Elbergon
Eliseo Bernal González.
No olvido la cara de pánico y de temblor con la que me dijo: ”-Me amenazó el poeta Edgar Escobar y no puedo circular más el libro y debo eliminar toda mención suya”. Era 1995. Acababa de publicar un divertido libro, Mi vida en el cártel. Se trataba de historias chichipatas de su vida con los narcos y su estilo de vida. Una menesterosa edición que figura con el ISBN 978-33-0293-0. Allí se indica que es una autoedición.
La amenaza era tremenda. El poeta Edgar Roberto Escobar era un mandón ilustrado a órdenes de Pablo Escobar Gaviria. Además, era su jefe de comunicaciones y pionero de la industria del entretenimiento adulto en Latinoamérica. El Poeta vestía siempre de gabardina negra. Así vestido y de sombrero también negro, y simulando tener un arma camuflada amenazó a Elíseo. El Poeta camufló sus actividades con el cartel a través de empresas destinadas al negocio de la pornografía, como Trópico Producciones, un estudio donde se filmaban videos de cine porno, y E.E. Ediciones, para apoyar la labor de relaciones públicas de Edgar. En esas oficinas se imprimía y distribuían los comunicados de Los Extraditables. A ese enemigo se enfrentaba íngrimo y tembloroso, Elíseo Bernal González, para nosotros Elbergon, por su acrónimo.
Eliseo nació en Medellín y allí mismo murió de cáncer el 23 de febrero de 2017. Como Kafka, aceptaba sin chistar las prevenciones naturistas contra los médicos, las medicinas, las vacunas y las inyecciones y llegó a decir que los médicos merecían ser fusilados. Curiosa fobia: su padre era médico. Eliseo odiaba no sólo la quimioterapia, sino los celulares y las computadoras. Alguna vez dijo que lo primero que haría con las regalías de este libro sería mandar a reparar la máquina de escribir. Fue ajeno por completo al continente de la informática, como diría cualquier estructuralista.
Periodista de la Universidad de Antioquia, ejerció la profesión poco tiempo porque le parecía una profesión peligrosa: “Hay que ser muy valiente para enfrentarse a esos sueldos”, decía con ironía mientras se chupaba un bolis fiado. Fue fundador de la Asociación de periodistas chichipatos de Colombia, ASOPECHI, candidato eterno al premio anual que esa asociación entrega entre sus miembros: ¡A toda una vida…desperdiciada!
Allá en los corredores de su alma mater conoció a Carlos Mario Gallego, Mico o Tola, como gustéis. Y a Sergio Valencia Rincón, Maruja. Se hicieron amigos y entre los chistes de cafetería crearon una modesta y muy divertida revista de humor llamada Frivolidad. Como la plata era escasa, el número 5 se quedó sin salir, y para no perder las ideas, lo adaptaron al teatro. De ese montaje, en 1990, nacieron Tola y Maruja, las chismosas más famosas de Colombia.
Mi vida en el cártel, fue publicado en 1995 generando amenazas como la ya relatada. Si bien el cártel de Medellín tuvo su componente macro, el que dejaron consignado para la historia contemporánea del país sus alas financiera y militar, tuvo también una historia micro: El ala chichipata, la historia que cuenta este divertido libro. Estas páginas poseen un valioso contenido testimonial, tanto como su humor. Es la génesis de la irrupción del narcotráfico en la política y viceversa. La parapolítica, fenómeno que aún hoy, mueve los hilos del poder en Colombia. Como dijo Pablo Rodríguez Jiménez, al responder sobre que significó Pablo Escobar para el país y la villa, “un esplendor de capitales y fortunas inundaron la ciudad, impulsaron la construcción de lujo, avivaron el comercio y el confort. Pero tras la fiesta vinieron la sangre, las bombas y las balas sin dirección. Ni la sociología ni el psicoanálisis son suficientes para explicar el fenómeno. Las razones de este trauma parecen más complejas. El problema fue la cristalización de una cultura que exaltaba la riqueza aun a costa de la vida”. En esa vida cotidiana trató de inmiscuirse Elbergon y aquí lo relató.
