La pregunta ¿Quién me hizo? no puede responderse,
ya que inmediatamente sugiere la pregunta:
¿Y quién hizo a Dios?
John Stuart Mill
Nuestros radicales del siglo XIX enarbolaban una consigna que nunca perdió su vigencia: “Todos los que hablan en nombre de Dios, intentan algo contra mi libertad o contra mi bolsillo”. Curiosamente, hasta hace poco, habíamos eludido el tema religioso y el de sus mentores y turiferarios. Una cita en la revista El Pellizco, que resume el pensamiento de Friedrich Nietzsche sobre el cristianismo, desató la ira de los fanáticos de todos los pelambres y tuvo hasta consecuencias laborales al llegar sus ecos hasta el alto Gobierno colombiano de una reciente y nefanda época.
Nuevamente cito in extenso para que nos vayamos entendiendo:
Quiero pronunciar mi sentencia. Condeno al cristianismo, formulo contra la Iglesia la más terrible de las acusaciones que haya lanzado fiscal alguno. Es la mayor corrupción que pueda imaginarse; en ella palpita la voluntad de la máxima corrupción imaginable. La Iglesia cristiana no ha economizado la corrupción en ningún sitio. De cada valor ha hecho un sin valor. De cada verdad, una mentira; de cada integridad, una vileza. ¡Qué se atrevan a hablarme de sus beneficios humanitarios! Suprimir una miseria era contrariar su comercio; vive de miserias y ha creado miserias para eternizarse. El gusano del pecado es una miseria con que la Iglesia ha enriquecido a la humanidad. La igualdad de las almas ante dios,esa mentira, ese pretexto para los rencores más bajos, ese explosivo de la idea que acabó por tornarse revolución, idea moderna, principio de degeneración de todo orden social. Ésa es la dinamita cristiana.
¡Beneficios humanitarios! Hacer de la humanidad una eterna paradoja, una vergüenza, una aversión, un desprecio hacia todos los instintos buenos y rectos. El parasitismo, única práctica de esta Iglesia, bebiendo con su ideal de anemia y de santidad, la sangre, el amor, la esperanza de la vida: el más allá, negación de toda realidad; la cruz, contraseña para la más sombría conspiración que ha habido jamás: conspiración contra la salud, la belleza, la rectitud, la bravura, el ingenio, contra la vida misma.
Llamo al cristianismo la única gran calamidad, la única gran perversión interior, el único gran instinto de odio para el cual no existen medios demasiado venenosos, demasiado ruines. La llamo la única e inmortal deshonra de la humanidad. Y pensar que hacen contar el tiempo empezando desde el día fatal en que se inicia destino tan degradante, el primer día del cristianismo. ¿Por qué no ha de contarse a partir de su último día? Desde hoy mismo, por ejemplo. ¡Transmutación de todos los valores!
Así finaliza Friedrich Nietzsche El Anticristo y son palabras que más de ciento veinte años después, yo también suscribo.
Afirmaba Bertrand Russell que cuando más intensa ha sido la religión de cualquier período y más profunda la creencia dogmática, ha sido mayor la crueldad. En las llamadas edades de fe, cuando los hombres creían en el cristianismo con intensidad, se creó la Inquisición, con sus torturas y asesinatos y todas las crueldades practicadas a nombre de la religión. Uno encuentra que todo progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, que todo intento de luchar contra la discriminación racial, que todo progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las Iglesias organizadas del mundo. Por eso digo deliberadamente que la religión cristiana, ha sido y es, la principal enemiga del progreso moral del mundo.
La Iglesia no ha sido madre sino de conflictos. Su preocupación maternal es vender: indulgencias o velas, prerrogativas a los príncipes o píldoras anticonceptivas, cañones o bulas, imágenes o novenas, agua de Lourdes o misas. Si se ha de cambiar el falso vocabulario colombiano, reflejo de la aceptación de una casuística que embrolla lo terrenal con lo presuntamente divino, lo temporal con lo pretendidamente espiritual, sería necesario tomarse el trabajo de explicar un poco la historia eclesiástica, en vez de ir a misa, bautizar en la iglesia a los niños y eludir toda discusión con estos parásitos mitrados que en realidad no encuentran ninguna oposición, puesto que otra de las ideas recibidas colombianas es que el anticlericalismo está pasado de moda.
