mí que me esculquen. Siquiatras y sicólogos habrá por ahí que sabrán explicar el fenómeno. Tengo las mejores amnesias del Festival. Por eso, como dicen los juglares vallenatos en sus canciones, y los ciclistas al final de la etapa, un saludo para los ex melenudos de entonces.
No nos quitemos más tiempo.