LA MUSA Y EL ARPÓN
Miguel Aguirre Bernal
Una torre de Jenga
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Ojalá poder responderte como ese niño de ojos dulces
que hace tanto envejeció.
¿Qué es poesía? Muchas cosas. Ninguna.
Si atendemos a los poetas, nos dirán que es el uno y es el dos,
que es la esencia, que es la musa,
que es retórica y falta de retórica,
que es ideas, que es cosas, que es imágenes, que es ritmo.
Y lo único que yo veo en común
es que es una forma de escribir
que no llega hasta acá.
Todo poeta, pienso yo, dice que la Poesía
es extrañamente parecida a SU poesía
y con ello puede dictar quién es poeta y quién no.
¿Mallarmé? Un idiota que vendía pirotecnias.
¿Hugo? Un tal que liquidó la poesía por un sueño.
¿Lope? El mayor mercaderista de sensiblerías.
¿Los modernistas? Aristócratas de pantuflas
compradas en el barrio chino. ¿Huidobro?
Alguien que nos quería hacer saber
que sabía francés y pajarés. ¿Zurita? Un revolucionario
por tener plata para alquilar aviones.
(A mí esas definiciones tan convenientes
siempre me han parecido sospechosas.
Tal vez solo llegaré a confiar en aquel poeta
cuya definición de la Poesía
invalide su propia poesía o al menos la compra de sus libros).Qué sé yo lo que es la Poesía.
En muchas ocasiones es simplemente una justificación
para recibir unos cuantos millones de pesos
(o miles de euros, según la geografía)
en un certamen bautizado con el nombre de un precursor.
O una excusa para sentirte bien
mientras recitas ante el espejo y admiras las líneas de tu rostro y el tono
[de tu voz.
O una forma de escamotear la soledad
y creer que tienes amigos desperdigados por otros tiempos.
O una bonita manera de conquistar a una persona
de mediana inteligencia (los extremos, créanme, no copian).
Pero bueno, entonces,
¿qué es mi poesía?
No sé muy bien cómo explicarlo…
Siempre la he concebido como un cuarto de juegos
con marionetas por aquí, carritos por allá,
una pista de Hot Wheels, un mecano, un Lego,
incluso un par de muñecas
y una llama de peluche rosada y con un cuerno.
Es un lugar con un gran escaparate donde señorones muy serios
dejaron una infinidad de formas artificiales de hablar
y tonos ampulosos, y ritmos cómicamente lentos,
y poses, y maneras religiosas (o desenvueltas y despreocupadas) de actuar,
y un sinnúmero de temas
que yo puedo coger, combinar, revolcar, parodiar,
y con ello conseguir un pretexto
para divertirme unos cuantos días cazando rimas,
contando sílabas o creando esa imagen novedosa
que haga a alguien (generalmente a mí) levantar las cejas por el pasmo.
Es un lindo hobby que cultivo cuando no quiero trabajar
o tengo que escribir un artículo académico cuya rigidez me pesa.Y, como todo buen niño,
cuando tengo lista mi torre hecha con piezas del Jenga,
llamo a mi madre y a mi padre y a mis amigos y les muestro lo que hice
pare recibir aplausos y alabanzas y besos, tras los cuales,
¡BAM!
¡abajo la torre!
De una patada, un empujón o un soplo.
Es muy entretenido: pierdes tiempo, obtienes cariños, te contradices y
[luego construyes algo nuevo.
Incluso, de cuando en cuando, simulas que te crees todo ese cuento de
[la trascendencia
e inicias una polémica, pordebajeas la torre de aquel otro,
sales con algún insulto airoso y luego vuelves a tu casa
a tirarte en el sofá y ver Netflix como cualquier tinterillo.
Sí, para mí la poesía es algo por el estilo.
Creo que así también la entendían en la corte de Ferrara
y en esos círculos por los que se movían Góngora y Quevedo,
y los amiguitos de Federico II, y los poetas más lúcidos de la historia:
Catulo, Angiolieri, De Greiff, Borges y Szymborska.