La vida de gracia no existe, pues, sino para los santos que viven del sudor ajeno. Ni comunistas, ni liberales ni siquiera muchos conservadores creen verdaderamente en el pecado original y en la redención. Pero aceptan este lenguaje porque lo reciben en los colegios controlados por los curas y descubren que este contexto absurdo y dogmático no es otra cosa que un aspecto de la propaganda irracional, eficaz desde el punto de vista de vender hasta la más dudosa de las mercancías. Colombia padece del más singular de los problemas religiosos: el de no haber enfrentado jamás el problema religioso.
Rescatando y resumiendo todo el pensamiento crítico desdeel siglo XVII,Carlos Marx diría que la religión es la teoría general de este mundo, su compendio enciclopédico, su lógica bajo una forma popular, su punto de honor espiritualista, su entusiasmo, su sanción moral, su complemento solemne, su razón general de consolidación y de justicia. La lucha contra la religión es, pues, por carambola, la lucha contra este mundo en el cual la religión es el aroma espiritual. La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura anonadada, el alma de un mundo sin corazón, lo mismo que ella es el espíritu de un mundo sin espíritu. La religión es el opio del pueblo.
Pero en Colombia es todavía efectiva la candorosa predicación de los viejos dogmas como la transubstanciación o la divinidad de Cristo. Pero dogmas viejos desempeñan el mismo papel que los nuevos. La eucaristía, por ejemplo, es un sistema sorprendente de hacer creer a las multitudes que son divinamente alimentadas. Y gracias a esta creencia, las ganancias son inmensas. Valdría la pena hacer un cálculo sobre el producido de un Congreso Eucarístico, o de una peregrinación a Fátima o de las limosnas y diezmos que algunos cándidos aún entregan. La Iglesia se moderniza: en Fátima lo primero que se construyó fue un hotel lujoso para los turistas y una cárcel para recoger a los menesterosos, a los pobres, a los verdaderos peregrinos. Lo que importa es el turista que aporta dólares.
El opio del pueblo es un vicio propagado por obispos. Y la raíz del mal hay que buscarla en la teología, curiosa especialidad inventada para clasificar los santos, rotular los ángeles, ponerle impedimentos a Dios… cuernos y cola al diablo.
El opio del pueblo es la introducción del absurdo en la celebración de los creyentes atemorizados. Es como una emulsión. El agua transparente de una doctrina, “No matarás”, por ejemplo, se reúne con el aceite de una dialéctica, Hay que matar lo mejor posible, y se revuelve con energía. El efecto estupefaciente puede garantizarse. Y apoyado por la fuerza, puede durar varios siglos…
La Iglesia católica es la campeona de estas mezclas y la inventora de los métodos represivos para lograr su correcta digestión. Como administradores, propagadores, sustentadores de dogmas, Hitler, Mussolini, Stalin, Amín Dadá, Pinochet, Salazar, Bokassa, Uribe Vélez, son simples imitadores. El dogma genuino y la violencia de Estado genuina, son católicos.
Ante el inevitable avance de los conocimientos humanos, la Iglesia comienza por desfigurar, por adulterar. Si aún hoy es posible señalar flagrantes mentiras, hay todo el derecho a suponer que hubo muchas otras. Es lógico suponer las abundantes tergiversaciones de toda esta antigua y larga historia.
Todas estas posibles mutilaciones y tergiversaciones no impiden analizar la pretendida misión educadora de la Iglesia, citando hechos que no pudieron borrar. Porque la Iglesia comienza su desinformación ecuménica cuando los frailes benedictinos empiezan a borrar los pergaminos antiguos y elaboran palimpsestos, escribiendo sobre las obras de Sófocles y de Esquilo y de muchos otros, todas las pendejadas de los Padres de la Iglesia, guardándose, por supuesto, algunos deliciosos fragmentos de literatura libidinosa para solaz y contentamiento de los iniciados. Es por lo que dejaron de borrar que estos monjes nos han permitido saber algo del mundo griego ¡Cipotes centinelas de la cultura!
El Santo y el Héroe: la misma arcilla. Uno y otro han pronunciado solemnemente el voto de la renuncia total. Han transvasado el vicio en virtud y la virtud en vicio, pero el movimiento ha sido imperceptible. Se han colocado lejos de la vida para cambiar la vida. Han vuelto la espalda al mundo para transformarlo. Han llegado a odiarlo aunque sus proclamas estén encendidas de amor. Han cometido las peores atrocidades en la campaña por la conquista general del Reino de la Justicia.