Eliseo además estudió literatura latinoamericana en la Universidad de Medellín y trabajó en el diario El Mundo y en noticieros radiales. Fue editor de Medellín Cívico, periódico que divulgaba las actividades ecológicas, políticas y sociales de Pablo Escobar. Cultivó el humorismo no solo en Frivolidad sino en la revista Lo que no mata engorda. Rebuscador como buen paisa incursionó en negocios como las confecciones, la enseñanza automovilística y como don Pepe Sierra, en el comercio del hielo en Urabá.
De esta primera edición de 1995 la crítica se pronunció de variadas maneras:
“Recomiendo a todos los estudiantes de periodismo y en especial a los de Ética e historia del periodismo, que duerman con esta joya bibliográfica debajo de la almohada”.
Alberto Giraldo, revista Panóptica, de la cárcel La Modelo.
“Cuando lo terminé se me vino a la mente aquella frase, muy buena aunque no sea mía, según la cual no hay libro por malo que sea del cual no se pueda sacar algo bueno”.
Valencia Cossio. Periódico El Colombiano.
“Un clásico de la narcoliteratura”.
Gabriel García Márquez. El Excélsior de México
“Después de las confesiones de san Agustín, es el mejor libro que me ha leído”.
Madre Teresa. Revista Calcuta hoy.
“Todos, todos están untaos. Y aunque el autor no se untó sino un dedo, untado un dedo untada toda la mano”.
El cura Hoyos, periódico El Heraldo de Barranquilla.
No es común el humor en la historia libresca de Antioquia. En un sesudo ensayo sobre sus exponentes, el periodista e investigador Wilmar Vera Zapata en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, Vol. 52 Núm. 95 de 2018, comenta sobre distintos autores de humor, como Juan de Dios Restrepo Ramos –Emiro Kastos-, el Indio Uribe, el Tuerto Echeverri, Tomás Carrasquilla, Julio Vives Guerra, Salvo Ruiz, Benjamín Palacio Uribe, Tartarín Moreira, Carlos Mario Gallego -“Mico”-, Eliseo Bernal González, y los manizalitas Rafael Arango Villegas y Néstor Cardona Arcila -“CAN”-, quienes contribuyeron con sus manifestaciones artísticas a afianzar la personalidad antioqueña: radical, costumbrista, ingeniosa, liberada de las represiones propias del siglo XIX…”.
Desde los finales de los años setenta, cuando los paros estudiantiles se alargaban en la Universidad de Antioquia, Carlos Mario Gallego, “Mico”, junto con Sergio Valencia, Guillermo Cardona, Eliseo Bernal, Ricardo Aricapa, y otros crearon el grupo de humor Frivolidad. Sus trazos también aparecieron en una revista llamada Frivolidad, la cual contó con la colaboración de varios caricaturistas y periodistas. Su primer número obtuvo gran resonancia, pues traía la exclusiva de que Carlos Gardel estaba vivo y tenía el rostro desfigurado.
Luego, cuando la revista Fortune publicó la lista de los diez más ricos del mundo, ellos se lanzaron al ruedo teatral con Los diez más pobres del mundo, según la revista Infortune, integrando el humor escrito y la actuación. Posteriormente, en 1990, el dúo de humoristas saltaría a la fama al participar en el programa Sábados Felices y al publicar cada semana una columna de chismes políticos en El Espectador, llamada “No nos consta”.
Hoy, Mico, como Tola y Maruja, publica en redes, escribe libros y hace presentaciones en diferentes escenarios nacionales e internacionales. Similar al tono burlesco de Mico es el de Eliseo Bernal González, quien publicó El ala chichipata del cartel de Medellín. La mafia vista con humor -2011-, donde narra con desfachatez y sátira las hazañas de uno de los personajes más nefastos de la historia reciente del país: Pablo Escobar”.
El ala chichipata del cartel de Medellín tiene prólogo e ilustraciones de su íntimo compañero de armas y de humor, Mico. Impreso en editorial Lealon, tiene 150 páginas y es una versión aumentada y corregida de aquel primer libro que ocasionó las amenazas del poeta Edgar Escobar. Carlos Mario Gallego se graduó como periodista de la Universidad de Antioquia y es socio, partícipe de las aventuras contenidas allí. Gallego es socio fundador de Asopechi y su sueño juvenil era llegar a ser un mafioso culto, no violento y bien relacionado…y llegar algún día a la presidencia.