¿Qué es la poesía? ¿Y a mí me lo preguntas?
Esto, supongo, lo que ahora estás leyendo.
Al menos así lo creo porque estoy presionando Enter
cada diez o doce palabras
y exhiben este libro en la sección de poesía.
¡Sí! ¡Tal vez sea eso!
La poesía es todo lo que aparece bajo el letrerito «Poesía»
en la librería de la esquina.
No creo que nadie encuentre una mejor definición para meter en el
mismo saco
a los himnos homéricos,
a los caligramas de Apollinaire
y a los versos arrabaleros del poeta de Castilla.
Advertencia al lector
Querido lector, tienes ante ti un poemario agresivo, que no respeta susceptibilidades ni delicadezas, que no mima ternuras. Todo es fruto de un acto de rebeldía, de un intento de desbrozar caminos que se alejen de la poesía excesivamente introspectiva que abarrota hoy día los anaqueles. Pero no es un manifiesto político. Y no digo que poesía y política carezcan de vasos comunicantes. Digo que poesía y política se rigen (o deberían regirse) bajo sistemas independientes. Yo no pienso lo que aquí aparece y, en ocasiones, incluso pienso lo contrario. La musa y el arpón es un poemario que se concibe como juego de máscaras. Sobre todo, la variedad, el cambio, lo mutable —en otras palabras, el principio de varietas, tan antiguo, tan olvidado—.
Tomar extremos y hacer que se toquen. Y mirar todos los temas, todos los rostros de la vida con ojos ecuánimes, sin establecer jerarquías, sin dictar prohibiciones. Por ello, en ocasiones, resulta iconoclasta. No siempre, solo en ocasiones. Pero, cuando así es, no hay ideología (o debería decir ídolo) que conserve su halo de invulnerabilidad. En ello, no respeto ni lo propio ni lo ajeno. Y así creo ser justo: comienzo por dinamitar mis credos antes de proceder con los de otros. Pero ello,como dije, solo en ocasiones. En otras, el tono se eleva en busca de sacralidades. Y en otras, finalmente, busca sacralizar desacralizando, como Fausto, que alcanza el paraíso a través de Mefistófeles.
En resumen, querido lector, tienes ante ti un poemario agresivo e irrespetuoso, vulgar y pedante a un tiempo, tránsfuga, traidor, variable, grandilocuente y rastrero, que contiene defectos que yo mismo reconozco y declaraciones que a mí mismo escandalizan. Y ya que estás advertido, te pido el mayor regalo que un escritor (o escribidor) puede pedir: salta al poemario con la disposición que Cortázar y Virginia Woolf recomiendan, siendo un lector cómplice, abierto a lo que cada poema te proponga. Seamos cómplices en el rito y en el crimen, en la burla y en la oración. Juguemos juntos en este campo de recreo que extiendo ante ti, porque la vida se nos está agotando en bostezos y tenemos necesidad de bofetadas que nos espabilen.
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El poeta agota sus días contemplando el color del aire y esperando a las musas. Pero ellas, orgullosas como son, apenas si lo recuerdan muy de cuando en cuando y aun así le llevan la cuenta de sus migajas. Entonces, ¿qué hacer? Deponer la pluma, tomar el arpón y salir en su cacería. Y así, domesticarla. La musa y el arpón toma esta consigna como credo. Lejos está de ese susurro introspectivo que agita las hojas en las estanterías de poesía; lejos, también, de esa contención ceremoniosa que marca el compás contemporáneo. Aquí, exceso, juego, verborrea, variedad; la ocurrencia lanzada al aire en provocación; la apuesta contra el murmullo y la rebusca de nuevos temas en los muladares del mundo actual. De este modo, la inspiración queda ceñida y constreñida por el poeta, quien le impone las mil máscaras de su capricho.