La religión se basa en el miedo. Miedo a lo desconocido. Un miedo esperanzado en una fuerza superior, mamá o hermano, que va a defenderlo a uno en todos los problemas. El miedo es la base de toda esa basura: miedo al misterio, a lo desconocido, a la derrota, a la muerte. Y el miedo es el origen de la crueldad. Por eso no es extraño que religión y crueldad vayan de la mano. Solo el conocimiento, la ciencia, la crítica, la inteligencia nos ayuda a librarnos de ese miedo cobarde en el cual ha vivido la humanidad. No hay que buscar ayudas imaginarias, ni inventar aliados celestiales. “No tengo el chantaje del cielo”, decía Borges.
Se trata de conquistar el mundo para hacerlo habitable con toda sus cosas, sus bellezas y fealdades, verlo como es y no tener miedo de él. Todo concepto de dios es derivado del despotismo oriental y es un concepto indigno de hombres libres. Cuando en una iglesia se ve a la gente humillarse y proclamarse miserables pecadores, siente uno la sensación de algo despreciable e indigno de seres humanos que se respeten. El mundo necesita conocimiento, valor, pero no el aherrojamiento del pensamiento libre mediante las palabras proferidas hace mucho tiempo por hombres ignorantes. Un pesaroso pasado, un pasado muerto frente al futuro que nuestra inteligencia pueda crear.
La religión no hace más que sancionar las leyes de la sociedad existente al revestirlas de un viso de trascendencia. Solo es la expresión metafísica de la vieja ley del talión: Ojo por ojo, Diente por diente y Sangre por sangre. Es inhumana. El hombre es esencia suprema para el hombre y obviamente el imperativo categórico es echar por tierra todas las relaciones en que el hombre sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciado como sucede en todas las religiones. “Hay otros mundos, pero están en éste”, afirmaba Paul Éluard.
Para el caso colombiano la devoción del Corazón de Jesús, por absurdo que sea su origen, propagada por verdaderos maniáticos, conviene comercialmente a la Iglesia, ya que como toda propaganda irracional tiene profundas raíces en el inconsciente individual y colectivo. La Santidad no es sino, como lo dice Sartre, “la rama mística de la sociedad de consumo”.
La sabiduría comercial de la Iglesia se anticipa a lo que se llamó más tarde el arte de la publicidad, a los estudios de mercadeo, al marketing. Y se anticipa con el mismo principio cínico de Goebbels, el ideólogo de la propaganda nazi: “Una mentira, por grande que sea, si se repite acaba por convertirse en verdad”. No hay que olvidar que Goebbels fue discípulo de los jesuitas.
Por lo que se refiere a la evolución del dogma mariano, a las apariciones de Lourdes y de Fátima, y en particular a todos los fraudes de esta larga historia, existe un libro escrito por el periodista Gérard de Sède, logrado gracias a la revolución denominada “de los claveles”, de 1974, por los militares y por el pueblo de Portugal, que puso fin a 48 años de dictadura. Los libros prohibidos comenzaron a salir de las bibliotecas, los archivos se abrieron, las lenguas se desataron.
El libro constituye un expediente sobre la más grande impostura político-religiosa de nuestro tiempo, denuncia la más fantástica explotación política, financiera y religiosa llevada a cabo por un clero local y poderoso, en asociación con el Gobierno dictatorial, el Vaticano y el integrismo internacional. Pero es también un estudio breve y a la vez completo de María, el personaje que se nos presenta hoy como una diosa, especie de cuarta persona de la Santísima Trinidad, concebida sin pecado original, despojada de los otros hijos que tuvo según los Evangelios, fecundada por intervención del Espíritu Santo, Virgen antes del parto y después del parto y finalmente asuncionada (dogma de la Asunción en 1950), esto es, que subió al Cielo corporalmente, que resucitó como Cristo, o mejor aún, que no murió nunca. La elaboración del personaje, al margen de las Escrituras, con base en las creencias sucesivas de los fieles se lleva veinte siglos, pero no es fruto del azar sino precisamente de la necesidad. De la necesidad política de adaptar esta creencia a una religión de Estado, a la religión grecorromana; a la Monarquía absoluta; a la conquista de los indígenas; a la lucha contra el liberalismo y el modernismo; enseguida con el comunista, defendiendo las inversiones del Vaticano.