“Con Pablo Escobar quedó al desnudo toda América latina y su penosa vida. Todo se encuentra en su aventura: el peso de la violencia y de la corrupción, la debilidad del Estado y la fuerza del dólar, la inmensidad de la naturaleza, la persistencia del pasado, el fatalismo acechado por la tragedia, la convicción de que el mundo siempre pertenece a otro, de que la historia ha sido hechas en beneficio de otros, de que los que ganan son los que ya han ganado”, precisa definición del periodista francés Jean-François Fogel. Ilustrado por las peripecias de este libro.
Dice Mico en la presentación del texto que “alguna tarde mientras esperaba a que el sol bajara para poder irme caminando hasta mi casa porque no tenía para el bus, el autor de estas simpáticas memorias me propuso trabajar en un periódico de un tío de Pablo Escobar. Ni corto ni perezoso acepté. Por curiosidad periodística, pues siempre me dolió que todas esas minúsculas historias de la mafia criolla se perdieran. Por ejemplo, las dos solteronas del barrio Manrique que tenían un sobrino mafioso y no le recibían ni un tinto, a pesar de que las asediaban con llamativos regalos. Muchos antioqueños no sucumbieron a los cantos de sirena de la mafia, aunque no parezca. Y entonces al tipo se le ocurrió cambiarles el avisito en cartulina de la puerta: Se hacen ojales. Se los puso en mármol.
La otra razón era que estaba desempleado y me mantenía líchigo, sin cinco y los pesitos que me ganara me servirían para pasajiar y llevar alguna vez a casa de mi madre una librita de bofe. Ni lo uno ni lo otro: ni tuvimos acceso a las historias íntimas de la mafia, ni los pesitos alcanzaban. Pero tuvimos el privilegio de conocer un “ala” del cártel de Medellín: el ala amarrada, tacaña, el ala chichipata del cártel…La de este librito es la versión chichipata de quienes nunca compartimos manteles con el Patrón. Aunque lo intentamos, la verdad sea dicha, pero más por la curiosidad de ver si el capo sabía manejar los cubiertos. Y es también, un homenaje cariñoso a don Hernando Gaviria, nuestro jefe y tío de Pablo, que levantó su familia a punta de un periodiquito de pacotilla, Medellín cívico, lagarteando honradamente y que nos dejó una lección de periodismo que ya se quisiera McLuhan.
A don Hernando le encantaba cuando hacíamos denuncias ecológicas que levantaban ronchas y cuando diagramaba el periódico le incluía muchos cuadritos y líneas. Una tarde, en que nos estábamos tomando unos aguardientes para celebrar la salida de la edición, me felicitó muy emocionado: “Vamos bien”, dijo con el cigarrillo Pielroja en la boca. “Esa es la clave de un periódico: crítica y rayitas”.
Para Eliseo fue una especie de Belle Époque. Esa en la que el cartel de Medellín era aparentemente tan inofensivo que los dos capos más poderosos, Pablo Escobar y Carlos Ledher, andaban acompañados para todas partes de un poeta y un cura. ”! ¡Belle Époque esa en la que muchos colombianos creímos que con la hacienda Nápoles habíamos recuperado el paraíso perdido y que ya estaba con nosotros el enviado que nos sacaría a todos de pobres!
Y en fin, Belle Époque esa en la que empezamos a darnos cuenta de que, muy adentro de cada colombiano, hay un Pablo Escobar dormido. Pero, ojo, un Pablo de esa época: querido por los pobres, respetado por los ricos, amado por las mujeres, bendecido por la Iglesia y… legal.”
Un breve fragmento para ilustrar la cosa.
“La hacienda Nápoles –factor determinante en la leyenda que se llegaría a crear en torno a Pablo Escobar- era tema obligado en las conversaciones de todos los círculos sociales. En los mentideros políticos se escuchaban miles de chistes. De Alberto Santofimio se decía que iba tanto a Nápoles que ya los hipopótamos lo conocían y le voleaban la cola cuando llegaba.
De Bernardo Guerra Serna se afirmaba que un gorila, que compró Escobar en Borneo, lo tenía medio loco para que le consiguiera un traslado para el zoológico de Pereira ya que el clima del Magdalena medio no le sentaba bien. Y hubo quién llegó a asegurar que un narcotraficante costeño, propietario de otro zoológico, le propuso a Pablo cambiarle un tigre de Bengala por una pantera de Sumatra, encimándole dos gatos angora. Pero lo que no podemos incluir dentro de los chistes y de los rumores son los ejemplares que Escobar obsequiaba a sus visitantes ilustres, como el famoso pavo blanco que le regaló a doña Berta Hernández de Ospina Pérez.
