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Pedradas libertarias
La marginalidad y el anonimato como libertad.
Se puede pulsar la cultura de un país en la medida en que están garabateadas las paredes de los retretes.
Adolf Loos
Ahora recuerdo algunos graffitis, algunos amorosos, quiméricos o tontos, otros perspicaces, amargos, profundos o sutiles, felices. Como éste, visto en un servicio sanitario en la Universidad de Antioquia hace cincuenta años: El orgasmo es una patraña del imperialismo yanqui. O este otro, en un muro en Bogotá en tiempos del incidente de la corbeta en el golfo: Venezuela, te quiero sin límites. O esta verdad política: “Yo participo, tu participas, el participa, nosotros participamos, vosotros participáis, ellos deciden.”. O la cruda realidad social: Se venden cremas y esta casa. O una de despecho: Vendo cama, motivo Carlos. O esta de un furibundo aforista, Nietzsche: ¿Vas con mujeres? Busca un látigo.
Los hay delirantes como las del polvoriento partido comunista colombiano, litúrgico como una cofradía religiosa, repitiendo consignas rituales, cuyos más jóvenes exponentes salían por la carrera séptima de Bogotá con carteles como: !Larga vida al glorioso astronauta Gagarin! O este, pintado en un muro perdido de un pueblo colombiano y que debe ver desde el fondo del océano Pacífico y con payacesco vestido de rayas, el camarada Abimael Guzmán, ¡Libertad inmediata para el presidente Gonzalo! Comparable a otro, vecino de una raída pared: ¡Apoyemos la guerra prolongada en el Nepal!. ¡Vivan las cadenas!, pintaban y gritaban los españoles al regreso de los Borbones y por odio a las ideas liberales introducidas por Napoleón. Recreado por Buñuel en El fantasma de la libertad. O como expresó aquél otro: El problema no es que nos mientan, el problema es que les creamos.
Un viejo amigo mantuvo durante años en su oficina de atención al público una frase intemporal y certera, que iniciaba o terminaba toda conversación: ! Yo no tengo la culpa. Yo no vote por él! Recuerda García Marquez en El General en su laberinto una consigna escrita con carbón en las paredes de Santa fe de Bogotá en los días postreros de Bolívar: ¡Ni se va ni se muere! Y otro intemporal, que parece gritar desde el fondo de los tiempos y desde las paredes de cualquier rincón de la tierra: ¡Abajo el gobierno!
Hay algo de obviedad: la expresión y el desinterés es la ambición de quienes crean grafitis. Hallazgos que conducen a un atrevimiento tan precario como vano. Son enunciados irreductibles que provienen de una zona negra y que se renuevan con la pasión y la sensibilidad clandestina de cada época. Siempre rehúsa salir de su clandestinidad y en cada nueva ocasión se ajusta a sus orígenes. Tal vez exista desde el momento mismo en que los hombres encontraron un muro vacío y dejaron sobre él las huellas de un sentimiento inconfesable. Pero es en el siglo XX cuando se generaliza. como práctica democrática y de expresión de impulsos siempre secretos del individuo.
Lo que se expresa y lo que se repudia contiene un mensaje que no puede salir por los canales institucionales de la comunicación social. Por ello, decía el escritor y periodista Oscar Collazos, con el tiempo se ha vuelto una forma de comunicación social. Se crea un dialogo de una frase a otra, siempre en manos de personas diferentes. A veces argumentado, secuencias o réplicas sucesivas dadas por seres anónimos y clandestinos. Es un dialogo anti-institucional que trasgrede los límites de la permisividad de los lenguajes y de los contenidos.
El fenómeno del grafiti moderno como ente comunicativo social se da a partir de los acontecimientos históricos de los 60. Extendiendo el concepto el grafiti, en sí mismo es un “genero de comunicación”. Dicen los expertos que quienes recrean y piensan los grafitis saben de su marginalidad. De que sus mensajes no caben dentro de los circuitos oficiales, por razones ideológicas o simplemente por su manifiesta intimidad. Quien hace grafitis actúa, real y simbólicamente enmascarado. Pero también lo hace espontáneamente aprovechando el momento para la elaboración de su pinta y también al hecho mismo de su escritura que revela su prisa y la poca importancia inicial que se otorga a la pinta.
En mayo del 68 en París no hubo tema prohibido: el mundo de la intimidad, el principio del placer, el exabrupto, la manera de imaginar el futuro. De concebir la ciudad y de bombardear lo establecido. Algún oscuro o recóndito motivo, una inhibición social o un arranque irrefrenable hacen del grafiti lo que siempre ha sido: un pensamiento instintivo, donde el deseo consigue su inmediata satisfacción, sin intermediarios. Nadie olvida las consignas de La Soborna: Prohibido prohibir: O, Consumid más; viviréis menos: de una pared cualquiera del Barrio Latino.
El aburrimiento es contrarrevolucionario.
El antiautoritarismo: Prohibido prohibir.
El sano euroescepticismo: Corre camarada, el viejo mundo te pisa los talones.
¿Cómo pensar libremente a la sombra de una capilla?.
El espíritu utópico: Sed realistas; pedid lo imposible.
Tomo mis deseos por realidades, puesto que creo en la realidad de mis deseos.
El culto a la creatividad: La imaginación al poder.
El espíritu crítico: Todo lo que es discutible hay que discutirlo.
La libertad sexual: Haced el amor y volved a empezar.
Las paredes hablan: Nuestra esperanza sólo puede venir de los sin esperanza. Ciencias Políticas.
Gracias a los exámenes y a los profesores el arribismo comienza a los seis años. Sorbona.
La libertad comienza por una prohibición. Sorbona
Contempla tu trabajo: la nada y la tortura forman parte de él. Sorbona
¡¡Roben!! Paredes de los Bancos.
La imaginación toma el poder. Sorbona
En los exámenes, responda con preguntas. Sorbona .
Pero, si bien el anónimo es la máxima expresión de la libertad. También a modo de hipótesis puede plantearse que los pasacalles de amor son su forma superior. Un despecho simultáneo, compartido por noches permitió el hallazgo. Vallas aéreas colocadas en las vías principales de nuestras ciudades que dijeran cosas como: Octavio H.: ¡Como es de bueno estar enamorado. Pero no de vos hideputa! Marta G. O este, que se reclama del efecto demoledor de los verbos burocráticos: Octavio H.: He clausurado mi enorme deseo por vos! Marta H. Expresiones categóricas, demoledoras que clasifican dentro de lo que Mario Benedetti definió como piropos pedradas.