Inseparable de la rentabilidad pastoral, cuando la devoción a la Virgen se exacerba, es siempre para respaldar el absolutismo, siempre para respaldar una alianza de tipo constantiniano, siempre obedeciendo al imperialismo misionero del Vaticano.
Cuando la Iglesia era apenas una secta fuera de la ley, María era considerada como una mujer incapaz de comprender las enseñanzas de Jesús, que consternada, más bien trata de alejar a quienes la escuchan diciéndoles que su hijo estaba loco. A lo cual responde Jesús que sus discípulos son su verdadera familia (Marcos, III, 21-35). San Juan Crisóstomo llega a escribir que María era vana y orgullosa (Opera, Tomo VII, París, 1718).
Pero cuando la Iglesia es ya religión de Estado y proclama en 431 el culto de la Virgen Madre en el Concilio de Éfeso, se trata de consolidar la autoridad de la Iglesia imperial sobre una población pagana que reconoce en esta Virgen a la célebre Artemisa. Siempre sirviendo intereses políticos y por supuesto económicos, la larga evolución del mito mariano llega a la Inmaculada Concepción y a la Asunción, respaldando sucesivamente la Monarquía absoluta, la lucha contra el racionalismo, contra el comunismo, contra el modernismo y el liberalismo.
Afirmaba el médico Tulio Bayer que son seres neuróticos, que cuando llegan a obispos en Colombia, tienen en sus manos el destino de centenares de seres humanos, los más frágiles y los más indefensos: las mujeres y los niños, sin que el Estado intervenga jamás, así sea solamente para circunscribir a la Iglesia con sus conventos, iglesias, y seminarios, el alcance de una neurosis colectiva y de una dictadura religiosa que nada tiene de republicana ni de democrática, ni siquiera de cristiana y mucho menos de científica. Es la dictadura del miedo, una espiritualidad coprófaga basada en el culillo. La coprofagia, tan vinculada a la devoción del Corazón de Jesús, lleva hasta sus últimas consecuencias la civilización de la soledad y del individualismo.
Y es también una espiritualidad irracional. Y… como tal es habilidosamente explotada por la Iglesia católica y por el Estado. De la neurosis y de la irracionalidad de las masas se pasa fácil y provechosamente a una formidable industria montada en la mentira, de la que Fátima constituye la obra maestra. Como decía Jean Paul Sartre en su gigantesca obra sobre Jean Genet, la santidad “me repugna con sus sofismas, retórica y su delectación morosa. La santidad no sirve hoy sino para ayudar a los hombres de mala fe a razonar falsamente”.
La verdadera vocación del catolicismo es el dinero a costa de lo que sea. Como señala el periodista español Pepe Rodríguez en su libro Mentiras fundamentales de la Iglesia católica,en el año 1517 el papa León X promulgó la tabla de tarifas llamada Taxa Camarae con el fin de vender indulgencias y perdonar las culpas a todos cuantos pudiesen pagar al Pontífice. Allí no había delito, por horrible que fuera, que no pudiese ser perdonado a cambio de dinero. León X declaró abierto el cielo para quienes, clérigos o laicos, hubiesen violado a niños y adultos, asesinado a uno o a varios, estafado a sus acreedores, abortado… pero que tuviesen a bien ser generosos con las arcas papales. Éste es el origen del protestantismo y de Lutero.
Son treinta y cinco artículos que son una delicia, pero que de paso desenmascaran la verdadera misión de la caterva religiosa: enriquecerse a costa de la ingenuidad, el temor y la ignorancia de sus creyentes.
1- El eclesiástico que incurriera en pecado carnal, ya sea con monjas, ya con primas, sobrinas o ahijadas suyas, con otra mujer cualquiera, serás absuelto mediante el pago de 67 libras, 12 sueldos.
2- Si el eclesiástico además del pecado de fornicación pidiese ser absuelto del pecado contra natura o de bestialismo, debe pagar 219 libras, 15 sueldos, Mas si solo hubiese cometido pecado contra natura con niños o con bestias y no con mujer, solamente pagará 131 libras, 15 sueldos.
3- El sacerdote que desflorase a una virgen, pagará dos libras, ocho sueldos.
4- La religiosa que quisiera alcanzar la dignidad de abadesa después de haberse entregado a uno o más hombres simultánea o sucesivamente, ya dentro, ya afuera de su convento, pagará 131 libras, 15 sueldos.