Yo escuchaba impasible cualquier cosa que sobre el afamado lugar se dijera. Pero había una que sí me llenaba de indignación: el lorito africano que no comía sino semillas de girasol y cuyo sostenimiento le costaba a Pablo Escobar doscientos mil pesos mensuales. Me llegó a obsesionar tanto el condenado loro, que una vez soñé que estaba conversando con él, en Nápoles y que le había preguntado, incluso, que sí quería cacao… ¿Envidia? ¡Claro! Pero no me culpen. Recuerden que yo ganaba menos del mínimo”.
Elbergón también publicó cuentos policiacos en libros semiclandestinos que sólo conocíamos algunos. Su aversión a la publicidad y a los montajes y trampas editoriales, eran sinceros. El diploma apócrifo y otros cuentos fue publicado en 2003 por Aldonza editores, animado por su esposa Adiela Martínez. Está dedicado a un gran amigo y cronista, Alonso Mejía.
¡Ay Eliseo y su parquedad!. Su nerviosismo, que un cigarrillo y el alcohol espantaba. Definió como nadie el trabajo radial: ¡La radio es una perpetua lucha contra los baches!. Y si bien en la segunda versión de sus memorias chichipatas eludió casi por completo al amenazador poeta Edgar Escobar, si lo superó en el erotismo. Todos los de mi generación nos sabemos de memoria aquel genial cuento corto de Elbergon:
–Tranquila, mi amor. No te voy a hacer nada, dijo él, mientras retiraba suavemente su lengua de la tierna vulva.
Coda
El acta de constitución de Asopechi que dice en su principal segmento:
“…En la reunión, que se celebró en mayo de 2004 en el restaurante* “El gran Palacé”, de propiedad de Pedro Javier Rodríguez, “El sicario del idioma”, se aprobaron los estatutos; se eligió la primera junta directiva y se dictaron otras disposiciones.
Después de la reunión, los asistentes fueron agasajados con el coctel Yagarí, la especialidad de la casa. Ninguno murió por intoxicación etílica, ni sufrió daños en sus ojos, como temían algunos”.
Condiciones para ser admitido
Para ser socio de la Asociación de Periodistas Chichipatos había que llenar estos trece requisitos:
-Ser pobre de nación, patria, departamento, ciudad y casa.
-Ganar máximo el salario mínimo.
-Pertenecer al grupo de desconectados de EPM y Tigo-UNE por retraso en el pago agua, luz y teléfono.
-Ser periodista en ejercicio, pero sin hacer mucho ejercicio para que no se les gasten los zapatos.
-No tener más de tres chaquetas, incluida la que heredó del papá cuando se graduó de bachiller.
-Haber lucido en el acto de graduación universitaria como comunicador social-periodista el mismo saco.
-Estar reportado en Procrédito y Datacrédito como deudor moroso.
-Haber financiado los estudios con crédito del Icetex y tener al fiador embargado.
-Montar en bus y pagar con tiquete de trasporte integrado que es más barato.
-Embolar los zapatos en la casa.
-Beber de fiado o pegado.
-Llevarse el periódico de la empresa para leerlo por la noche y venderlo después por kilos. Estar tramitando tarjeta del Sisbén.
Entre los fundadores se encuentran Carolo, Rodrigo Maya, Carlos Bueno, Martha Hoyos de Jaraba, Hernando Guzmán Paniagua, Julio César Jaraba, Eliseo Bernal, Ricardo Aricapa, Carlos Mario Gallego, Pedro Javier Rodríguez. El profesor Pacho Velásquez fue aceptado como miembro de número, ya que ganaba más del salario mínimo. Se escuchan peticiones.
*El Gran Palacé, pronunciado granpalas, era un chichipato restaurante situado en la calle del pecado del centro de Medellín. Después de la seis de la tarde funcionaba como Club gay y pasaba a llamarse La Georgina. Las mesas del día servían de pasarela para los desfiles de medianoche.
Un periodista de #Asopechi se reconoce porque pasó la luna de miel en un club de Comfama, por canje…
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