5- Los sacerdotes que quisiesen vivir en concubinato con sus parientes, pagarán 76 libras, un sueldo.
6- Para todo pecado de lujuria cometido por un laico, la absolución costará 27 libras, un sueldo; para los incestos se añadirán en conciencia cuatro libras.
7- La mujer adúltera que pida absolución para estar libre de todo proceso y tener amplias dispensas para proseguir sus relaciones ilícitas, pagará al papa 87 libras, tres sueldos. En casi igual, el marido pagará igual suma; si hubiesen cometido incestos con sus hijos añadirán en conciencia seis libras.
8- La absolución y la seguridad de no ser perseguidos por los crímenes de rapiña, robo o incendio, costará a los culpables 131 libras, siete sueldos.
9- La absolución del simple asesinato cometido en la persona de un laico se fija en 15 libras, cuatro sueldos, tres dineros.
10- Si el asesino hubiese dado muerte a dos o más hombres en un mismo día, pagará como si hubiese asesinado a uno solo.
11- El marido que diese malos tratos a su mujer, pagará en las cajas de la cancillería, tres libras, cuatro sueldos; si la matase, pagará 17 libras, 15 sueldos, y si la hubiese muerto para casarse con otra, pagará, además, 32 libras, nueve sueldos. Los que hubieren auxiliado al marido a cometer el crimen serán absueltos mediante el pago de dos libras por cabeza.
12- El que ahogase a un hijo suyo, pagará 17 libras, 15 sueldos, o sea dos libras más que por matar a un desconocido, y si lo mataren el padre y la madre con mutuo consentimiento, pagarán 27 libras, un sueldo por la absolución.
13- La mujer que destruyese a su propio hijo llevándole en las entrañas y el padre que hubiese contribuido a la perpetración del crimen, pagarán 17 libras, 15 sueldos cada uno. El que facilitase el aborto de una criatura que no fuere su hijo, pagará una libra menos.
14- Por el asesinato de un hermano, una hermana, una madre o un padre, se pagarán 17 libras, cinco sueldos.
15- El que matase a un obispo o prelado de jerarquía superior, pagará 131 libras, 14 sueldos, seis dineros.
16- Si el matador hubiese dado muerte a muchos sacerdotes en varias ocasiones, pagará 137 libras, seis sueldos, por el primer asesinato y la mitad por los siguientes.
17- El obispo o abad que cometiese homicidio por emboscada, por accidente o por necesidad, pagará para alcanzar la absolución, 179 libras, 14 sueldos.
18- El que por anticipado quisiera comprar la absolución de todo homicidio accidental que pudiese cometer en lo venidero, pagará 168 libras, 15 sueldos.
19- El hereje que se convirtiese, pagará por su absolución 269 libras. El hijo de hereje quemado, ahorcado o ajusticiado en otra forma cualquiera, no podrá rehabilitarse sino mediante el pago de218 libras, 16 sueldos, nueve dineros.
20- El eclesiástico que no pudiendo pagar sus deudas quisiera librarse de ser procesado por sus acreedores, entregará al Pontífice 17 libras, ocho sueldos, seis dineros, y le será perdonada su deuda.
21- La licencia para poner puestos de venta de varios géneros bajo el pórtico de las iglesias, será concedida mediante el pago de 45 libras, 19 sueldos, tres dineros.
22- El delito de contrabando y defraudación de los derechos del príncipe costará 87 libras, tres dineros.
23- La ciudad que quisiese alcanzar para sus habitantes o bien para sus sacerdotes, frailes, monjas, licencia para comer carne y lácteos en las épocas en que está prohibido, pagará 781 libras, 10 sueldos.
24- El monasterio que quisiese variar de regla y vivir con menor abstinencia que la que le está prescrita, pagará 146 libras, cinco sueldos.
25- El fraile que por su mejor conveniencia o gusto quisiere pasar la vida en una ermita con una mujer, entregará al tesoro pontificio 45 libras, 19 sueldos.
26- El apóstata vagabundo que quisiere vivir sin trabas, pagará igual cantidad por la absolución.
27- Igual cantidad pagarán los religiosos, así seculares como regulares, que quisieran viajar en trajes de laico.
28- El hijo bastardo de un cura que quisiera ser preferido para desempeñar el curato de su padre, pagará 27 libras, un sueldo.
29- El bastardo que quisiera recibir órdenes sagradas y gozar beneficios, pagará 15 libras, 18 sueldos, seis dineros.
30- El hijo de padres desconocidos que quiera entrar en las órdenes, pagará al tesoro pontificio 27 libras, un sueldo.
31- Los laicos contrahechos o deformes que quieran recibir las órdenes y poseer beneficios, pagarán a la cancillería apostólica 58 libras, dos sueldos.
32- Igual suma pagará el tuerto del ojo derecho; mas el tuerto del ojo izquierdo pagará al papa 10 libras, siete sueldos. Los bizcos pagarán 45 libras, tres sueldos.
33-Los eunucos que quisieran entrar en las órdenes, pagarán la cantidad de 310 libras, 15 sueldos.
34- El que por simonía quisiera adquirir uno o más beneficios, se dirigirá a los tesoreros del papa, que le venderán ese derecho a un precio moderado.
35- El que por haber quebrantado un juramento quisiese evitar toda persecución y librarse de toda nota de infamia, pagará al papa 131 libras, 15 sueldos. Además entregará tres libras para cada uno de los que le habrán garantizado.
Una muestra de corrupción tan infinita le permitió a León X pasar por ser el protagonista de la historia del pontificado más brillante y quizá más peligroso en la historia de la Iglesia.
Y nuestro verdugo director de la DIAN, debería investigar para que sepamos de una vez por todas, si éste es el origen del hueco fiscal de la Nación, con todas estas deducciones, anticipos, rebajas, descuentos por pronto pago, compras al mayor de masacres, confesión de la pena, sustituciones ilícitas.
En el vergonzoso Concilio de Nicea, una caterva de obispos cobardes y vendidos a la voluntad arbitraria del emperador Constantino, dejaron que éste definiera e impusiera algunos de los dogmas más fundamentales de la Iglesia católica, como son el de la consubstancialidad entre padre e hijo y el credo trinitario. Oraciones que hoy los crédulos entonan ignorando que nacieron de la nada, santa coacción que ejerció el brutal Emperador romano sobre hombres despreciables hasta para un cristiano. Pero obispos que se enriquecieron mientras crecía su poder temporal, aunque callaron y otorgaron ante el amo.
En un texto sobre la llamada Santísima Trinidad el Emperador Justiniano dijo que “aquellos que no piensan como nosotros, están locos”. Ésa es la cosa. El poder pretende que su palabra produzca el famoso consenso social, con el cual si bien no todos los problemas quedarían resueltos, al menos serían interpretados de la misma manera, y si algún aguafiestas, afirma Estanislao Zuleta, “viene a dañar esta alegre comunión del sentido y dice tercamente como Galileo ‘Y sin embargo se mueve’, debe saber que queda condenado a mentir sobre su propio pensamiento, al silencio y a la soledad. Los dogmáticos, fanáticos y totalitaristas comienzan a secretar con la misma naturalidad con la que el hígado secreta bilis, sus ortodoxos y sus herejes.
Parafraseando nuevamente a Zuleta,
[…] desconfiemos de las mañanas radiantes en las que se inicia un reino milenario. Son muy conocidos en la historia desde la antigüedad hasta hoy, los horrores a los que pueden y llegan a entregarse las iglesias provistas de una verdad y de una meta absolutas, cuyos miembros han sido alcanzados por la gracia —por la desgracia— de una revelación. Sabemos cuán cerca se encuentran una de otro la idealización y el terror. La idealización del fin secreta el terror de los medios que procurarán su conquista. Ningún origen supuestamente divino, inmuniza a una doctrina contra el riesgo de caer en la interpretación propia de la lógica paranoide que afirma un discurso particular, todos lo son, como la designación misma de la verdad y los otros como ceguera o mentira.
Dostoievski entendió desde el siglo XIX que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, los dioses, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón.
Así nos encontramos hoy. Fanatismo, dogmatismo, fundamentalismo desde todos los poderes. Más peligrosos aún cuando en medio de todas nuestras guerras, estas intolerancias son secretamente auspiciadas por un régimen que al parecer solo confía en sus sacerdotes y militares. ¡Qué consuelo! Al menos ya sé quiénes son algunos de mis enemigos agazapados.
“Entonces se ve una nube negra, muy negra, que avanza y oscurece la luz, llega y se posa al fin. Son las aves negras, son los jesuitas. Ellos aparecen siempre a la muerte de toda libertad y al principio de cada tiranía.”
José María Vargas Vila.
Pretéritas.